Es una larga tarde de octubre y afuera la vida sucede. Hay un cielo, muchos árboles y una calle a la espera de algún transeúnte. Es una tarde como todas las tardes del mundo, salvo que ha llovido y ese cielo y esos árboles y todas las calles del mundo lucen más bellas después de la lluvia.
Aún sin salir de mi asombro y vagamente envuelto en el paisaje, veo venir al camarada Juan Francia (San Joaquín, 1919-Mariara, 2001), con su lento e insondable caminar, valiéndose de su bastón, con el que a cada paso que da dibuja un círculo en el macadam, otras veces un signo de interrogación. Es harto difícil descifrar cuántos arabescos ha esbozado nuestro amigo con su improvisado “lápiz” de madera en forma de garabato, en compañía de “Literato”, su perro, ambos inseparables.
Como un cielo sin nubes es juan, siempre claro, gracias a la sabiduría que concede la vida a esa edad crepuscular (entonces, 80 años recién cumplidos). Él es un hombre sencillo, tan sencillo como su nombre. “Juan”, simplemente “Juan”. Como sencilla es también su indumentaria: desteñida guayabera color pastel y blancos pantalones de lino con el ruedo doblado, y unos calzados de goma tan blancos que resplandecen por efecto del recién salido sol de las tres de la tarde. Ah, y unos grandes espejuelos de “culo de botella” sobre su imponente nariz, acompañado de unos ojos de mirada vidriosa y aguda que le otorgan un leve parecido con Raskólnikov, el personaje de ficción protagonista de la novela Crimen y castigo de Dostoievski.
Después del saludo de rigor, Juan toma una vieja silla de mimbre y se sienta junto a mí a recorrer los enrevesados caminos de la memoria. Ora nos pasea por la historia local y nacional, no contada; ora por la historia universal, haciendo hincapié en el aspecto político-ideológico.
Recuerda con lucidez desde los aciagos años de la dictadura gomecista, de la Rusia zarista y posterior triunfo de los bolcheviques, hasta la caída del Muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría. La historia política contemporánea tampoco le es ajena. La palabra “Revolución” sale a colación una y otra vez, a lo largo de la conversa, con la diferencia de que en sus labios adquiere un brillo muy especial.
Yo me inicié en la lucha política en 1943, cuando con los otrora compañeros, Agustín Villena, Carlos González, el “negro” Izarra, Bill González y Julio Artidoro “Milo” González, fundamos la sede del PCV en Mariara. Luego fundamos también el Sindicato Campesino (recinto que también hizo las veces de cárcel, durante la cuarta República). Allí estaba encargado de la secretaría de reclamos cuando caí por vez primera en los calabozos de la dictadura.
Nunca había pisado la puerta de una prisión, pero tuve que pagar con mi libertad la convicción en mi ideal de vida. Estuve dos años encerrado en una cárcel ubicada en el centro de Valencia, cerca de la Facultad de Derecho, de allí salí y nuevamente me detuvieron en los sucesos del 23 de enero.
Recuerdo que la efervescencia revolucionaria se elevó de tal manera que hasta vino a nuestro país el vicepresidente Nixon a ver cómo estaba la situación y le patearon el carro presidencial. Dicha patada quedó inmortalizada en una fotografía de la revista Life, en español, publicada el 16 de junio de 1958 (para obtener más información al respecto consultar la revista Extra-Cámara, Número 14, en la cual aparece un excelente trabajo).
Esto me deparó después algunas satisfacciones porque como reconocimiento a mi consecuencia revolucionaria tuve la oportunidad de viajar a varios países. Estuve en México, Cuba, Panamá, Ecuador, Perú e hice una estadía en Rusia. Pude conocer la Plaza Roja de Moscú y el Ermitage, uno de los museos más grandes del mundo. Es necesario disponer de muchos días para recorrerlo. También conocí el teatro Bolshoi y el estudio de Lennin.
Después cuando regresé a Venezuela estuve mucho tiempo recordando esos gratos momentos. Quería seguir viajando y conociendo otros lugares. Eso me producía cierta nostalgia al saber que ese sueño era imposible por carecer de recursos.
