UN CUENTO DE DE NOBREGA

UN CUENTO DE DE NOBREGA

PAULA REGRESA DE DIOS SÍ SABE DÓNDE
La vida es eso, María
miedo a morir
más de una vez
(me dice)
y yo le creo. María Alejandra Rendón, poema hasta hoy inédito.

Ya me he sentido libre
vagando entre tu cuello y tus caricias
desnudé a todas las que soy
para poder hallar a la que te ama.
En esta eterna dualidad que me convierte
en alma enamorada
que refugia el misterio de tu sombra. Ana C. Saavedra.

La dedicatoria es obvia, justa y necesaria: A Ana C., la de los ojazos diáfanos y volantines, Dios me dispense la mirada caníbal de siempre.

Abro la puerta de esta casona oscura pero cubrecama a 33 grados a la sombra. Espero tu regreso sumido en mi escepticismo anarco-teísta. No he comprendido todavía el por qué de tus visiones que bajan de un cielo que desconozco, atraviesan la sala de espera inhóspita que es el Purgatorio donde moramos, y descienden a un infierno forjado por el villano Poder malsano ayudado –muy a nuestro pesar- por nosotros mismos. Cuando hablas de la necesidad urgente de la paz mundial, mi mente cochambrosa trae a colación una Miss Universo de piadosos deseos recién coronada por el engranaje quirúrgico-plástico-cosmético, o la inutilidad persistente de la ONU donde la Asamblea General es acallada a martillazos por alguna mal encarada nación potencia y corporativo-predatoria golpe a golpe, veto a veto. Discúlpame, pero el mundo me ha hecho un guiñapo de lo más descreído, no en balde la Teología de la Liberación. Ya me lo había dicho José Fran aquella vez que coordiné el estudio bíblico de la tentación de Cristo: Sol de plena intelectualidad que reseca las emociones en las ondulantes dunas de tu desierto portátil. ¿Acaso el Jesús silencioso de “El Gran Inquisidor” de Dostoievski no proviene de ese pasaje victorioso que muta en esta segunda venida literaria a Sevilla?

Seis meses sin beber aguardiente, desde que me congrego en AA, empero no logro pisotear los juanetes de mis demonios interiores. Queriendo ser Luis Buñuel, sin embargo, no me mueve siquiera disputar con el Dios de mis padres en mi fallida encarnación de un Job postmoderno y no posmodernista. Descoyuntado, eso sí, con la ciática exprimiéndome la pierna izquierda, no puedo ver los ángeles con los que dialogas en el blanco de la página o en el aire enrarecido de la casa, digo yo, a voz en cuello vestido por un rosario de nácar. No me gusta verte en ese trance místico y exaltado, pues con Santa Teresa de Ávila sobra y basta. Mucho menos cuando te encierras no se sabe en qué rincón de tu alma generosa y atribulada. ¿Por qué te cargas encima el no muy liviano encerado con el que pretendes cobijar a la desdichada humanidad desvalida?

Este paciente psiquiátrico que te quiere, pretende diagnosticar la índole del mal que creo ver en tu angustia y padecimientos. No puedo ser más peripatético e inútil, pues soy un Rey ahogado muy a pesar de las tablas que firmo jornada a jornada con un demonio idéntico a mí, quien me lleva de aquí para allá, rebotando de pared en pared, el muy taimado en su estrategia ajedrecista cínica. La transferencia y contratransferencia pertenecen a la relación entre el paciente y su psiquiatra. No es posible o, si se quiere, está contraindicada entre locarios o locatarios de este manicomio a descampado abierto y desolado. Como dice el apóstol Pablo [unos aducen que inventó el cristianismo mientras predicaba en el Areópago de Atenas y luego cosía carpas en El Pireo; otros, en cambio, especulan que practicó el psicoanálisis por correspondencia], lo que he de realizar no lo hago, mientras que lo que no debo lo dispongo en mesa apóstata a mi gusto no medicado. Qué le vamos a hacer. Me jurungo el ombligo egocéntrico para constituir un consultorio que no cura al prójimo, sino que lo juzga sin dispensación bajo la abstrusa, aterciopelada y maloliente alfombra made in China. Mis pretensiones facultativas y sabihondas se estrellan inevitablemente en el parabrisas de mi mirada entenebrecida y, en especial, de mi poca paciencia contigo: Por ejemplo, me prohíbes salir de este laberíntico refugio, como si fuese una complicada jaula de conejillos de Indias diseñado por Piranesi, para más tarde encomendarme el mandado de ir a comprarte unos cigarros Pall Mall o Beltmont en la covacha de la esquina. ¿Y entonces? Incluso cuando cantas canciones evangélicas o, peor aún, las de Menudo mezcladas con las de la Nueva Trova Cubana, que te retrotraen a la muy simpática y despreocupada adolescente que eras.

