Hace algún tiempo, el paseo preferido de las familias valencianas era el del cerro «El Calvario», construido seguramente en los albores del guzmancismo, con forma de «caracol».

Al oeste de la ciudad y al pie del imponente Guacamaya, arquitectos del terruño, con ayuda de algún genio europeo, planificaron esta obra que despertó curiosidad en la gente, aun cuando pudo haber pasado desapercibida entre algunos gobernantes porque, durante los últimos 40 años, ha sido victima de la mas insólita indiferencia, permitiéndose la invasión de su curiosa vía, restándole su encanto, que bien habría podido ser incluida en algún plan turístico o recreacional.

No pretendo ahondar en los detalles de su construcción, ya que solamente deseo tratar lo anecdótico de su permanencia; es decir, como un paisaje interesante o curioso, visto con los ojos del cronista.

Su trazado helicoidal, permitía el acceso de pequeños vehículos allá por los años 50, los últimos que conocieron su atractivo.

En sus comienzos, fue utilizado por gente a caballo o en coches a tracción de sangre, aun cuando resultaba muy interesante como paseo, porque a medida que avanzábamos en el helicoide, podíamos contemplar un bello paisaje de bosques, calles, tejados, las iglesias y sus torres y por ultimo, en su cúspide: el hermoso y cercano Lago de Valencia.

Finalizaba el cerro en una explanada de una media hectárea en cuyo extremo norte se ubicaba una cruz de madera, que se vestía de luz, color y flores en el mes de mayo. Antes había recibido un toque de oración en la celebración de la Semana Santa.

Se inunda de risas y alegría por los meses de agosto y septiembre, cuando la muchachada escolar llegaba con sus «samuras y papagayos» aprovechando la permanente brisa que soplaba con los vientos alisios del otoño cercano.

 

En los días más luminosos, se podía divisar a simple vista, las islas de La Culebra y La Chimada y los contornos de Isla Tacarigua, en el espejo del Lago, hacia el este, mientras
que al sureste, contemplábamos la imponente belleza de la cercana, «Cueva de la Guacamaya» que mas de una vez la curiosidad nos hizo explorar.

Las casas se ubicaban en la falda del cerro, lo que permitía admirar las bellezas del contorno: la sabana de Los Colorados, el serpenteante camino de El Trigal, de la Isabela, Mañongo y el Rincón… La vía del tren, se perdía entre los camorucos, mientras que hacia el cerro el Morro, la carretera marcaba una fina línea en el horizonte. Al oeste: La Romana…!

En diciembre, el camino se cubría de campanitas moradas, amarillas y blancas, florecían los cundeamores, el Palotal y los helechos colgaban como farolas, al borde de aquellos muros de piedra que daban la vuelta como un caracol. En las misas de aguinaldo, un tropel de jóvenes ascendía El Calvario, bien abrigados para protegerse del frío intenso de la época.

Algunos se llevaban las empanadas, arepitas y el termo de café para hacer el desayuno en la hermosa colina. Otros portaban los instrumentos que amenizaban con aguinaldos el ambiente y allí nos sorprendía la salida del sol..!

Los novios aprovechaban la ocasión para hablar de sus cosas, lejos de la austeridad «las visitas»…

El cerro de "El Calvario"
El cerro de «El Calvario»

 

– ¿Recibiste mi carta?

– ¿Cuál carta niño? ¿De qué me hablas?

– Bueno, pues, donde te decía que estaríamos acá solitos.

– ¿Solitos? No viste que tuve que traer a Fernandito, mi sobrino? Si no, no me dejaban venir a la misa, ¡chico!

– Ah pues!… Ahora si que la pusimos de oro, ni un besito nos daremos mi cielo?

– Bueno, un besito si, pero cuando se vaya a jugar con la perinola. Epa! Fernandito! Tome su perinola, pero no se vaya muy lejos, para que yo lo pueda ver!

– Como que no se vaya muy lejos? Será que se vaya bien lejos!!

– Deja la impertinencia vale, que si se cae y se aporrea, se nos acabó el paseo.

– Eso también es verdad! Me vas a dar un besito? El carricito está juega que juega con su perinola!

– Pero fíjate que aquel señor que está sentado allá, no nos quita la vista de encima, que impertinente!

– Ese es el virolo que cuida aquí. Parece que nos viera, pero que va, tiene los ojos hacia acá pero mira de frente!!

– Si, todo lo arreglas a tu manera!! Cómo sabes que es virolo?

– Porque ayer estuve aquí!! Digo, que ayer lo vi allá abajo!

– Pero si hace un rato me dijiste que tenías tiempo que no venías!!! Ah no vale!! Así no!! Con embustes no!!!

– Y quién te está diciendo embustes? Yo soy acaso un embustero?

– No te hagas el inocente que yo te vi cuando le pelabas el diente a la vieja que estaba al lado del púlpito!! Zángano!!!

 

El cuento de siempre. El cuento de nunca acabar. Con él nos vamos a tropezar en todas estas historias de mi Valencia!

 

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