Amigas y amigos, constructores de sueños, forjadores de esperanzas, el pasado 6 de julio se cumplieron ciento veintisiete años del nacimiento de Isaías Medina Angarita, uno de esos personajes sobre el que la historiografía venezolana mantiene una posición dividida, sobre todo en lo relativo a su ejercicio de gobierno.

Un péndulo que oscila entre los siguientes extremos: considerado por unos heredero y continuador del régimen gomecista, porque durante su gobierno no fue posible alcanzar las transformaciones políticas fundamentales que aspiraba la sociedad venezolana; mientras que es considerado por otros como uno de los presidentes más democráticos que ha tenido el país, obra que habría sido truncada por la acción ambiciosa de un sector de la joven oficialidad militar junto a militantes del partido Acción Democrática, quienes impulsaron el golpe de Estado que dio al traste con su gobierno y terminó liquidando esa experiencia de transformación gradual de la sociedad.

 

Asegurar su continuidad

En cierta forma se puede admitir la idea de un Isaías Medina Angarita heredero del gomecismo, pues el origen de su mandato estuvo sostenido, por una parte, en lo establecido en el texto constitucional vigente, que mantenía muchos principios y visiones del régimen iniciado por Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez; y por otra parte, en que un criterio fundamental que privaba en buena parte de la clase política, para la postulación como candidato y elección como presidente, por parte del Congreso de la República como era la de ser andino y militar.

Desde esta perspectiva, el gobierno de Medina Angarita habría tenido un propósito fundamental: mantener la estructura y funcionamiento del sistema político y asegurar su continuidad en el tiempo. Propósito que pareció confirmarse en la medida en que las demandas de democratización de la sociedad venezolana, relativas a la elección por votación universal, directa y secreta del presidente de la República, se vieron frustradas tras la reforma constitucional del año 1944, que no solo mantuvo el sistema electoral de tercer grado, sino que  restringía la participación de las mujeres a la elección de concejales y legisladores regionales, y continuaba prohibiendo la participación de analfabetos. Lo que significaba que casi dos tercios de la población estaban excluidos para ejercer este derecho político.

Este es el principal y más sólido argumento contra el gobierno del general Medina Angarita, su incapacidad para satisfacer las demandas de democratización de una sociedad que había entrado en una cada vez más convulsionada vida política, en la que la elección directa y secreta del presidente de la República aparecía como la mayor de las conquistas políticas que podía alcanzar el pueblo venezolano.

La aspiración de establecer el voto universal, directo y secreto como mecanismo para la elección del presidente de la República y los integrantes del poder legislativo se constató cuando la población participó masivamente en la elección de la madrina de la VII Serie Mundial de Beisbol Amateur, un evento insignificante que alcanzó polarización y dimensión nacional, pues se convirtió en el espacio para medir la popularidad y el respaldo tanto al gobierno del general Medina Angarita como del partido Acción Democrática. Esto por cuanto la madrina de la Serie se escogería por votación popular y directa entre las dos principales candidatas al reinado, vinculada, una al gobierno nacional y la otra al partido Acción Democrática.

 

Convicción democrática:

Pero al mismo tiempo resulta injusto considerar a Medina Angarita como continuador del gomecismo, pues su ejercicio de gobierno se distanció considerablemente de las prácticas represivas y criminales ejercidas durante los gobiernos de Juan Vicente Gómez. En estricto apego a los hechos, no había en los años transcurridos del siglo XX, y echando la mirada hacia atrás, desde el comienzo de la República, un gobernante que haya respetado tanto las libertades públicas y realizado esfuerzos por abrir un sistema político tutelado por fuerzas conservadoras como lo era el sistema político postgomecista del general Medina Angarita.

De hecho, las circunstancias que rodearon el golpe de Estado del 18 de octubre de 1945 y los argumentos finales que esgrimieron sus autores respecto del fracaso de una candidatura consensuada, luego de la inhabilitación por enfermedad del embajador Diógenes Escalante, solo es posible comprenderla en el marco de la apertura política otorgada durante el gobierno de Medina, la cual no solo estuvo circunscrita al ámbito de la legalización de los partidos políticos, el primero y más significativo, Acción Democrática; sino que también abarcó la libertad de expresión; la inexistencia de presos por razones de militancia o acción política, total garantía para la manifestación política, plenas libertades sindicales y derecho a huelga, entre otros.

Las contradicciones presentes en el gobierno de Medina Angarita deben ser observadas bajo el famoso aforismo de José Ortega y Gasset: “Yo y mis circunstancias”, porque fueron las circunstancias que abarcaban un sistema político complejo, que él no supo y no pudo controlar, las que determinaron su incapacidad para satisfacer las demandas de democratización de la sociedad venezolana.

La contradicción existente entre una institucionalidad forjada bajo la férrea convicción de imponer el orden y restablecer la paz a un país que tuvo una centuria de guerras, convicción que tomó cuerpo y alcanzó formas de imponerse durante los gobiernos de Cipriano Castro y Juan Vicente Gómez; y una sociedad que experimentó, sobre todo después de la muerte de este último, en 1935, un lento y efervescente aprendizaje democrático (lo de “efervescente” no es una metáfora, recuérdense los convulsionados días que siguieron a la muerte de Gómez y los sucesos del 14 de febrero de 1936); fue un dilema que el gobierno de Medina Angarita y sus asesores no lograron comprender ni manejar.

 

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Las presiones provenientes de sectores del ejército que aspiraban continuar siendo el factor de mayor peso e influencia en la sociedad venezolana, las aspiraciones políticas de individualidades como el general Eleazar López Contreras, quien no ocultaba sus aspiraciones de volver a ser presidente de la República, y las demandas de los partidos políticos legalizados por el propio gobierno que aspiraban una mayor democratización de la sociedad, sintetizan los mayores retos que el gobierno debía enfrentar, y a los cuales no supo responder con eficiencia.

Sin embargo, nada de esto es óbice para considerar al general Isaías Medina Angarita como un demócrata, una condición que se puso de manifiesto durante el golpe de Estado, el 18 de octubre de 1945, negándose a reprimir el alzamiento militar cuando todavía podía hacerlo, para evitar derramamiento de sangre. Una lección de humanidad que no fue aprendida por uno de los conspiradores civiles del 18 de octubre: Rómulo Betancourt, quien no dudó en derramar toda la sangre necesaria para sofocar los alzamientos militares en Carúpano y sobre todo Puerto Cabello, de los que acabamos de conmemorar sesenta y dos años.

 

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"La Campaña de Oriente de 1813", por Ángel Omar García

Ángel Omar García González (1969): Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, y Magister en Historia de Venezuela, ambos por la Universidad de Carabobo, institución donde se desempeña como profesor en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Educación. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Alternativo por la Columna Historia Insurgente del Semanario Kikirikí. Ganador del Concurso de Ensayo Histórico Bicentenario Batalla de Carabobo, convocado por el Centro de Estudios Simón Bolívar en 2021, con la obra “Cuatro etapas de una batalla”. Es coautor de los libros “Carabobo en Tiempos de la Junta Revolucionaria 1945-1948” y “La Venezuela Perenne. Ensayos sobre aportes de venezolanos en dos siglos”.

 

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