Un Bolívar de Carne y Hueso

Un homenaje a Miranda

El próximo 9 de julio se cumplen cien años del nacimiento de Manuel Feo La Cruz: escritor, docente integral, periodista, jurista, promotor cultural y gremial, epónimo de la Biblioteca Central del estado Carabobo.

Hijos y amigos están trabajando en la edición de sus obras completas para difundirlas a través del universo digital, cuya presentación formará parte de la programación de actividades que se realizarán en la fecha conmemorativa.

Hasta ese día, en Ciudad Valencia publicaremos fragmentos de su producción literaria. Para hoy, respetando las normas ortográficas de su tiempo, seleccionamos y transcribimos algunos de los párrafos finales de su discurso-ensayo “Un homenaje a Miranda”, escrito en 1950, que constituye el primer capítulo de su libro “Prosa de mi Texto”, publicado en 1959.

#ManuelFeoLaCruz100: Homenaje a Miranda
Miranda en La Carraca, lienzo pintado por Arturo Michelena en 1896

 

“Recios hombres de la Francia combatiente le llamaron el Justo. Miraron en él a un verdadero enamorado de la justicia humana, de la justicia cierta. Porque Miranda, por encima de sus razonables amarguras, encaminó sus actuaciones hacia el reconocimiento de la verdad y de los hombres; porque sacrificó el provecho individual ante la conquista necesaria de un bien colectivo, suprema forma de la justicia social. Y tal vez, esa espontánea dedicación trajo sobre su vida la sombra funesta de la incomprensión.

Miranda el Justo fué, por paradoja inexplicable, un perseguido de la Justicia de los hombres, representada por la incapacidad de quienes debieron dar a cada uno lo que le pertenecía y que trataron de hundirle en la humillante posición del delincuente.

Él, que se dio íntegramente, con verdadera pasión a la defensa de una causa justa, se encontró aherrojado y perseguido por quienes debieron ser sus defensores.

Observemos, tan sólo superficialmente, algunos hechos:

Su iniciación vital le colocó frente a un proceso, uno de aquellos largos y, para nosotros, risibles procesos de la Colonia. Su padre, su familia toda fué objeto de la palabra rastrera, de la intención dolosa. Y, aun cuando la verdad quedó demostrada, siempre hubo de mantenerse un lunar de mentiras sobre la clara fuente familiar.

Cuba fué testigo de otro proceso en la vida del héroe. Destacado allí por obra de sus merecimientos, como dije antes, realizó actividades comerciales al lado de un superior respetable, Cagigal, y como una desagradable consecuencia, hubo de abandonar aquella isla y fugarse al encuentro de otros pueblos más avanzados. Dieciocho largos años debieron pasar para que se estableciera su inocencia; pero, la herida de una duda, el dolor de la insidia, quedaron en la vida y el sentimiento mirandinos.

Francia, a cuya Revolución rindió esfuerzos y conocimientos, le sindicó como vulgar traidor a sus principios. Y al lado de su nombre -consigna cierta de la libertad- figuró el despreciado Dumouriez. Su defensa, ardoroso alegato de la inocencia y de la dignidad, obligó a reconocer en él altitud de miras y lealtad a toda costa. Once sesiones de febril ajetreo fueron necesarias para que el pueblo todo, el mismo que pedía a gritos destemplados su cabeza, le tomara en vilo y le llevara entre admiraciones a su residencia.

Sin embargo, luego de aquel instante de angustia y amargura, sus enemigos continuaron en el empeño de hundirle. Si las pruebas de su culpabilidad no tuvieron aceptación, se creó un ambiente de desconfianza. Miranda -decían- es la peligrosidad, es un obstáculo cuya anulación debe lograrse. Y como un sospechoso, fué condenado a la cárcel, al calabozo. Y vivió más de un año transitando caminos sin libertad.

