Amigas y amigos, constructores de sueños, forjadores de esperanzas: La imagen que los venezolanos nos hemos formado del gobierno de Juan Vicente Gómez es la de una dictadura férrea y brutal que logró imponer un control absoluto sobre país.
A pesar de eso, su gobierno hubo de enfrentar al menos dos conspiraciones militares sin mayores consecuencias para la estabilidad del régimen, que evidenciaron el fuerte control que tuvo sobre la institución armada: la conspiración liderada por Luis Rafael Pimentel, en 1919, y la ocurrida el 7 de abril de 1928, en pleno cuartel del Palacio de Miraflores, en la que estuvo implicado el hijo del jefe de la guarnición de Caracas para la época, el general Eleazar López Contreras.
La institución más preciada
La dictadura de Juan Vicente Gómez podría ser considerada como la más cruel y sanguinaria que sufrió Venezuela el siglo pasado, tiranía prolongada durante 27 años, cuya permanencia se explicaría en un sentido contrario a la imagen de terror que describieron escritores como José Rafael Pocaterra, Rufino Blanco Fombona y el propio Rómulo Gallegos, en Doña Bárbara.
Más allá de lo terrorífico de su gobierno, Gómez fue el creador del moderno Estado nacional, representado en la hacienda pública, el ejército moderno y profesional, la vinculación plena con el sistema económico mundial a través de la explotación petrolera (otorgada en condiciones leoninas a la soberanía nacional y al interés económico de la República), la imposición de una autoridad única y centralizada basada en la derrota del caudillismo, que condujo a la liquidación de la secular espiral de violencia decimonónica. Esos factores conjugados habrían creado las condiciones para su larga permanencia en el poder.
Visto su mandato en una perspectiva histórica, es posible considerar que la muerte del régimen gomecista no ocurrió con la desaparición física del Benemérito en 1935, sino que se prolongó hasta el 18 de octubre de 1945 (pese al debate de si el gobierno de Medina Angarita, con el carácter liberal que tuvo, podría ser considerado plenamente continuación del gomecismo); y que su crisis habría comenzado varios años antes, en 1928, con la insurgencia de la llamada Generación del 28.
La gesta protagonizada por los estudiantes de la Universidad Central de Venezuela en febrero de 1928, representada en la coronación de una reina de carnaval, la lectura de sugestivos poemas alusivos a la libertad y la democracia, además de uno que otro discurso que denunciaba las atrocidades del régimen, amén de la destrucción de una placa alusiva a la obra de gobierno del general Gómez, terminaría abriendo, con posterioridad, el camino para la difusión y promoción de las demandas de democratización de la sociedad venezolana.
La singular protesta protagonizada por el grupo de bisoños jóvenes desconcertó a la dictadura de tal manera que no tuvo forma de actuar con la contundencia y severidad que la caracterizaba, entre otras razones porque no hizo parte de su intención retornar al país a la espiral de violencia que caracterizó el siglo XIX, no invocó una insurrección popular ni apeló a las armas como forma de acción. Su mejor y más eficaz instrumento de acción fue la palabra.
Y no era que el general Gómez reparara en algún tipo de escrúpulos cuando de represión se trataba. Pero en estas circunstancias, arremeter contra esos muchachos resultaba embarazoso si se toma en cuenta, además, que una parte de ellos eran hijos de la burguesía y de una pequeña clase media emergente.
Pero el cuadro de desconcierto que afectó al régimen cambió radicalmente cuando una parte de los protagonistas de aquella protesta decidieron, ahora sí, tomar el camino de la violencia conspirando junto a un grupo de cadetes y jóvenes oficiales de la Escuela Militar para subvertir el orden de la institución más preciada del Benemérito: el Ejército; acción que brindó la oportunidad a la dictadura para actuar con la contundencia y severidad que la caracterizaba.