Hago estas anotaciones poco antes del Día Internacional de los Trabajadores, fecha en la que se conmemora la huelga general de la clase trabajadora acaecida un primero de mayo de 1886; lucha reivindicativa con la cual se conquistó la jornada laboral de ocho (8) horas y se le rinde justo tributo a las víctimas de la represión que se desencadenó, culminando con el encarcelamiento y pena de muerte a los ocho sindicalistas anarquistas, recordados como los “Mártires de Chicago”: Michael Schwab, Louis Lingg, Adolh Fisher, Samuel Fielden, Albert R. Parsons, Hessois Augyste Spies, Oscar Neebe, George Engel. Louis Lingg, el día anterior a su ejecución, apareció en su celda herido de muerte, con un cartucho de dinamita explotado en su boca.
El 21 de junio de 1886, se inició la causa contra treinta y uno de los responsables de la huelga por la jornada de “ocho horas de trabajo, ocho horas de ocio y ocho horas de descanso”, llevada a cabo por más de doscientos mil trabajadores…
Aquí el primer revolucionario de este pueblo fue Facundo Tovar, prosigue nuestro personaje, un negro zambo descendiente de esclavizados, mejor conocido como el “Negro” Facundo. Él se sentaba allá (señalando hacia la plaza Bolívar, a escasos 100 pasos de su modesta casa), bajo la sombra de un árbol de jabillo, cuyas gruesas raíces hacían las veces de sillas, a conversar con los jóvenes y a leer La Esfera y El Heraldo, diarios de la época.
Bajo ese árbol florido se reunían también los peones que trabajaban en la hacienda gomera para plantear sus conflictos con el administrador. Facundo les escuchaba y seguidamente canalizaba sus reclamos, cuestión que le valió una breve pasantía en los calabozos de la dictadura. Eso fue por allá por los años 30 aproximadamente. Yo era un mozo de diez años. Recuerdo que en ese sitio llamado “Los Jabillos” funcionaba un mercado los fines de semana. Allí venía desde Vigirima un señor al que le decían Maco-Maco, con una carreta de mula a vender frutas. Marcelino Garboza vendía mazamorra y Lino Blanco vendía tere-tere y hallaquitas.
Nuestro amigo no fuerza nada, es su recuerdo luminoso lo que cuenta para dibujarnos esa estampa de comienzos del pasado siglo XX. Todo ello aunado a la curiosa musicalidad de sus nombres.
Ahora, Juan estira las piernas y se reacomoda en la silla de mimbre, cierra levemente sus ojos para atrapar un recuerdo oculto en los meandros de su memoria y afirma con voz sentenciosa:
Entonces, José Domínguez (personaje del pueblo) tuvo la visión de apartar ese espacio referencial para construir la plaza Bolívar. Él fue prácticamente su fundador. Algunos años después me fui a trabajar al club Bolívar, en Maracay, al lado de lo que hoy día es la Gobernación.
Dicho club era propiedad de Gómez, a quien veía llegar todas las tardes con sus edecanes, familiares y amigos. Yo trabajaba en toda la esquina de la terraza donde se reunían las damas de sociedad con sus respectivos hijos.
Recuerdo que en una ocasión faltaba una mesa y salí corriendo a buscarla, y un mono que solía ubicarse cercano a la bomba de agua que quedaba en la entrada del local, me echó garra y me las vi negras, pues casi que pierdo la mano. Allí quedé marcado para siempre.
Doblemente marcado, nos diría nuestro interlocutor, en algún momento del compartir, ya que pasado el tiempo al caer en manos de la siniestra Seguridad Nacional, durante el gobierno dictatorial de Marcos Pérez Jiménez, quedaría cruelmente marcado por los múltiples cachiporrazos recibidos en pleno pecho, esto aunado a las continuas descargas eléctricas aplicadas por los esbirros en las partes íntimas de su cuerpo.
Sí, marcado quedó Juan. Los gobiernos de facto sienten especial predilección en marcar a la gente que piensa y sueña en demasía, sobre todo a los poetas, artistas e intelectuales que mantienen una posición crítica y humanista, contraria a su ideología reaccionaria.
Juan habla con voz calma, sin perder la compostura. En ningún momento escuchamos de sus labios una palabra de odio o de resentimiento, las bajas pasiones mucho hace que las descartó de su habla cotidiana. Tal pareciera que no tuviese enemigos; al contrario, se ufana de gozar de la amistad de muchos jóvenes del sector cultural, desde que “milita” en el Taller Literario Hojas Sueltas, escribiendo y publicando una poesía lo más parecida a la vida.
