«Perú, gobierno sin pueblo» por Fernando Guevara

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Es simple, si son 13 partidos políticos y cada uno tienen cerca de una docena de diputados no hay manera que haya estabilidad y gobernabilidad en Perú.

Cada minúsculo grupo buscará las mejores opciones para imponer su posición y sobre todo para alzarse sobre los otros partidos del amplísimo y diverso espectro politiquero peruano.

Actualmente el Congreso está compuesto por diputados de trece partidos y el que más representación detenta, Fuerza Popular, del fijumorismo, tiene 24 diputados, el resto de la representación (si puede llamarse así, porqué, realmente ¿a quién representan?) se reparte de la siguiente manera Perú Libre, con el liderazgo de Vladimir Cerrón, que apoyó al destituido Pedro Castillo16 diputados; Acción Popular 15 diputados; Alianza para el Progreso, 14 diputados; Avanza País, tiene 10; Bloque Magisterial de Concertación Nacional (independientes liderados por Castillo), 10 diputados; Renovación Popular,  son 9; Perú Democrático, 7; Cambio Democrático, 5; Perú Bicentenario, 5; Podemos Perú, 5; Somos Perú, 5; y los no agrupados son 5 diputados.

 

Es imposible que un congreso con semejante fragmentación pueda ejercer su actividad sin sobresaltos, por decir lo mínimo, si ya para elegir su directiva debe ser un inmenso problema que será para el resto de la actividad política, si sobre todo hay una Constitución que establece que el Congreso puede destituir al presidente por incapacidad moral. Una idiotez.

 

Nadie debe entonces sorprenderse lo que ha pasado en Perú.

Pedro Castillo recibió la confianza del electorado peruano, el del Perú profundo como él lo quiso llamar y que se identificó con una propuesta de cambio que principalmente no representaba la política limeña, conservadora y virreinal que ha gobernado ese país desde siempre.

Pero Castillo cometió muchos pecados. Intentó radicalizarse al principio y no sostuvo ese impulso, fue suavizando su imagen de hombre de pueblo y hasta se quitó el sombrero, lo que me lleva a pensar que realmente no era su esencia, sino solo un símbolo de mercadeo, no supo movilizar las masas, que una vez tuvo a su favor y mucho menos permear y entender las Fuerzas Armadas que es otro símbolo de la oligarquía peruana. Castillo estaba más solo que nunca.

 

El último gran error que cometió fue llamar a la OEA. Perdón, pero más pendejo no pudo ser.

Le pidió al Lobo que visitara su establo. El Lobo lo que hizo fue terminar de organizar la matanza y conspirar con la derecha para informarles que al final, su golpe sería bienvenido.

 

En resumidas cuentas, mientras en Perú sea legal que el congreso juzgue a un presidente por “incapacidad moral” y la fragmentación política sea normal, es decir no haya un partido fuerte (entre otras cosas, estos partidos peruanos no acogen una filosofía o ideología, son partidos circunstanciales y oportunistas) no habrá posibilidad de que exista estabilidad, seguirán desgobernando pequeñas élites que responden es únicamente a sus intereses particulares.

Es que, en Perú con ese sistema político, es muy fácil poner el caldo morado. Para quien sea.

 

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