Formación técnica y profesional
El 7 de abril de 1928, desde tempranas horas de la mañana estalló un movimiento militar inspirado en ciertas ideas progresistas que su principal líder, el capitán Rafael Alvarado Franco, había forjado durante sus estudios militares en Chile y en la escuela de Chorrillos (Perú). Inspirado en una formación militar más técnica y profesional, reivindicaba el papel del ejército en el proceso de modernización del país, sin que ello excluyera sus propias aspiraciones personales.
Alvarado logró convertirse en líder de un movimiento que contó con el apoyo de un grupo de jóvenes oficiales y cadetes de la Escuela Militar. El Alzamiento estalló en el cuartel del Palacio de Miraflores, que aunque era la sede oficial del gobierno, no era el centro real del poder, que estaba ubicado en Maracay, lugar de residencia del general Gómez. El propio capitán Rafael Alvarado dirigió las acciones militares apoyado por los subtenientes Rafael Antonio Barrios, Agustín Fernández, Leonardo Leefmans y Faustino Valero, un grupo de sargentos y cadetes entre los que destacaba Eleazar López Wolkmar, hijo del general López Contreras.
Por el sector estudiantil destacaba la participación de Jóvito Villalba, presidente de la Federación de Estudiantes de Venezuela, Rómulo Betancourt, Jesús Millares, Fidel Rotondaro, Germán Tortosa, Francisco Rivas Lázaro, Antonio Arráiz, Juan José Palacios, Luis Manuel García y Gustavo Tejera, entre otros.
Los conspiradores lograron tomar el control del emblemático edificio, con saldo de varios muertos y heridos, e intentaron hacer lo propio con el cuartel San Carlos. Algunas versiones atribuyen al capitán Ramón González el haber alertado, antes de caer en combate, al general López Contreras del alzamiento militar. Este hecho, y el retraso de unos pocos minutos del capitán Alvarado Franco en tomar el Cuartel San Carlos, hicieron posible que el general López Contreras se adelantara en la acción, repeliendo la incursión de los alzados.
La rápida acción de López Contreras logró neutralizar el alzamiento y apresar a los sublevados. Gómez, ante este nuevo escenario, aprovechó la coyuntura y procedió a ejecutar la represión que los sucesos pacíficos de febrero le habían impedido realizar. En una declaración eufemística, el Benemérito habría señalado: “Los he tratado como un padre severo, no querían estudiar y los he mandado a trabajar”. La crueldad del régimen se manifestó plenamente. El capitán Rafael Alvarado murió prisionero en el castillo de Puerto Cabello, en diciembre de 1933, y el resto de los apresados permanecieron encarcelados hasta la muerte de Gómez.
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La fallida intentona militar también arrojó interrogantes sobre la actuación del general López Contreras. ¿Qué resultaba más importante la devoción y el amor al hijo o la lealtad al jefe? Fue transferido a comandar la guarnición del Táchira y su hijo permaneció en prisión.
Gómez fue un producto de la guerra, por eso resultó imposible derrotarlo por la fuerza. La verdadera liquidación del gomecismo comenzó por vía pacífica, con la inocente coronación de una reina de carnaval, hecho que fue capaz de desnudar al régimen. El alzamiento del 7 de abril fue una acción aventurera que sólo condujo al sacrificio de vidas humanas, sin ninguna trascendencia en la vida política del país.
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Ángel Omar García González (1969): Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, y Magister en Historia de Venezuela, ambos por la Universidad de Carabobo, institución donde se desempeña como profesor en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Educación. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Alternativo por la Columna Historia Insurgente del Semanario Kikirikí. Ganador del Concurso de Ensayo Histórico Bicentenario Batalla de Carabobo, convocado por el Centro de Estudios Simón Bolívar en 2021, con la obra “Cuatro etapas de una batalla”. Es coautor de los libros “Carabobo en Tiempos de la Junta Revolucionaria 1945-1948” y “La Venezuela Perenne. Ensayos sobre aportes de venezolanos en dos siglos”.
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