EL ÁNGEL DE LA NAVIDAD

EL ÁNGEL DE LA NAVIDAD. José Carlos De Nóbrega

Encontré en una crónica post capitalista del viajero Álvar Nuñez Cabeza de Vaca (el autor de Naufragios en la época del Descubrimiento, el Encuentro bipolar o de la resistencia nativa sioux maya caribe o inca), un curioso fragmento de la bitácora cuando la expedición arribó a Miami, Florida.


«Nuestra nave interestelar aterrizó en la Florida, específicamente en la localidad de Miami. Una ciudad ruidosa con sabor a salsa con mucho ají picante en la articulación multitonal de la lengua española. Una masa humana hacía de las suyas, integrada por hormigas multicolores bullendo en una colmena de luminosidad chillona, hecha añicos en el asfalto de la cosmopista.

«Intercambiamos nuestras morocotas por comida cubana, ropa vieja, arepas y hallacas venezolanas. El dólar era una moneda debilitada por los equívocos del Tesoro imperial. Sólo se aceptaba el euro y el bolívar como moneda extranjera de referencia comercial. El patrón oro regresó con sus fueros.

«El bochinche era ensordecedor, anárquico y enceguecedor, cuando de las aguas de la bahía una sirena nazarena, proveniente del sur, emergió desprendiendo un aroma a guayabas maduras.

«Ella estaba acompañada por una bandada carnavalesca de tucusitos, tucanes, paraulatas, turpiales, torditos y guacamayas que hicieron enmudecer a la ciudad. Los gatos, especie en extinción, se regocijaron con la dama vestida de carrubio. Corrieron en los tejados y maullaban de gusto, reproduciéndose como por arte de magia.



«La poeta, quién más podría ser, esbelta y de elegante andar, arrastraba un carro muy grande que fletaba unas cajas enormes. Su belleza proverbial nos pasmó en baboso asombro. Unos poderosos ojos selva, cabellera castaña cautivante en cola de caballo brioso, pecho tachonado de estrellas que se tuestan a sí mismas, piernas majestuosas como columnas de caoba y unas caderas en las que duerme y se contenta el sistema solar entero.

«Repuestos de los encantos de tan increíble beldad, todos nos preguntábamos qué contenían las cajas que transportaba con tanta solemnidad.

«De sus prodigiosas, hacendosas y velluditas manos de poeta, sustituyó la parafernalia de los rascacielos de cristal opaco por una estancia sobrenatural. Se plantaron, dibujando una cuadrícula, en cada punto de inflexión o vértice un samán, un araguaney, un bucare y un caobo. Bajo sus frondas, se aparejó una mesa de manjares apetitosos y bebidas gustosas, como si se reeditara el episodio de las bodas de Cana de Galilea.



«Se sentaron con Ella dos lunas y dos soles que describían elipses de amor filial indescriptible a su alrededor. Muchos fueron los llamados al banquete, pero pocos los que allí acudieron. La mayoría, espantados por un nacimiento hiperrealista que el propio San Francisco había colocado al pie del caobo, decidieron enclaustrarse en la abyección de su riqueza individualista y pobreza consumista. Si había de llegar el Apocalipsis o fin de los tiempos, más les valía la compañía silente y fetichista de corotos inútiles.

«Me incorporé con el resto de la tripulación al fabuloso ágape. Cenamos no sin el estrépito festivo que marcaba la cadencia y la melodía de este no lugar y este tiempo dulce de lechosa que trizaban la mezquindad del mundo. El cordero de Dios, un Cristo irreconocible con los harapos de Panchito Mandefuá, reía sin parar como un rayo que no cesa. Claro, el poeta Miguel estaba también con nosotros, departiendo de lo lindo con la bandada de aves tropicales que veraneaban en el invierno del norte.

«La moraleja de esta visión que nos seduce y nos llama a retornar a la cálida matriz materna, estriba en dos cosas. Primero, como dice Thomas Merton, el Apocalipsis no es más que la Navidad revisitada. El fin del mundo no es ni más ni menos que el alumbramiento de otro mucho mejor. Y segundo, esta resurrección de la humanidad en la Navidad, no depende de la exuberancia del banquete sino del acto de amor al prójimo que implica compartirlo en espíritu comunitario. El verdadero y auténtico amor se mueve en las catacumbas de la Fe y sus contradicciones, y no en palacios estrambóticos y de bullanguero aire rococó vaciados de alma y afectos».

EL ÁNGEL DE LA NAVIDAD. José Carlos De Nóbrega

 

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José C. De Nóbrega / Ciudad VLC