4F: Derrota militar, triunfo político… Amigas y amigos constructores de sueños, forjadores de esperanzas: Se cumplen treinta y dos años de aquellos históricos sucesos que fueron la expresión militar (la civil ocurrió el 27F de 1989) del proceso del deterioro en que había entrado el régimen puntofijista.

Dos hechos pueden ser apreciados desde una perspectiva histórica: la sentencia de muerte al modelo político pactado en 1958 y la insurgencia, progresiva, de un nuevo actor político: las Fuerzas Armadas; en plural como se decía entonces.

 

Un mar de fondo

Quienes insisten en descalificar la rebelión militar del 4F catalogándola sólo como la acción conspirativa de una logia que se había enquistado en el seno del Ejército, cuyo único fin habría sido liquidar el régimen democrático; sólo aluden a datos aislados, desprovistos del contexto histórico, pretendiendo de esa manera negar la profunda crisis del sistema.

Es cierto que Chávez comenzó su acción conspirativa muy tempranamente, construyendo un entramado de compromisos y lealtades de dimensiones considerables. Pero ese dato, con toda la potencialidad material que tuvo y se expresó el día de la rebelión, resulta insuficiente para demeritar la significación histórica del 4F.

Sin el mar de fondo que representaba la grave crisis social, evidenciada en la desesperanza de un país que no tenía perspectivas de futuro, sobre todo luego del Viernes Negro de 1983; una crisis económica y social expresada en el colapso del modelo rentista y la desaparición del Estado de Bienestar, y una crisis política signada en la desconexión entre la actuación de los partidos políticos y las aspiraciones y necesidades de la población; sin ese contexto de fondo, la rebelión militar del 4F quizás no habría pasado de ser un alzamiento militar más, como los ocurridos en Carúpano y Puerto Cabello.

Son esos condicionantes históricos los que validan y otorgan significación a la rebelión, legitimando la decisión de la juventud militar patriota de rebelarse contra un sistema decadente, que cada día daba mayores muestras de estar al margen del ordenamiento jurídico del país.

El sistema político, nacido de la traición al llamado Espíritu del 23 de Enero de 1958, había sido definido por Rómulo Betancourt, en su discurso de toma de posesión en febrero de 1959:

 

“Es falaz y demagógica la tesis de que la calle es del pueblo, el pueblo en abstracto es una entelequia que usan y utilizan los demagogos de vocación o de profesión para justificar su empeño desarticulador del orden social. En las modernas sociedades organizadas… el pueblo son los partidos, los sindicatos, los sectores económicos organizados, los gremios profesionales y universitarios”.

 

Estas palabras definían el carácter de Pacto de Élites que caracterizó al régimen puntofigista.

Pronto ese sistema comenzaría a dar muestras de ineficiencia en la satisfacción de las necesidades y demandas de la población, haciendo de la represión (selectiva y generalizada) el instrumento para contener el ascendente descontento popular.

Tres fueron los puntos de quiebre que anunciaban la crisis del modelo político: el colapso del modelo económico, evidenciado en el llamado “Viernes Negro”, el 18 de febrero de 1983; el colapso social, signado por la rebelión popular del 27 y 28 de febrero de 1989; y el quiebre institucional marcado por la rebelión militar del 4F de 1992. Hechos que demostraban la falsedad de una democracia que era presentada en el continente como la vitrina en la que debían mirarse los gobiernos de la región.

 

Una derrota transitoria

Continuando con la perspectiva histórica, la grave crisis profundizada tras el alzamiento militar, así como sus implicaciones, pueden ser resumidas en tres frases memorables de aquella jornada, que representaban distintas visiones del país y de la forma de hacer política. Senador Rafael Caldera:

 

“Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y la democracia, cuando sabe que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer…”.

