“Los fachos idos” por Fernando Guevara

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Fachos idos… Me divierten los comentarios sin sentido. Veamos: “Los chinos sembraron el Covid para vencer a Trump”, o algo así… “Maduro y Cilia van a adoptar un niño ruso, hijo de una amante de Putín”. Son el tipo de cosas que más o menos oímos frecuentemente.

Está el caso de personas con cierto grado de frustración o decepción. Esto es entendible, hay quienes tenían o sentían una legítima esperanza en ver un país mejor, sin tantos problemas, no sumido en corrupción, ni en esa bendita legalización de todo lo que es “habilitación”, tema que se ha normalizado en una gran cantidad de instituciones públicas con la responsabilidad de atender y brindar servicio a los ciudadanos.

Pero la frustración, a veces, toma signos perversos por la insólita necesidad de la aprobación del otro.

Insertarse en otro país, en otra sociedad, nuevos amigos, nuevo trabajo, trae consigo la necesidad de reconstrucción de todo eso, incluyendo de nuevos valores, de nuevos ideales incluso. El asunto es que tal necesidad parece que está llevando a algunos a renegar de sus hechos, de su pasado, incluso de sus afectos y de su familia.

Lo más común es que esto está sucediendo entre quienes en su país habían alcanzado lo que ellos mismos llaman un estatus social o profesional de “cierto nivel”. No comprendiendo que aun cuando probablemente eso sea así, no dejan de ser (no dejamos de ser) proletariados, es decir, un grupo de personas que vendemos a otras, aun si son de un estatus «menos favorecido», nuestra fuerza de trabajo, bien sea física o intelectual con la simple intención de vivir, o aquí en Venezuela, lamentablemente sobrevivir.

Ahora, caramba, hay quienes no desperdician una oportunidad para expresar su descontento con Venezuela. No me digan que no es con Venezuela, sino con el gobierno, pero es que hay que ver las loqueras que plantean, que me niego a repetirlas, pero que seguramente muchos han escuchado.

El asunto grave es la negación, el desprecio. Sí, lamentablemente el desprecio. Hay un importante contingente venezolano que ha optado por el odio. No el odio que alguna vez pregonaron desde su supuesta posición de comodidad en Venezuela contra el gobierno o mejor dicho contra todo lo que oliera a gobierno, sino contra Venezuela. Y esto me da risa porque detestan lo que alguna vez fueron o pregonaron.

Cada pueblo tiene su idiosincrasia, la nuestra es rarísima. Somos usualmente desordenados y despreocupados, pero somos conscientes y solidarios. Vivimos quejándonos, pero somos la mata del optimismo.

Somos sentimentales y alegres. Somos desconfiados y dudamos de todo, pero somos panas del desconocido que acabamos de conocer y les abrimos las puertas de las casas y del país a los migrantes que llegan a nuestra tierra pelando bolas, pero a la vez buscando echarle bolas, ¿me explico?, no sé, pero creo que me entienden.

Sin embargo, basta que algún “medio clase media”, no medio perdido, sino completamente extraviado, pose pie en los Yunaites Esteits, o en algún país europeo, como Portugal, Italia o España, para despotricar sobre su pasado caribe y su origen yaracuyano, guayanés, veguero o guacareño.

Principales especímenes de este tipo han resultado ser los sorprendidos casados con algún nieto o nieta de un siciliano que trabajo como burro para construir su destino en este país, o un gallego republicano que luchó contra el fascismo que asesinó a García Lorca, o aquellos que vinieron huyendo de las miserias que sembraron en el viejo mundo dos guerras fratricidas, o conflictos que en muchos casos tienen parte de su origen en la ojeriza que se tenían príncipes o familias i-rreales que gobernaban pequeños reinos burbujas, que solo eran piezas en el ajedrez de la geo política que buscaban afianzar poderes y alianzas para regir destinos de pueblos y recursos. Pero estoy divagando y esto no es una clase de historia, sino una descarga medio risible sobre los idos al olvido.

Irse no implica borrar lo que eres, no puedes. No te lo permite tu propio origen, tu idiosincrasia, tu educación, tu cultura. Caramba, en muchos casos irse ha implicado sufrir odio también, xenofobia, racismo, discriminación, para que también termines discriminado u odiando a aquellos que como tú se fueron más jodidos y que han tenido que atravesar fronteras caminado y que llevan en el corazón un joropo y en el paladar un sabor a hallaca.

 

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La solidaridad que hemos demostrado hasta el cansancio aquí con quienes llegaron de migrantes a Venezuela parece que no se ve en aquellos venezolanos que atestiguan la llegada de sus paisanos a donde están. De los cuales se expresan con frases como: “Es que lo que está llegando es puro malandro” o “Quién los manda a venirse por tierra” o “Esa es la chusma que Maduro nos está mandando”.

Aun no entiendo cómo es posible que, si en casi cada ciudad importante del país hay clubes italianos, casas portuguesas, hogares canarios, sirios, chinos, gallegos, alianzas francesas y hasta uruguayas, no hayamos visto fuera de Venezuela organizaciones de este tipo.

¿Será esto porque muchos de los idos, los que mejor están en otras latitudes, denigran de lo que fueron para ser aceptados en otras sociedades? Caramba, es una pregunta que me hago y que creo que merece una investigación académica o, por qué no empírica, que nos dé idea.

 

Ciudad VLC / Fernando Guevara