Memorias de la Montaña Mágica al nivel del mar… Qué decir, por ejemplo, de Julio Cortázar? Me parece que este cronopio escribe cada día mejor. El Perseguidor es una obra maestra que no agota sus posibilidades expresivas relectura tras relectura. Jhonny Cárter como personaje y clima narrativo excede la grandeza de Charly Parker, el monstruo único del jazz universal. Si Eastwood hubiese leído este cuento ejemplar, su Bird sería una épica mística sin par, más allá del formato Biopic de La Vida de las Canciones patentado por Radio Rumbos. Llegué a pensarme paciente de La noche boca arriba en el Hospital Carabobo, perseguido por mis demonios de la escritura, quizás disfrazados de agentes de la Pide, previa “La Revolución de Los Claveles” en Lisboa. Después del Almuerzo es otro cuento vivo donde la metáfora corta la cara al pasarnos un pañuelo contentivo de hojas del otoño en Plaza de Mayo. Tal es la urticante magulladura del complejo de culpa. Nuestro hermano no es subnormal. Lo somos nosotros con nuestro vano afán de mandar y obtener un prestigio desvaído como los relojes de Dalí. Final de Juego es una competencia lúdica por el amor de un chico extraño y melancólico encaramado en un tren. En cambio, Cartas de Mamá es la presencia inoportuna de Nico, el muerto bueno para nada que invoca su madre en el Valle de la insania, el sufrimiento y el Purgatorio chocho en el que atormenta a su círculo de afectos. La literatura sigue siendo juego caprichoso con el que pretendemos escapar de la cotidianidad que nos deja resecos y tísicos. La imaginación nos tiende de nuevo una trampa en forma de oasis provisional.
El cuerpo me lo venía avisando. Ese cansancio de Páramo de Walter Benjamin huyendo de los nazis en septiembre de 1940. Benjamin temía ser Juana de Arco sin épica católica y auto de fe en carne, huesos y papel. Al igual que él, de nada me cansaba. Sobre todo al caminar. Se me confunden los recuerdos. Estaba con Doris en diligencias médicas en la Cruz Roja un martes de marzo de 2023. Y al día siguiente, miércoles ceniciento, no pude moverme de cama. Ella partió para su bosque amarillo, mientras yo me movía en una modorra grasienta y pesada. Entreví paramédicos que me trataron con gentileza y me llevaron a la Ciudad Hospitalaria Enrique Tejera. Mi comadre Mayolis, mi sobrina Angélica, mi cuñada Betty y mi hermano Antonio se turnaron a mi cuidado. Sólo que me impacienté, rogué por un café, me sacaron rayos X, me oriné encima y me hicieron una transfusión de sangre. Me quité a lo macho la vía y, en un descuido de todos, hui atravesando medio barrio, como Benjamin los Pirineos acosado por los nazis. Me pesaba el bolso una tonelada. A mitad de camino, sin brújula alguna, un par de motorizados, Betty y Jorge, me dieron las llaves del reino. Olvidé las claves bancarias y tan sólo pude comer una galleta de chocolate para astronauta. En lo que arribé a casa, colapsé perdiendo el conocimiento y el control de mi cuerpo en absoluto. Me atendieron las vecinas e incluso un sacerdote de civil me dio la extrema unción. No bajé ni al Sheol ni ascendí al cielo. Pedro Téllez, arcángel terco y ateo, y Luis Alberto budista se encargarían de salvarme la vida muy a mi pesar. Me ingresaron en el Psiquiátrico y luego en el Hospital Carabobo. No pisé la Morgue porque me convertí en hospital, no importa que tan pobrinho.
LEE TAMBIÉN: “MEMORIAS DE LA MONTAÑA MÁGICA AL NIVEL DEL MAR (1)”
Pedro, dura piedra es ésta, y Luis Alberto, auriga de Buda en un bólido más propicio que el del profeta Elías, me condujeron al Urológico y luego al Psiquiátrico de Bárbula. En Casa de Alienista se jugó mi suerte. No se trataba de la República dentro de la República psiquiátrica del cuento de Machado de Assis, en el que todo el pueblo era el experimento sesudo e insano de Simón Bacamarte. Tampoco era la Sala 6 del cuento de Chejov, donde recluyen al doctor y le propinan rápida muerte por depresión y desengaño. Aunque les confieso que mi estado febril me hizo dudar dentro del magma de la ficción. Pensé que o no sobrevivía esa noche y el resto de la madrugada, o me quedaría recluido no sé sabe por cuánto tiempo. Hidratación y café mediantes, Pedro, el más cínico y generoso de los alienistas, no le prestó atención a empleados agoreros que se opusieron a mi ingreso y no creyeron que me salvaría de chiripa. Sobre esta piedra, la fe y el amor por el amigo en peligro no importa qué tan ateo y descreído se es, se edificó la Iglesia de mi salvación y redención sin estampitas ni escapularios, ni milagros que colinden con lo estrambótico criollo. En la sala donde me rehabilitaron, si bien tiene su toque medieval y terrorista a lo Poe, incluyendo su gato negro como bestiario de ocasión, el Cuervo hizo silencio y no gorjeó el fatal Never More. Amaneció como cualquier otro día, se me quitó la fiebre y me restituyeron la vida en una Casa de Locos o Trapicho, mientras masticaba una arepa de maíz amarillo y atún, pasando el tarugo con avena y luego jugo de papaya, el elixir con que me recibió el Poema del Decir que siempre encarna Luis Alberto. No hay mejor acto eucarístico que éste. Pasas del Purgatorio a Naguanagua. No importa el calor de Semana Santa.
***
José Carlos De Nóbrega es un ensayista y narrador venezolano (Caracas, 1964). Licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura, de la Universidad de Carabobo (UC). Ha publicado los libros de ensayo Textos de la prisa y Sucre, una lectura posible, ambos en 1996, y Derivando a Valencia a la deriva (2006). Fue director de la revista La Tuna de Oro, editada por la UC. Forma parte de la redacción de la revista Poesía, auspiciada por la misma casa de estudios. En 2007 su blog Salmos compulsivos obtuvo el Premio Nacional del Libro a la mejor página web. En el año 2021 ganó el concurso de Ensayo de la VII Bienal Nacional de Literatura Félix Armando Núñez y el concurso de Crónica de la V Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez, convocado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, por intermedio del Centro Nacional del Libro (Cenal) y la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello.
Ciudad Valencia