“Los oficios de Ana Enriqueta Terán” por Vielsi Arias

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Vielsi Arias, autora de la columna de Ciudad Valencia "Ciudad Escrita"

El pasado 4 de mayo se conmemoraron 105 años del nacimiento de la poeta venezolana Ana Enriqueta Terán, quien vivió sus últimos años en Valencia.

En año 2009 se editó el número único del periódico Estación Sur, una iniciativa de Laura Antillano, Jesús Puerta, Francisco Ardiles, Orlando Zabaleta, María Narea, Pedro Téllez, Gustavo Fernández Colón y Victorino Muñoz, a la que fui invitada a participar en la página Memoria en uso. Allí publiqué una semblanza sobre mis días al lado de Ana Enriqueta Terán. En honor a su centenario, quisiera compartir en esta entrega parte de ese texto:

Comienzo esta  semblanza sobre la amistad y el afecto para la poeta Ana Enriqueta Terán (AET) con unas palabras que pronunció en Valera hace algunos años con motivo de un acto en su homenaje:

 

Nací en Valera, en la entonces hacienda de caña Santa Elena, un 4 de mayo de 1918. He recorrido parte muy extensa y civilizada del mundo, pero mi corazón ha sido fiel a mi provincia natal. Quien busca identidad la encontrará principalmente en lugares de la infancia. Ese es mi caso, y le ofrezco a los que me escuchan, en especial, a los jóvenes, imágenes contiguas a otra más inocente realidad, cuando valles, ríos y montañas permanecían no contaminados… también dos peticiones, la primera, amor por Venezuela, nación tan poco amada. El segundo amor por los oficios. Que al lado de los avances de la técnica, las ciencias, las artes, florezca la austera ternura de un oficio.
 

Llegué a casa de AET en marzo del 2006, a través del poeta Juan Calzadilla, quien solicitó mi colaboración para recuperar un importante número de manuscritos guardados desde 1952, durante innumerables mudanzas. Algunos escritos en París, otros durante su vida diplomática, y que por limitaciones de edad no podía transcribirlos. Textos inéditos firmados en Montevideo, Guacuco, París y Jajó. Su esposo, José María Beotegui, se adelantó en la labor de ordenar y guardar parte de la obra, trabajo que facilitó su definitiva recuperación.

Al principio fue difícil, porque yo no conocía las formas clásicas y ella era exigente. Me dictaba cada verso y se ponía impaciente si me equivocaba: Escuche, escuche y aprenda, tiene que educar el oído. Yo la estoy enseñando así que no se ponga brava…

Como el trabajo era denso, se prolongó mi estadía en su casa. Decidimos arreglar  una pequeña oficina. Allí había un sofá-cama vestido con una sábana tejida, antigua, una biblioteca, el archivo y una silla de madera. Cada mañana, antes de comenzar, cuidaba que todo estuviera en orden. Especialmente el sofá-cama; la sabana que lo vestía tenía que estar perfectamente estirada, si no, no podía escribir. Decía que no le permitía concentrarse.

Tendía la cama, rezaba, conversaba con los animales, tomaba el primer mate (hierba del Sur que aprendí a beber en su casa), le ponía agua a sus maticas y ordenaba lugares limpios.

Cuando la casa comenzaba a andar en las labores del día se sentaba a escribir y dictar. Parecía una maestra regañona, siempre con la disposición de enseñar. Corregía cada palabra, cada signo. A veces interrumpía el dictado para buscar palabras en el diccionario y esto la llevaba a comentar algún recuerdo de la infancia, pero si alguien la interrumpía no podía continuar.

 

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A su residencia llegaban visitas: poetas, pintores, amistades, y eso era un motivo de celebración. Se arreglaba y los recibía en su sillón rojo. Su casa se convertía en el ateneo que fue la de su infancia. Muchas veces estas visitas venían con motivo de algún encuentro literario celebrado en la ciudad, empero la concurrencia se extendía hasta su casa. Las conversaciones siempre eran sobre poetas, libros o se convertían en recitales de Ana Enriqueta, breves entrevistas. Siempre llenas de alegría, estas visitas se marchaban no si dejar su presencia en el libro de notas, estampado por la caligrafía de las grandes voces de la literatura venezolana que visitaron su casa, por aquellos días.