 

Estas palabras, más que una convicción política del veterano senador, atendieron a su astucia para interpretar la gravedad el momento histórico y obtener el mejor provecho personal y político posible. Cuando ejerció por segunda vez la Primera Magistratura, se echó en brazos del FMI y sometió al país a un brutal programa de ajustes macroeconómicos que profundizó, aún más, las grandes desigualdades sociales existentes. Senador David Morales Bello:

 

“Vinimos [a la sesión del Congreso] para dejar muy claro que los golpistas no cuentan con aliento alguno, ni directa ni indirectamente. Se condena [la acción militar] en una sola palabra: ¡mueran los golpistas!”.

 

Tan categórica declaración era la confesión pública de la práctica represiva contra sectores políticos disidentes y la población en general que caracterizó al régimen puntofijista, evidenciada en ejecuciones extrajudiciales, desapariciones forzadas, torturas. Las manifestaciones más evidentes de tales prácticas quizás sean las masacres de Cantaura, Yumare, El Amparo y el Caracazo. Teniente coronel Hugo Chávez:

 

«Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos propusimos no fueron logrados en la ciudad capital… les agradezco su lealtad, les agradezco su desprendimiento, y yo ante el país y ante ustedes asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano”.

 

El para entonces desconocido líder militar, con estas palabras, soltaba una verdadera bomba atómica sobre el sistema político. No solo declaraba lo transitorio de la derrota, sino que, en un país sin líderes que asumieran responsabilidades, menos un fracaso; Chávez sorprendió asumiendo el fracaso de la acción militar.

En un país donde la dirigencia política era locuaz señalando al gobierno contrario y a los adversarios como causantes de los males del país, donde las amantes de los presidentes tenían tanto poder e influencia como el propio mandatario, donde un expresidente (Jaime Lusinchi) llegó a confesar que la banca internacional lo había engañado cuando firmó las condiciones de refinanciamiento de la deuda externa venezolana, que impuso condiciones de pago leoninas a la República, situación que evidenciaba que no fueron agentes del Estado venezolano quienes negociaron y redactaron los términos de esa negociación, situación que demostraba la poca intención y disposición de esos gobiernos para ejercer la soberanía nacional como principio garante de la existencia republicana.

En un país donde ocurrían esas situaciones, Chávez daba una muestra de valentía y dignidad asumiendo la responsabilidad de lo sucedido. Una declaración con la que, seguramente, también pretendía disminuir la culpabilidad de los subalternos que le acompañaron, teniendo en cuenta el principio de obediencia y subordinación que caracteriza la institución castrense.

 

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En esa conducta responsable y valiente, Chávez fue coherente durante toda su vida pública: encarando a los golpistas en Fuerte Tiuna el 12 de abril de 2002; asumiendo la derrota de la Reforma Constitucional en 2007, e indicando el camino a seguir en caso de su fallecimiento, en diciembre de 2012. En cada uno de estos momentos, el líder revolucionario dio un paso al frente para enfrentar la situación y asumir las consecuencias que las circunstancias podían deparar.

Cual si fuera un mago desapareciendo objetos de un escenario, la conducta moral de Hugo Chávez asumiendo la responsabilidad de los hechos el 4F terminó convirtiendo (sin que expresamente haya sido su intención) una derrota militar en un triunfo político. La Venezuela de hoy está marcada por ese hecho de hace treinta y dos años.

 

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"La Campaña de Oriente de 1813", por Ángel Omar García

Ángel Omar García González (1969): Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, y Magister en Historia de Venezuela, ambos por la Universidad de Carabobo, institución donde se desempeña como profesor en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Educación. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Alternativo por la Columna Historia Insurgente del Semanario Kikirikí. Ganador del Concurso de Ensayo Histórico Bicentenario Batalla de Carabobo, convocado por el Centro de Estudios Simón Bolívar en 2021, con la obra “Cuatro etapas de una batalla”. Es coautor de los libros “Carabobo en Tiempos de la Junta Revolucionaria 1945-1948” y “La Venezuela Perenne. Ensayos sobre aportes de venezolanos en dos siglos”.

 

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