Manifiesto de Cartagena

Las muertes del Libertador

 

Amigas y amigos constructores de sueños, forjadores de esperanzas. El fallecimiento de Simón Bolívar en Santa Marta, el 17 de diciembre de 1830, fue la última etapa de dos muertes que le habían precedido: la ciudadana y la política.

 

El hombre que había impulsado el proceso de liberación, no sólo de su patria, sino de buena parte de América del Sur, concluía sus últimos días abrumado por el desconsuelo: “Mis enemigos abusaron de vuestra credulidad y hollaron lo que me es más sagrado, mi reputación y mi amor a la libertad. He sido víctima de mis perseguidores, que me han conducido a las puertas del sepulcro. Yo los perdono”.

 

La muerte ciudadana: Una de las consecuencias jurídicas y políticas obtenidas tras la liberación del imperio español fue que el gobierno dejaba de ser la expresión de un designio divino con carácter hereditario, para ser el resultado de la voluntad de los ciudadanos. Hasta la realización del Congreso de Angostura, Bolívar había encarnado la jefatura militar y política amparado en una precaria legitimidad. El Congreso de 1819, resolvió esta dualidad invistiéndolo como Presidente de Venezuela y luego de Colombia y ratificándole el mando militar.

 

Sin embargo, no fueron pocas las voces que le acusaron de querer sustituir una monarquía por otra, de querer coronarse rey de Colombia. Calumnias que fueron propagadas por sus enemigos venezolanos y bogotanos, especialmente el vicepresidente Santander, quien se presentaba como el magistrado respetuoso y garante de la legalidad republicana.

 

Una campaña que tomó cuerpo y amplitud, alcanzando grados de paroxismo, en la medida que Bolívar decidió llevar la guerra hasta el Perú con el fin de asegurar la independencia política del continente, y luego convocaba la realización de un Congreso Anfictiónico para discutir el rumbo que debían tomar las nacientes repúblicas.

 

La prensa de estos años está plagada de escritos anónimos que acusaban a Bolívar de “dictador”, “imitador de Bonaparte”, “tirano”, “emperador”; acusaciones que tuvieron, entre otros, en el prócer peruano José de la Riva Agüero uno de sus promotores más incisivos. Toda esta campaña de calumnias y difamaciones produjo la muerte ciudadana, hollando lo que le era más sagrado: su reputación y amor a la libertad.

 

Del mismo autor: «Manifiesto de Cartagena»

 

La muerte política: Fracturada su credibilidad en una parte de la élite civil y militar, sobrevino la muerte política. El proyecto de construir una gran nación, tanto por su extensión territorial y riquezas naturales, como por su poderío militar, concitaba menos apoyos.

 

Las visiones que consideraban más convenientes favorecer gobiernos nacionales, conformados por oriundos de esos pueblos y que tuvo su mayor expresión en el intento separatista conocido como La Cosiata, promovido desde Valencia en 1826, fue tomando cuerpo hasta llegar a convertirse en una notable expresión política, cuyas diferencias se hicieron notar en las sesiones del Congreso de Colombia reunido en la población de Ocaña, entre abril y junio de 1828, en donde a los bandos santanderista y bolivariano les resultó imposible acordar soluciones a la crisis política que enfrentaba la República.

 

La consecuencia inmediata: Bolívar asumió la dictadura, esto es, congregó en su persona las facultades de los poderes Ejecutivo y Legislativo, en un esfuerzo por frenar la anarquía que acechaba al gobierno. Sus enemigos respondieron intentando asesinarlo la noche del 25 de septiembre de 1828. Era la manifestación más clara de la muerte política.

 

La República estaba irreconciliablemente fracturada y los últimos esfuerzos por mantenerla terminaron con su renuncia a la presidencia de Colombia presentada ante el llamado Congreso Admirable, instalado el 20 de enero de 1830. Moría así Colombia. La integración política por la que tanto luchó daría paso a tres naciones independientes.

 

La muerte física: Ésta es la más evidente y la que conmemoramos los diciembres de cada año. El desgaste físico y los precarios cuidados a la salud, así como las difamaciones y traiciones de que fue objeto; terminaron minando su salud. El guerrero que muere en Santa Marta es un hombre execrado de su tierra natal, difamado por una parte de sus compañeros de armas y sometido al escarnio público. Contrariamente a lo que desearon sus enemigos, la muerte física abrió las puertas a la intensificación de un reconocimiento popular que con el pasar del tiempo se convirtió en signo de admiración y respeto hacia el Padre de la Patria.

 

 

Ángel Omar García González / Ciudad Valencia