Algunas veces, la casa era silenciosa y poco se animaba a escribir. Me ordenaba imprimir las copias y las corregía tantas veces fuera posible, hasta dejarlas impecables. Me hablaba de algún poeta o de su vida diplomática. Su memoria parecía impaciente por recuperar aquel pasado. A veces se quedaba en silencio y cambiaba el tema y volvía a hablar de autores latinoamericanos.

“Hijita, hoy no tengo ganas de escribir, trabaje en lo suyo”. Encendía la radio de doble banda y, acostada en el sofá, escuchaba vallenato. Silbaba y tarareaba una canción que decía: Uno quiere pa que lo quieran, uno ama pa que lo amen, uno no da la vida entera pa que lo engañe, pa que lo engañen. “A mí me gusta el vallenato, me gustaría ir a un concierto, ¿usted me acompañaría?”.

AET no solo era una gran escritora, sino ama de casa: cosía, bordaba y al llegar el mediodía dirigía la cocina. Servía la mesa en una vajilla de plata que heredó de su familia, sonaba una campana como señal de que la mesa estaba servida.

Cuando no quería escribir me decía. «Hoy vamos a jugar muñecas». Sacaba hilos, agujas y confeccionaba pequeños trajes para vestir a sus muñecas. Muñecas que en una época se vestían de ángeles en el nacimiento andino, que se armaba en el corredor de su casa.

Desnudas y en fila las ponía para tomarles diminutas medidas que después transformaba en sombreros, vestidos, zapatos y camisas. Otras veces sacábamos un baúl de madera lleno de bisutería y hacía piezas exclusivas para vestirse.

En su casa había un taller de costura que poco frecuentaba para no encontrarse con los recuerdos. Bajo llave permanecían las máquinas de las mujeres de Jajó, lugar donde fundó su taller de confección y costura. Allí se confeccionaban piezas que eran vendidas en las vitrinas de París hechas por mujeres trujillanas que iban al taller.

AET aprendió a coser en casa, casa de los oficios. Labores a las que rinde honores en su libro: Libro de los oficios, publicado en 1975.

Como dice José Napoleón Oropeza en el prólogo de la antología Casa de Hablas: En pocos poetas vida cotidiana y poesía engendran una sola esencia, como sucede en la vida de Ana Enriqueta Terán. Quien lea con atención… descubrirá que hay mucho del oficio de costurera, del tramado de un bordado, en páginas que resuelven sus enigmas o lo crean.

La vida de la poeta estaba estrechamente ligada a su vida cotidiana. Por tal razón en su casa no había bibliotecas, ni salones especiales para leer; su casa era una gran biblioteca. En cada lugar había un espacio para guardar libros, incluyendo los clósets, el salón de costura y el lavandero.

AET era una ama de casa que escribió su poesía bajo el ritmo cotidiano de los oficios. Su concepción de lo doméstico superaba la visión conservadora de no calificarla como trabajo, ella, por el contrario, lo bendijo como un templo. Ese arreglo del espacio íntimo también era el de su poesía. Asume la naturaleza de ser mujer como vientre fértil. La casa representa el arraigo de un pueblo, el espíritu que lo mueve y le da sentido a su existencia. Por eso siempre fue fiel a la defensa del Sur; el Sur guardado en el cálido recuerdo de su vida diplomática en Argentina y Uruguay, reafirmado en las voces de escritores como Undurraga, Miguel Ángel Asturias y Juana de Ibarbouru con quienes estrechó lazos de amistad. Lazos de la casa grande unidos en el Sur, el gran vientre materno indestructible.

 

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Vielsi Arias Peraza, Valencia, Venezuela (1982), docente egresada de la Universidad de Carabobo (UC) Mención Artes Plásticas. Ha publicado Transeúnte (2005), colección Cada día un Libro, editorial El Perro y la Rana; Los Difuntos (2010), editorial Fundarte, galardonado con Mención Honorífica Premio Nacional Estefanía Mosca; Los Difuntos (2011), reedición del sistema de imprentas regionales de Carabobo; La Luna es mi pueblo (2012), editorial El Perro y la Rana; Luto de los árboles (2021). Ha publicado también en distintas revistas nacionales literarias y académicas como: Cubile, A plena Voz, Revista Estudios Culturales UC, entre otras. Actualmente coordina la Plataforma del Libro y la Lectura del Ministerio de la Cultura en el estado Carabobo.

  

Ciudad Valencia / Foto de la autora por Luis Felipe Hernández