Otra vez la palabra del indiano estremeció a la Francia, de suyo estremecida: “O soy culpable y se comete un crimen contra la sociedad dejándome impune, o soy inocente y entonces se ultraja a la sociedad, reteniéndome en prisión sin juicio ¿qué digo? sin motivo que pueda honestamente confesarse. Cualesquiera que hayan sido en la época de mi mando las intrigas que estuvieron a punto de comprometer el buen éxito de la revolución francesa, es evidente que no hay en toda la nación un solo hombre menos sospechoso que yo de haber tomado parte de aquellas maniobras; porque nadie ha dado de su conducta una cuenta más severa… Curioso es ver las acepciones diferentes y contradictorias que con respecto a mí se han dado a la palabra «Sospechoso». Desde luego y como un pretexto para perseguirme, fui sospechoso por atribuírseme complicidad con Dumouriez. Cuando quedó probado que lejos de haber sido cómplice suyo fuera su víctima, me hice sospechoso por un republicanismo racional y no revolvedor»…

En las oscuras horas del 1812 correspondió a su patria ignorarlo y calumniarlo. Diversidad de factores se acumularon para restarle ánimos al Hombre y trocar en pesimista al Militar. Y esas mismas razones le ordenaron capitular ante el arisco jefe español Domingo Monteverde.

Fueron sus propios compañeros de armas, impulsados por firmes anhelos libertarios, por ardores de lucha, por incomprensión, quienes le entregaron a las autoridades hispanas.

Su nombre se vió envuelto en el lodo de la calumnia; su integridad física, amenazada por el castigo inhumano de viles carceleros y la amarga verdad del calabozo. Los términos del Pacto recibieron la burla traicionera del hispano, y el anciano Miranda miró cerrarse definitivamente el camino de su libertad.

Sin ánimos grotescos contra sus compañeros, trazó la defensa colectiva. Escribió un documento generoso, dirigido a la Regencia, en que dejó puntualizada su conducta y la exigencia de un mejor trato para aquella provincia, cuyos pobladores sufrían el castigo de un gobierno infame e infamante.

Y se dejó morir. De la cárcel porteña pasó a otros lugares de cautiverio, hasta culminar su vida de luchas y de incomprensiones en La Carraca dolorosa, de cuya celda le rescató el arte emocionado de Arturo Michelena.

(…)

 

Necesaria conclusión

Ha sido costumbre de nuestros países suramericanos, mirar a los hombres que nos dieron libertad, en el plano de dioses y semidioses, como simples figuras simbólicas, verdaderos pretextos para justificar nuestra inercia.

¿Que nada se tiene ni nada se pretende? Allí está la historia de nuestra libertad, rica en sacrificios y hechos edificantes. ¿Que el mundo marcha y nosotros nos quedamos estacionados? Allí está la obra memorable de Bolívar, de Miranda, de Sucre, de Bello y de tantos héroes civiles y militares con nombre o sin él.

Es hora de estudiar con cariño, con encendida pasión, la trayectoria de los hombres ilustres de este país y del mundo. No con el ánimo de remover fichas biográficas, ni fechas olvidadas, sino con la intención más provechosa de lograr impulsos para la realización de nuestros sueños nacionales.

En esas vidas hay ejemplos valederos, preocupación y desinterés; visión de futuros y convicción; pasión por la obra gigante y cariño por la pequeña historia que integra la mayor.

La vida de Miranda ha sido examinada por muchos. Grandes pensadores y mediocres también, han ofrecido su biografía de Miranda; pero, es necesario que su ejemplo llegue más nítido al clima colectivo; que se consideren sus inclinaciones y realidades como patrimonio común; que, en fin, su nombre y su obra no sean sólo motivo de recuerdos superficiales, sino vivencias y sentimientos prendidos en la mente del hombre actual.

Así, con este estudio profundo y cariñoso; con esa disposición de seguir ejemplos, nos haremos dignos de él, de su memoria, de su nombre”.

 

Por: Manuel Feo La Cruz (Valencia, 9 de julio de 1921 – Ibíd., 21 de febrero de 1966)

 

#ManuelFeoLaCruz100

 

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