Con respecto al Teatro de la Tercera Edad, te podría decir que no teníamos experiencia en las tablas pero sí el entusiasmo de hacer algo novedoso, y eso nos obligó a tomar muy en serio nuestro trabajo. Por ejemplo, a mí me pusieron unos bigotes de este tamaño (coloca las manos a ambos lados de su rostro). Yo tenía que representar a un personaje llamado Don… (Nuestro amigo entra en un elocuente silencio que se siente, luego hace un gesto como dirigiéndose a “Literato”, su perro). ¡Cónfiro! ¿Cómo era que se llamaba el personaje? (el fiel animal abre el hocico y no ladra, más bien pareciera que le susurrara, que le dijera: ‘el personaje se llamaba Don Damián, ¿no recuerdas que me llevaste al teatro Arlequín a ver el estreno?’).
Ahora, nuestro singular amigo se acomoda los lentes, toce, saluda a los transeúntes que pasan, dobla delicadamente la Tribuna Popular que sostiene entre sus manos y con voz convincente afirma:
Nuestra agrupación, estaba conformada por un destacado número de teatreros como Petra Ascanio, Petra Angélica Machado, Olga Vásquez, Nayla Abí Hassan, David Osío, Obdulio Pastrán, Clarisa Pastrán, Sol Machado, Henry Vásquez y quien suscribe, Juan Francia (cuyo nombre, dada su dilatada trayectoria en el ámbito cultural local, debió llevar el actual Teatro Urbano, antigua sede del Anfiteatro).
Esta hazaña apenas duró dos años, pero logramos hacer varias presentaciones en el Teatro Arlequín de Valencia y en el Ateneo de Caracas, con bastante éxito. Por la edad octogenaria de la mayoría de sus integrantes (ya fallecidos), el grupo sentó un precedente en el ámbito teatral, más allá de nuestras fronteras, pues solo existe otro Teatro de la Tercera Edad, en un país de Centroamérica.
Al término de la conversa hago un paneo con la mirada y no consigo ningún indicio en las paredes que identifique su militancia político-partidista. Ningún afiche, ningún retrato, ninguna pizca de dogmatismo. Seguidamente, vuelvo la mirada hacia la improvisada cantina que posee, como único bien material, y tan solo alcanzo a ver algunos potes de sardina, a cierta distancia uno del otro, y unos pocos comestibles y chucherías que exhibe en su austero mostrador. Tal vez, como única recompensa a tanta lucha y consecuencia revolucionaria, a toda una vida por alcanzar un sueño.
Ejemplo de humildad en la praxis política, que marca distancia con ciertos camaleones disfrazados de “rojo rojito”, tan solo como burda fachada, con la aviesa intención de obtener un cargo en alguna instancia de poder, saciar sus intereses crematísticos con su corrupta administración, hasta finalmente, bajarse del autobús de la revolución donde se colearon y correr a abrazarse con la derecha fascista, para desde allí despotricar del proceso revolucionario, una vez alcanzado sus innobles fines. Huelgan los “ejemplos”.
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El sol de las tres de la tarde ya no está en su lugar y las sombras bajo los árboles ahora lucen alargadas y la calle sola se ha llenado de transeúntes y el cielo ya no es el mismo cielo. Aunque juan sigue siendo el mismo Juan, el viejo camarada, el apacible y rebelde soñador…
(Continuará). ¡Salud, Poetas!
…
*Esta crónica, ahora corregida y ampliada, fue publicada en el libro «Imagen y memoria de la aldea» (2006), por la editorial El perro y la Rana, en la colección «Cada día un libro».
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Mohamed Abí Hassan (El Tigre, 1956). Poeta, artista visual y editor independiente. Licenciado en Educación, Mención Artes Plásticas (cum laude), por la Universidad de Carabobo (UC). Ha ejercido la docencia en la UC y en la Universidad Arturo Michelena. Ha sido colaborador en las revistas Poesía y La Tuna de Oro (UC). Primer Premio II Bienal de Literatura Gustavo Pereira, Mención Poesía 2013; Primer Premio IV Bienal de Literatura José Vicente Abreu, Mención Poesía 2016; Primer Premio Concurso Nacional del II Festival 3.0 de Historias Comunales Ramón Tovar (2022).
Formó parte de la Comisión Rectoral del Encuentro Internacional de Poesía de la UC. Coordinó el Taller de Formación de Cronistas Comunales en Mariara, estado Carabobo, auspiciado por el Minci, la Revista Nacional de Cultura y el Centro Nacional de Historia. Actualmente se desempeña como facilitador de talleres de iniciación en la creación literaria, así como talleres sobre patrimonio histórico.
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