“Maestros extraños (XII)” por Arnaldo Jiménez

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LOS LIBROS: Quizás los libros sean los últimos maestros extraños que mencione en esta columna; había pensado en incluir a aquellos docentes que, dentro de su aula, imparten una pedagogía propia y la invención y la imaginación los lleva a hacerle la vida más placentera a sus alumnos. He conocido a algunos. Recuerdo que en la Universidad de Carabobo me tropecé con uno de ellos, se llama Ramón Núñez. Un profesor que dejaba de lado el programa y nos inducía a leer libros completos de excelente textura narrativa; un profesor que no lo era, con una barba ceniza y escasa, larga y flaca como la contextura de él.

Yo vivía asombrado con sus clases, siempre recordaré cuando se le acercó a una muchacha muy bonita y mesando su barba le dijo: “Señorita, ¿a usted no le molesta de noche el ruido de las estrellas?”. Yo me reí y me interesé por ese modo de impartir clases: una conversación amena, libre, capaz de detenerle el mundo a los demás, pero también llena de alegría. En ese tiempo nos mandó a leer: “Eros y civilización” de Hebert Marcuse. Devoré ese libro, así como todos los de psicoanálisis que cayeron en mis ojos. Eran libros reveladores; me parecían verdades que brotaban al pasar sus hojas.

Siempre he pensado que la existencia del dinero es causa de los grandes males que azotan a la humanidad; Ramón una vez me dijo, en uno de los pasillos de la Facultad, que la utopía marxista se basaba en la posibilidad de vivir sin dinero. Esa noche no dormí pensando que el mundo tenía matices que yo desconocía. Yo conseguí cupo en la Facultad de Educación con la intención de cambiarme luego a la de Medicina; pero los libros y los maestros de la Facultad de Educación me atraparon y me nació un hambre por saber que aún no ha sido saciada. Jamás pude cambiar de profesión y, cuando descubrí el valor de enseñar a los niños, quedé atrapado en esa red de humildad y fraternidad que es la docencia.

Es difícil que los libros aparezcan solos, siempre hay un maestro (ya sabemos que maestro no es solo el que ostenta la profesión de educador) o varios de ellos que nos los presentan, que nos motivan, que nos seducen con un libro que nos marca o nos acompaña.

Otro profesor que señaló un camino fue mi gran amigo Cándido Pérez, quien, junto a Ramón, formaban una dupla de sutil ironía que destruía convicciones y elevaba columnas con sólidas bases. Una vez se me ocurrió enseñarle un intento de ensayo a Cándido, y este tachó casi todo el libro reduciendo mi intención a un balbuceo lleno de extravíos y copias de modelos de compresión euro-norteamericanos; mi mirada cayó en el país y trato de que mi escritura también lo haga.

No recuerdo el título de un libro que él me prestó; pero era de una osadía ilimitada: su autor escribía en cada página en el sentido que a él le diera la gana; una sola línea al final de la hoja; aforismos transversales, poemas al revés… Cuando se lo devolví y le pregunté por qué ese autor escribió de esa manera, su respuesta fue algo parecido a esto: porque la escritura es una vía de libertad; incluso para romper el concepto tradicional de cómo debe escribirse un libro, y la forma en la que se acostumbra a leer. Tú eres libre tanto en la escritura como en la lectura. Y enseguida tomó el libro y lo empezó a romper; esto también es tu derecho, dijo, y espetó una gran carcajada ante mi mirada atónita.

Al cabo de un tiempo, un libro inquietante y extraordinario me fue presentado por otro profesor de apellido Núñez; esta vez fue Freddy Núñez, quien, no solo me dio a conocer Tótem y Tabú, de Freud –texto que coloca a Dios en su fuente: la psique humana en su interacción fluctuante con la construcción de las ilusiones sociales y culturales; si no que, además, me hizo interesarme para siempre por la etnología, por la historia de los pequeños seres.

En otra ocasión, Ramón Núñez me dijo, en una de nuestras conversaciones, que el maestro no existe, que cada quien debe dar el salto con sus propios medios. Allí comprendí que solo hay aprendices relacionándose en torno al saber. La frase dicha por Ramón fue tan contundente que movió mis cimientos. Me sugirió que leyera a Carlos Castañeda con su magnífico: Las enseñanzas de Don Juan. Sordo a sus consejos, lo vine a leer como cinco años después y constaté aquélla afirmación. El maestro es un ser muy extraño para que existan tantos en las escuelas.

Quizás aún no hemos medido la importancia de que la literatura sea el norte de nuestras enseñanzas. Todo lo que no cumple el programa, todo lo que queda fuera de los objetivos, de las evaluaciones, de los ejes transversales, aquello que no pudo entrar en las planificaciones, no está hecho solo de deficiencias académicas, sino de insuficiencias para enfrentarse a la vida con una conciencia más amplia de lo que eso significa; la lectura de buena literatura permite que las palabras hagan un trabajo más hondo en los educandos, en esa región, también extraña, que hemos convenido en llamar alma.

De tal manera que el costado de la sabiduría, que no consta en ningún programa, el costado de la capacidad de hacerse preguntas y buscar las respuestas, es decir, de leerse y escribirse, el docente puede fomentarlo llevando libros a su aula, libros que cumplirán con esa función que casi siempre dejamos de lado. Dice José Antonio Millán (2001): La lectura (…) forma en la construcción de una articulación intelectual. Hacia el interior: en la forma en que se organizan nuestros mundos conceptuales y sensibles, en el modo en que integramos en conjuntos coherentes las miríadas de retazos del universo que nos rodea. Hacia el exterior: en la forma en que aprendemos a jerarquizar, sopesar y modular lo que hemos atesorado adentro, para transmitírselo a otro. La práctica de la lectura entrena en la comunicación con el otro, tanto como forma interiormente.

 

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¿Qué maestro puede cumplir con todos esos objetivos? Sería imposible lograrlo sin la ayuda de esos maestros extraños que llamo libros, están allí, esperando que se les dé la justa medida de la atención que cada quien es capaz de dar. Solo llevando libros que tengan el papel principal de enseñar podemos señalar caminos y extraer potencialidades, el maestro de aula es solo un auxiliar de los escritores; pero es quien coloca la primera piedra, en este particular nos dice Rafael A. Arrieta (2002): ¿Qué mano invisible puso este libro a nuestro alcance? ¿Qué misteriosa influencia nos impulsó a leerlo? Si hubiéramos seguido ignorando su existencia, si todas sus semillas que fructificaron en nosotros –de modo tal que la creímos preexistentes en el espíritu y solo reveladas por la lectura– se hubieran malogrado: ¿cómo seríamos ahora? ¿Qué parte indeterminable de nuestra alma hubiera permanecido estéril? ¿Qué no hubiera sido y qué continuaría siendo en lo recóndito de nuestro ser moral?

Arrieta toca el tema de los temas: la moral, creada por obra y gracia de los propios esfuerzos cognitivos y emocionales del alumno a través de la lectura atenta de buenos poetas y narradores.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde el 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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