Eureka, eso es. Observo a una adolescente eterna que pretende liberarse de responsabilidades impuestas por una sociedad a la vez hipócrita, sufriente, sado-masoquista e histérica. Voy encarrilando tu historia clínica, sin reparar los boquetes que tiene la mía. Nadie más terco ni pendenciero que yo: Encuneto o, mejor dicho, embaúlo mis pensamientos peregrinos –no tendientes al suicidio pero sí a lo maledicente y lo ponzoñoso- en este informe cientificista que no tiene destinatario aparente. ¿Este río Cabriales color marrón tierra revuelta dará en el mar como resuena así de bonito la afluencia acuática de las coplas de Manrique? Quién sabe, uno no se saca el percudido en la misma quebrada, como filosofa otro griego impertinente pero afamado.

Teniendo el diagnóstico de tus afanes que brincan muy por encima de este mundo abandonado, como dice el tango simulado del rock de Charlie García encasquetado con peluca telefónica y esnifando cemento, a qué ensayista terapéutico sigo en el tratamiento que nos rescatará de esta angustia que corroe mollera, músculo y hueso. Pues el único caso de adolescencia eterna literaria que me sé es el del dipsómano Malc Lowry quien físicamente no se parece al Albert Finney de la película “Bajo el Volcán” [muchísimo menos al tío abuelo de Anita la huerfanita]. ¿Cuál de sus tratantes crítico-clínicos tiene el remedio? ¿El padre castrador Francisco Rivera o el compadrito gaucho de juergas Baica Dávalos? Intentemos, a partir de un diagnóstico diferencial, acometer la farmacopea, la terapia de shock como que no se sepa y la bla-bla-terapia. El otro caso de adolescencia eterna, real y coleando, soy yo mismo. Patología reconocida, al igual que mi inveterado y mítico alcoholismo, por mí mismo con una pequeña ayuda de grandes amigos, neuróticas cuñadas lumpen muy odiosas y hermanos indiferentes en su vacua superioridad moral.
Luigi, nuestro editor y analista culinario en tiempos de crisis [amén de gastrónomo que hace exquisita la miseria como lo elogia Fáver Páez], prosigue con su trabajo de corrección y reescritura de libros chuecos, regulares y –por qué no- superlativos, para que queden mejor impresos. No sé por qué pretendes que ambos seamos unos peluches asombrosos que respiran, dada nuestra formación trotskista a pesar de algunos ensoberbecidos trotskistas enroscados dentro [¿a favor?] y fuera [¿en contra?] de un gobierno sulaco-separatista sin pies ni cabeza. Hermana querida, Paula Carol, ni el uno ni el otro bailaremos al son de Melissa ni de Juan Gabriel, porque hicimos pacto melómano con Janis Joplin [Yo y Bobby McGee] y la guitarra metralla de Jimmy Hendrix. Coño, carajita, alguien tiene que tomar la sartén por el mango para abofetear a todo aquel que se nos interponga en la agonística existencial y sobreviviente del desmadre republicano de hambres y privaciones. No me quites a Nino Bravo en la persecución frenética y a gritos de Nohelia, y desenchufa al cursilón-insípido-cornudo de José Luis Perales, ten la bondad. De Sabina coloca el pacto de caballeros que firmó con el gamberraje de Madrid, para después apurar a sorbos cortos el fetichismo poético de Serrat con su maniquí de cartón piedra… ¿Vale? Ya se me volvió a pegar en el reseco paladar el tono castizo y sabroso de Salamanca. Ya viene el muy Luigillo con un par de anisetes pa’que la partida de ajedrez no sea seca. El libro de José Napoleón va bien, puesto que es una dilatada panorámica de la poesía que va un rato por la autopista y otro rato por ruta troncal vía Puerto Nutrias. De todos modos, nos sedujo la coreografía festiva y púber que cosiste con Luz Marina sin dedal y sin pelar un paso de baile que nos recompuso la tarde-noche.o

