«Libros, buscaban libros (I)» por Vielsi Arias

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Hablar del libro más que como un objeto implica referirse a él como un hecho cultural, en tanto que un libro no es un objeto propiamente dicho, pues el pensamiento por sí mismo no es el libro.

En este sentido, no puede considerársele una mercancía como otras, ya que es único, infinito e insustituible; lo peculiar del libro es que el espíritu que lo anima se transforma en el tiempo, es decir, su sentido frente a la vida e interés social, siempre responde a un contexto histórico. Así lo considera Robert Escapit en su texto “La revolución del libro” (1965).

Esta idea nos lleva a situarnos en una historia del libro más allá de la forma en que le conocemos hoy. Una de las primeras evidencias que se conoce de su aparición data de la era cristiana en la antigua Grecia.

Refiere Escapit (1965) que en la antigüedad fueron utilizados soportes para la escritura tales como: cortezas, láminas de barro cocido, fibras vegetales y telas. Este interés por el soporte también fue de especial interés en otras civilizaciones del Oriente Medio y la antigua China, así encontramos en la antigüedad la intención permanente de los pueblos por registrar su memoria haciendo uso de los materiales a su alcance.

De manera que el libro no fue siempre lo que es hoy; sin embargo, el hecho de poder registrar las ideas de una época permitió allanar el camino para el nacimiento del libro y la imprenta. No obstante, los hechos develan cómo el libro fue utilizado con distintos intereses particulares.

Nos cuenta Irene Vallejo, en su texto “Infinito en un junco”, que en la antigua Grecia los reyes de Egipto (por el siglo III a. C) confiaban a un grupo de “misteriosos hombres” cuantiosas sumas de dinero en busca de libros con el fin de aumentar su poderío.

Para ello se valían de cualquier arma para lograr reunir las obras originales de Esquilo, Platón, Sófocles, entre otros… Los egipcios hacían juramentos de devolver a Atenas los préstamos de las obras de los grandes clásicos con el objeto de copiarlos, pero no siempre se cumplía esta promesa.

Relata la autora que pese a las amenazas y maldiciones, los egipcios no regresaron los libros, pues su poderío económico les permitía también controlar el territorio del pensamiento.

Lo interesante de esta historia es que la extraña costumbre de los reyes Ptolomeos llevó a constituir la biblioteca más grande del mundo. El sueño de juntar todos los libros del mundo fue posible en la Alejandría griega.

Para la época, los buques que llegaban al puerto de Alejandría eran revisados no en busca de contrabando, sino de libros. Al encontrarse algún papiro, este era confiscado y se llevaba a la biblioteca para que los amanuenses pudieran copiarlo.

De esta manera, el recinto llegó a convertirse en un depósito muy importante de libros antiguos. Este hecho se considera uno de los primeros registros que se conozcan del arte de la edición (Vásquez, A, Uned.es).

El libro conquistó el tiempo y pasó de la oralidad al soporte físico, razón por la cual podemos hablar de una historia del libro (al menos en Europa) y que toma como referencia el invento de la imprenta de Gutenberg (1394-1468) y a partir de allí fue posible pensar en una distribución del libro y su masificación.

Sin embargo, el acceso al libro, en distintas épocas, siempre fue limitado, no solo por los controles e intereses de las clases dominantes, sino también por intereses de la iglesia y la escasa alfabetización de las clases más pobres.

De manera que el uso de la escritura en principio siempre estuvo circunscrito a grupos particulares de la iglesia, gentilicios y sabios. Por lo tanto, no siempre existió un público lector y por ello acceder al libro era limitado.

Durante el siglo XII, en Europa, se produjo un movimiento intelectual importante, lo que trajo una mayor demanda de libros. Las copias repartidas entre los monjes eran insuficientes, razón por la cual era necesario hacer la mayor cantidad de reproducciones posibles y en el menor tiempo.

No obstante, cuando Gutenberg inventa la imprenta, el ingenio se expande rápidamente por Europa y más tarde por América a través de las ocupaciones de la conquista. La imprenta llega a países como Argentina, México, Perú, Chile, entre otros, bajo el mismo principio: la circulación del libro respondía a intereses de ciertas clases. En tal sentido, el público lector también era restringido.

 

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A propósito del público lector, resulta curioso que en el texto “Historia de la lectura en el mundo occidental “(Cavallo, G y otros, 2004) el nacimiento del público lector se registre con un acontecimiento trágico: Catón de Utica, minutos antes de quitarse la vida, tenía en sus manos la obra de los diálogos de Platón y leía el capítulo que trata sobre el alma.

Catón insistió con uno de sus criados que le explicara la razón por la cual su arma no estaba en su sitio. Una vez que logró su respuesta, regresó al libro y clavó su espada en el pecho.

Este hecho se registra como una de las primeras evidencias en Roma de la lectura casera e íntima y se considera (según el autor) como una de las primeras evidencias de la conformación de bibliotecas y de un público lector distinto.

Cabe destacar que algunas bibliotecas privadas estaban al servicio de consultas externas para una casta cerrada de amigos, que también servían de apoyo con estudios y necesidades de ocio.

Aunque la alfabetización no era un hecho masificado para la época en Roma, ciertamente, el interés del público lector fue creciendo y cada vez se expandió el deseo por leer. Lo que cabe resaltar es cómo el libro sirvió de instrumento en la época para reafirmar el poder y control del imperio en las antiguas Roma y Grecia.

Volviendo sobre la idea inicial sobre el libro como un acontecimiento histórico, encontramos que a lo largo de la historia la circulación del libro responde siempre a los intereses particulares de las clases dominantes.

Por tal razón, la producción editorial siempre camina de la mano del espíritu y pensamiento que anima una época. En este sentido, circularán ciertos títulos y desaparecerán otros. Aunque el contrabando de libros básicamente ya no existe, las ideas continúan circulando. El libro mantiene su carácter liberador, polémico y transformador de la sociedad.

Fuentes:

Imprenta (s.f). Historia de la imprenta. www.imprentaonline.net

Márquez, A (16 de marzo 2005). Biblioteca de Alejandría. https://www2.uned.es/geo/.

Cavallo, G y R Chartier. (2004). Historia de la lectura en el mundo Occidental.

[Archivo PDF].

Escapit, R. (1965). La revolución del libro. Unesco.[Archivo PDF].

Vallejo, I. (2019). El infinito en un junco. [Archivo PDF]

 

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Vielsi Arias Peraza (Valencia-Venezuela, 1982) es licenciada en Educación, mención Artes Plásticas, de la Universidad de Carabobo (UC) en 2005. Participó en los talleres del Ateneo de Valencia y de la Dirección de Cultura de la UC (2003). Es miembro de la Red Nacional de Promotores de la Lectura por el estado Carabobo. Es autora del poemario Transeúnte (Editorial el perro y la rana, 2005) y de La Luna es mi pueblo. Memorias del pintor Cristóbal Ruiz (Editorial el perro y la rana, 2008).

 

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