«El sueño encantado de la Feria», por Douglas Morales Pulido

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Sin distorsiones oníricas, la Feria Internacional del Libro pasó con la fugacidad de los sueños buenos.

En diferentes espacios culturales a saber: la Casa Nelson Mandela, antigua casa de OBE; el Museo Casa Páez; Museo de Arte de Valencia, extinto Ateneo; Centro de Artes Vivas «Alexis Mujica», ex-Centro de Amigos, desapareció la chocante diferencia entre trabajadores intelectuales y manuales.

Por alucinantes 72 horas todo fue un lindo trajín de poetas, escritores, aficionados y aprendices deambulando entre un lugar y otro. Reencuentros y reconciliaciones; la ciudad ebria de cultura en saludable competencia para disfrutar las presentaciones, los bautismos de libros, charlas, exhibiciones, gangas de novedades literarias, cantos folclóricos y profanos.

Fue un armisticio al «mal de ojo» y la pretensión hedonista brilló por su ausencia. Cultores bohemios o abstemios, místicos y ateos, por horas de ensueño, fueron «hormigas de la misma cueva».

El arte brotó como hábito en el sentimiento popular y se dio un paso en la escala más alta de la cultura. Valencia se educó más plásticamente e hizo pininos hacia un mundo más modelable en pro de una vida más perfeccionada.

Pero como en la inolvidable canción de Joan Manuel Serrat «Fiesta» la Filven se acabó.

“Vuelve el rico a su riqueza, vuelve el pobre a su pobreza, la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el señor cura a su misa».

 

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Douglas Morales Pulido