No es un secreto histórico el que los grandes viajes marítimos de los siglos XV y XVI tuvieron como propósito la búsqueda de nuevas rutas para la obtención de especias.
Debido a las enormes travesías que se debían realizar para conseguirlas, el costo de las especias era bastante elevado y su uso estaba restringido a quienes podían costeárselas: reyes, aristócratas y personas muy adineradas, como banqueros y grandes comerciantes.
Las especias llegaban a Europa desde el Extremo Oriente, mediante dos rutas: una, hasta Alejandría, en Egipto, y otra hasta Constantinopla. Desde esos puertos eran llevadas a Venecia, ciudad que, durante varios siglos, monopolizó su comercio.
Por este motivo, en los siglos señalados –XV y XVI–, otras naciones europeas decidieron encontrar nuevas rutas que les permitieran adquirir las especias sin intermediarios.
Ahora bien, ¿cuál era la importancia que las especias tenían, para que no se escatimara en financiar empresas marítimas tan audaces como las realizadas por españoles, portugueses e ingleses?
Existen poco más de doscientas especias, las más conocidas de las cuales son la pimienta, el jengibre, la canela, la vainilla, el clavo, el ajo, el azafrán, la mostaza, la nuez moscada, el ají, el laurel y el tomillo. Francia e Italia han incorporado a sus recetas, en calidad de especias, dos frutos de exquisito sabor: el pimentón y la cebolla.
La más importante de las especias es la pimienta, cuya verdadera función no es la de conferirle un sabor picante a las comidas, sino realzar el gusto natural de cualquier alimento. Esto se logra usándola en pequeñas porciones. La pimienta –piper nigrum– es originaria de la India.
Las especias servían –y aún sirven–, para dar gusto a los alimentos hervidos; para conservar, sazonar y disimular el mal sabor de las carnes corrompidas, esto es, para hacerlas comestibles durante más tiempo. Recuérdese que fue en 1867 cuando se inventó el frigorífico.
Las especias también servían para mitigar los sabores muy fuertes de algunas carnes y para inducir al paladar a la degustación de las bebidas.
En nuestros días –por su sabor y su aroma–, no es la pimienta la especia más apreciada en todo el mundo, sino la canela.
Aparte de los múltiples usos que esta tiene en la cocina y en la elaboración de postres y golosinas, la infusión que se hace con ella es la única bebida caliente que, en algunas regiones y países, compite exitosamente con el café, el té y el chocolate.
Se obtiene de la corteza interna del canelo, un árbol originario de Sri Lanka, el antiguo Ceylan.
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Curiosamente, las ramas del canelo tienen dos cortezas. La externa se desprende y se desecha. La interna se pone a secar a la sombra y luego se enrolla sobre sí misma, formando lo que popularmente se llama canela en rama.
Esta especie fue muy apreciada en la antigüedad, tanto por su capacidad para endulzar como por sus propiedades medicinales, que algunos emperadores romanos la guardaban junto a sus tesoros más preciados.
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Armando José Sequera es un escritor y periodista venezolano. Autor de 93 libros, todos publicados, gran parte de ellos para niños y jóvenes. Ha obtenido 23 premios literarios, ocho de ellos internacionales (entre otros, Premio Casa de las Américas, 1979; Diploma de Honor IBBY, 1995); Bienal Latinoamericana Canta Pirulero, 1996, y Premio Internacional de Microficción Narrativa “Garzón Céspedes”, 2012).
Es autor de las novelas La comedia urbana y Por culpa de la poesía. De los libros de cuentos Cuatro extremos de una soga, La vida al gratén y Acto de amor de cara al público. De los libros para niños Teresa, Mi mamá es más bonita que la tuya, Evitarle malos pasos a la gente y Pequeña sirenita nocturna.
«Carrusel de Curiosidades se propone estimular la capacidad de asombro de sus lectores».
Ciudad Valencia / Foto del autor Gerardo Rosales