Retomamos nuestro recorrido por la historia local, heredera de la tradición literaria que nos caracteriza desde tiempos remotos, de la mano de Obdulio Pastrán (San Cristóbal, 1921-Mariara, 2010): poeta, teatrero y deportista, fundador del Teatro de la Tercera Edad en los años ’90 e integrante del Taller Literario Hojas Sueltas; personaje popular del municipio Diego Ibarra, autor de diversas publicaciones, entre las que destacan Reminiscencia y fruto (1998) y Endrina toca la flauta (2001).
De entrada, nuestro amigo nos retrotrae a un día lejano en la memoria, invitándonos a acompañarlo a un viaje en el tiempo, cuando partió de su lar tachirense, ávido de aventuras y ligero de equipaje. Papeles, tan solo papeles manuscritos, libros, muchos libros y los borradores de Reminiscencia y fruto, colmaban su austera maleta.
Sin ropa de muda ni bastimento para el viaje, partió Obdulio. “Y aún me falta camino por recorrer”, le escuchamos decir. Viejo y sabio como era, le importaba más el camino que el destino, llámese Comala o Macondo, o responda al nombre de cualquier otro mítico lugar escondido en el fondo de sus sueños.
Entonces, sentado en su vetusta silla de madera nos traslada con su verbo al único espacio donde todo es posible: el blanco de la página. Allí lo aguardan sus días y sus noches en forma de evocaciones que entonces nos musita con su melodiosa voz, verso a verso:
“Sentada en el esquinero de una puerta/ y una mesa con un cofre lleno de monedas/ la mirada se filtra por las rejas/ donde espera al galán que viene y se la lleva/ después de firmar la lista que se queda…”
Obdulio hace una pausa, tose, frunce el ceño, se quita los anteojos, los limpia lentamente, los coloca de nuevo cerca de su corta vista y continúa la lectura:
“Inclinada apoya el brazo muy callada/ murmura a sus adentros/ en la quietud de aquella calma./ Sus ojos de pronto levemente se levantan/ y esperan angustiosos las miradas alrededor/ donde suenan/ con ruido atronador,/ las campanas de la Universidad”.
Entonces se detiene por un instante, toma aire, lanza una mirada escrutadora al infinito y con voz trémula insiste:
“Allí pasa la mañana y también parte de la tarde está/ mientras las campanas repiquetean su triste canción/ contando su queja/ su duelo y su dolor/ y el trágico amanecer de aquellos aciagos días sin amor…”
La canícula de la tarde se cuela entre los resquicios de la vieja pared y todo lo envuelve con su calor. Por momentos el recinto donde conversamos queda como recubierto por un dorado y resplandeciente fulgor. Mientras, el sol se filtra por un agujero del techo y uno de sus rayos va a dar justo en el costillar de nuestro amigo, que aferrado a la lectura continúa recitándonos sus reminiscencias:
“Ella contempla el cofre/ con las monedas/ sentadita en un sofá/ la tertulia de un amigo o empleado que se va/ de tiempo en tiempo la despiertan/ del sueño pesaroso que la abruma sin piedad”.
A ratos los versos se confunden con la leve brisa de la tarde, que mitiga el calor que nos sofoca. Levanto la mirada hasta la altura de la pared y miro con asombro un promontorio de amarillentos diarios y revistas de circulación nacional donde, seguramente, este quijotesco personaje, como escapado de un libro de caballerías, guarda con afán la memoria escrita del pasado siglo XX. Curiosamente, a un costado nuestro, su improvisada biblioteca, inclinada hacia delante, amenaza con vaciar su preciada carga sobre nosotros, pero Obdulio logra mantenerla en vilo con su sola mirada, y así continúa hasta rematar con los siguientes versos:
“¡Olga! La nombran, la saludan/ y alguien más/ una que otra flor deja escapar/ para aquella que solícita, cabizbaja, pensativa/ oye el sonar de las campanas/ que callan los disparos, metrallas y fusiles/ y gritos de estudiantes de la universidad./ Así, ella espera temerosa, angustiada al obrero/ o al empleado que ha de venir a cobrar”.