Leí algo tuyo por ahí que me inquieta sobremanera. Un párrafo muy extraño que sobresaltaría al mismísimo Brownie II, el peludísimo cancerbero poodle puertas adentro de tu Paraíso colmado de melocotones, miel y vainilla. Una cosa es arrancar tu poesía con el Amazonas enigmático y tan cercano como tú nos lo presentas y lo conversas divinamente; otra componer una muy inquietante apología amorosa de tus amigos los ángeles; pero no me cuadra para nada con tu discurso una teorética poética y política de tenor conspirativo. La calle en Costaguana está durísima, pero la cosa no es para desvariar ni esperar a la pelona del hambre con un templete de lo más medieval y nihilista. Explícame cómo es eso de que tu existencia toda cabe en ese párrafo de marras. ¿Acaso las últimas palabras se pueden guardar, mezclar y hacer burbujear en tan raros tubos de ensayo?

Estamos de acuerdo con el Doctor House, si he leído bien tu propio epígrafe, que el que habla con Dios es religioso empero el que escucha su voz es un psicótico sin remedio posible. Mucho peor es creerse Dios, porque la cosa no termina nada bien: Desde Nietzsche, lo había sabido su hermana desde el principio; pasando por Hitler-padrecito Stalin-Pol Pot [cuidadito con los Kim porque el primero metió en cana a pan y agua por un decenio al poeta Alí Lameda]; hasta el locadio de Jim Jones al ladito nuestro y su heredero David Koresh el patotero mayor de los davidianos [y pensar cómo nos gustaban los cómics hippies de sus folletos]. ¿Hay trata de esclavos y de blancas bajo el Triángulo de las Bermudas? A tal respecto, nos complacería que fuese cierta tu hipótesis, porque la Atlántida sería entonces un burdel más cojonudo y cachondo que el Infierno night club –o es decir pub- desternillante que aparece en la película de los Monty Python.

Ah vaina, ya entiendo. Los tubos de ensayo no pertenecen a un químico ni a un bartender. Se refiere a los nenes de probeta de los 90’s, o a los adolescentes pro beta del siglo XXI. Tienes razón, querida, las nuevas generaciones son más artificiales que los admiradores trasnochados y extempore de Steve Jobs y Bill Gates. Parodiar el Caballo de Troya de Benítez es un recurso argumentativo válido a la hora de que pontifiques infiltrada y desde allá, el asteroide Science Fiction de segunda que olvida a Phillip K. Dick y a Isaac Asimov, nuestras referencias tutelares.

A punto estuve de creer que estabas más allá de lo racional y lo fantástico, de lo material y lo metafísico. Que poco faltó para meter la pata hermenéutica e ingresarte no sé en dónde [No me refiero, claro está, a ningún manicomio, sino a algún rincón protector del corazón]. Hace poco, me cayó en el cogote un mango que pesaba más que el pan húngaro de la mejor panadería de Valencia-Sulaco. El hematoma persiste en su ardentía color nazareno. Los enfermos psiquiátricos somos nosotros, que distraídos en administrar la escasez hiperbólica de todo, no reparamos que cosas maravillosas suceden a nuestro alrededor. Habíamos pensado que la locura era sólo de poetas, no de editores balzacianos –por lo prolífico y lo trasnochador- como Luigi o compulsivos cronistas periodísticos que buscan a como dé lugar ganarse dos o tres comidas escuálidas al día.

Como cose y canta la poeta María Alejandra, el palo de mango es un oso flaco, alargado como El Greco y de frondosa melena que le saca música al techo de zinc y nos da de coscorrones con sus ñascas verdes, rojas, naranjas y amarillas.

UN CUENTO DE DE NOBREGA

 

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José Carlos De Nóbrega / Ciudad VLC