“Este poema lo escribí en el año `49, cuando trabajaba en la UCV. Entonces una bandera negra ondeaba en la torre, como señal de duelo, haciendo alusión a la caída de Rómulo Gallegos (producto del golpe de Estado de Marcos Pérez Jiménez, el 24 de noviembre de noviembre de 1948). Lo titulé “La pagadora”, pues la muchacha protagonista del poema era quien le pagaba a los obreros y empleados de la Universidad.
En esa época la crisis política se agudizó y el recinto universitario estaba tomado por las fuerzas represivas. Nadie podía entrar ni salir. Recuerdo que los estudiantes sonaban duro la campana: ¡tilín-tilán-tilín-tilán! ¡Sonaba triste la campana!”, remata Obdulio, con voz queda y lánguida mirada.
Por un instante tengo la sensación de estar escuchando el sonar de la misma campana, pero ahora la voz grave de nuestro personaje me devuelve al aquí y ahora:
¿Qué íbamos a hacer? ¡Todos estábamos resteados!
¿Los estudiantes estaban con Rómulo Gallegos?, le pregunto.
Sí, estaban con él, lamentaban mucho lo sucedido. Después, el 13 de noviembre de 1950, asesinaron a Delgado Chalbaud (fue el primer magnicidio en la historia republicana de Venezuela), y a él también le dediqué unos versos, aunque yo era simpatizante del Partido Comunista. A veces uno entraba a una reunión con los camaradas a las siete de la mañana y salía al día siguiente a las cuatro de la mañana.
El poema dice así:
A hablarte vengo del lejano ocaso/ en sentir profundo por golpe trivial,/ y decirte exhausto la horrenda pena que me causa/ el cruento espaldarazo./ En podados árboles y abandonada tierra/ tu nombre de flor en flor crece/ pero la mano bárbara y la espada negra/ queman los triunfos siembran dolor.
Luego, remató con estas palabras:
“Bandera de lucha la patria entera/ por unir al tronco las hojas y el pueblo./ Gentilicio, nombre y emblema lleva”.
A ese poema le puse por nombre Rosa, Es que no encontraba qué nombre ponerle (se ríe). Recuerdo que una vez lo leí en público y mi amiga Olga Vásquez (fundadora del Teatro de la Tercera Edad, conjuntamente con David Osío y un excelente número de actores conformado por Juan Francia, Petra Ascanio, Petra Machado, Henry Vásquez, Clarisa Pastrán, Nayla Abí Hassan y Obdulio Pastrán, entre otros), me dijo: “Eso lo escribiste en un momento muy especial, como de lucha revolucionaria, dices algunas cosas, pero ocultas otras”.
Entonces lo fui recortando y quitándole tantas explicaciones, Lo que pasa es que yo escribo las cosas tal cual como las siento. Si tú me golpeas sin razón, yo escribo lo que sentí cuando me golpeaste, tal cual; pero sé agradecer también las cosas buenas de la vida, y así mismo las escribo.
Obdulio, ¿de qué década son los poemas del libro que citas?
Los poemas que incluyo en Reminiscencia y fruto son de la década del cuarenta, porque yo me vine de San Cristóbal a Caracas en el año ‘35, me traje una maleta de un metro de largo por 60 centímetros de ancho, y ahí no llevaba ropa sino libros, recortes de periódicos y muchos borradores de mis poemas inéditos (risas). Yo escribía mucho, pero también botaba muchos escritos, Me decía: “Si muero esta noche dejo estos versos para la eternidad, que si no también”. Yo perdí un cuaderno con décimas, sonetos y villancicos. Los hongos hicieron de las suyas. Después llegué a Mariara en 1960.
Ahora, háblanos de la génesis de tu escritura, ¿cuándo comenzaste a escribir?
Bueno, eso fue de lo más sencillo, en la escuela nos decían que escribiéramos para mejorar la letra, pero yo me excedí y también escribía cuentos e incursionaba en la métrica. Y, una vez, recuerdo que en tercer grado convocaron a un concurso de poesía y envié un soneto que comenzaba así:
“Bolívar con su tizona atravesó el Chimborazo…”
¿Tizona? -le inquiero-. Entonces, nuestro amigo se lleva las manos a la cabeza y me responde con voz exaltada:
¡Sí, Tizona*! Yo me preguntaba qué significaba “Tizona”, pero me gustaba la palabra y la incluí en el poema. Esta sonaba muy bien (responde, risueño).
¿Acaso te referías a la espada de Bolívar?
Sí, me refería a la espada del Libertador, lo que sucede es que dicho vocablo cayó en desuso. Yo lo tomé de un poeta colombiano del siglo XVIII.
Si comenzaste a escribir en el ‘35, te pregunto: ¿por qué tardaste tanto en hacerlo [publicar]?
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Nuestro amigo frunce el entrecejo, abre los ojos desmesuradamente, inclina la cabeza y me mira por debajo de los anteojos que ahora reposan en la punta de su nariz, y finalmente, con voz gangosa y entrecortada me responde:
¡Es que yo escribo para recordar! Yo le llevé mi libro a un profesor de literatura, allá por los años ’40, para que me lo corrigiera y me diera su opinión al respecto. Entonces él me respondió con estas palabras: “Usted escribe como no sé quién… ¡corrija!, ¡corrija!”, pero no me dijo qué, y así fue pasando el tiempo, y de eso hace ya más de medio siglo…
Ahora tengo muchos borradores que esperan por otras publicaciones. Tengo otro libro ya corregido, listo para llevarlo a la imprenta, me refiero a Endrina toca la flauta. Endrina era una joven estudiante de música que consiguió una beca y se fue a Viena a culminar sus estudios y se quedó viviendo en ese país. Pero ella no supo que utilicé su nombre para titular mi libro de poemas.
Obdulio se queda ensimismado en sus recuerdos de la bella joven, tal vez tratando de volver al tiempo pasado de su cálida compañía, valiéndose del poder evocador de las palabras que él vierte en sus versos.
Me sorprende que te identifiques con la poesía social, expresada a través del verso rimado a lo largo de tu oficio de poeta. También tu amor exacerbado por la patria y la lucha política que reflejas en esa escritura tan singular.
Sucede que yo leía mucho a Miguel Otero Silva y a Aquiles Nazoa, y en mis comienzos leí también a Leoncio Martínez, entre otros. En fin, todos aquellos autores que manifestaban en sus escritos un sentimiento hacia lo social, un compromiso en lo político contra las injusticias y un espíritu revolucionario acorde con estos tiempos.
Yo nunca viví en la opulencia, nunca he sido un hombre ambicioso ni jactancioso, y eso me lo reclaman mis hijos, pero en el fondo ellos saben que a estas alturas de la vida sigo siendo un soñador…
(Continuará). ¡Salud, Poetas!
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Mohamed Abí Hassan (El Tigre, 1956). Poeta, artista visual y editor independiente. Licenciado en Educación, Mención Artes Plásticas (cum laude), por la Universidad de Carabobo (UC). Ha ejercido la docencia en la UC y en la Universidad Arturo Michelena. Ha sido colaborador en las revistas Poesía y La Tuna de Oro (UC). Primer Premio II Bienal de Literatura Gustavo Pereira, Mención Poesía 2013; Primer Premio IV Bienal de Literatura José Vicente Abreu, Mención Poesía 2016; Primer Premio Concurso Nacional del II Festival 3.0 de Historias Comunales Ramón Tovar (2022).
Formó parte de la Comisión Rectoral del Encuentro Internacional de Poesía de la UC. Coordinó el Taller de Formación de Cronistas Comunales en Mariara, estado Carabobo, auspiciado por el Minci, la Revista Nacional de Cultura y el Centro Nacional de Historia. Actualmente se desempeña como facilitador de talleres de iniciación en la creación literaria, así como talleres sobre patrimonio histórico.
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