«Abigail Lozano cumple doscientos años y piquito (2)» por J. C. De Nóbrega

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José Carlos De Nóbrega autor de la columna "Salmos y Proverbios"

El retrato que de Bolívar hace Lozano es de 1843, perteneciendo pues a los inicios de su obra divulgada en el diario «El Venezolano», de Antonio Leocadio Guzmán Blanco, con quien se distanciaría más tarde: el hijo adoptivo conservador no se avenía con el liberalismo combativo del tutor que lo trajo a Caracas de Puerto Cabello. En cambio, la Oda «A Barquisimeto”, bien recibida por Juan Vicente González, acérrimo enemigo del viejo Guzmán, está fechada en 1854 cuando el poeta cuenta con 33 años. La virgen María, madre sufriente de Cristo, encabeza un cortejo fúnebre de vestales, Amazonas y matronas que diluyen el llanto en la sangre de los patriotas abatidos por la guerra. Persiste la imaginación, la audacia e improvisación discursiva por encima de la composición reposada y la reflexión histórica consolidada: “Tiranos, guay! temblad!! / Sobre las altas cumbres / Del Ande gigantéo, / El estandarte véo / Que alzó la libertad». La musicalidad fallida, no obstante la voz coloquial y el osado uso de la puntuación, conduce a una visión trunca y naif del hecho histórico bélico. A tal respecto, el conservador y prudente González comenta: «Pero no es la guerra, ni sus horrores, ni su entusiasmo sacro lo que parecía llamado a cantar: pluma más propia para describir las emociones delicadas del alma, la turbación de los sentidos y la fiebre del corazón». A lo que agrega Semprum que Lozano padecía la peste romántica que pretendía imponer sus ensoñaciones e imaginario febriles en el mundo exterior. Cuando se trataba de una interpretación romántica del entorno hecha historiografía y poética, tal como lo asumieron González y Pérez Bonalde.

 

Abigail Lozano no conoció la traducción de «El Cuervo» de Poe,  que Pérez Bonalde publicaría en 1877, once años después de su muerte en Nueva York. Sin embargo, pudo haber accedido al escritor de Boston en lengua original o extranjera. En las Elegías o Flores del sepulcro, Lozano nos pinta a la Parca como si se tratara del poema Annabel Lee o la Ligeia del cuento homónimo. Sólo que son notas necrológicas dispuestas en versos precarios y dolientes. Tenemos los poemas dedicados a la esposa del poeta Maitín y a sí mismo en el cuerpo yacente de su hijo Eudoro de seis años, víctima del cólera. La elegía a propósito de Luisa Sosa, consorte de Maitín, intercala una estrofa oscura, extraña y necrofílica: «La clara linfa que en su seno copia / De astro sereno el resplandor tranquilo, / En su fondo tal vez guarda ella propia / Disforme y espantoso cocodrilo». En la oposición vida en sufrimiento terreno / vida eterna de ultratumba en el cielo, pareciera subyacer un estímulo metafórico y simbolista de tenor sexual disfuncional que el poeta no logra redondear. De repente esta expectativa sea traicionada por incluir a la bestia y forzar al punto una pésima rima. Poe, por el contrario, se relacionó con la Muerte en tanto vivencia, imaginación creadora, cadencia y color en el poema, previa teorización o ars poética terrorista expuesta en su ensayo sobre la composición de «El Cuervo».

 

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«El Gran Pesar», en cambio, traduce la desolación y el desconsuelo del padre que los terceros pueden acompañar en la contristación, pero no en la intensidad corrosiva de la vivencia única y personal. Eudoro es ángel caído y a la vez soldado abatido por la Pandemia del cólera en el silencio imperturbable de Dios: «La tierra es un inmenso cementerio, / Los cielos una losa funeraria, / Cuando el alma doliente y solitaria / Busca en vano los seres que adoró». Paisajística en arquitectónica lúgubre que oscila entre la tierra apestada y el cielo arrebatador. El padre se pasea por los pasillos de la Casa Usher como zombie que hace del afecto un fetiche nostálgico y no una resurrección posible en la memoria. No se puede vivir con él su éxtasis depresivo desde una lectura en el solaz o la abulia de un domingo cualquiera.

 

El poeta y organizador de su propia suma poética, poco antes de morir, vincula el Amor unidimensionalmente con las lágrimas en sufrimiento indecible. Para muestra un par de textos, «Suspiros del Arpa» y «Amor y Desdicha», seleccionados también en «Poetas Carabobeños I» (1979) de Separata, publicación del Departamento de Literatura de la Dirección de la Universidad de Carabobo, a cargo de los poetas Reynaldo Pérez Só y Carlos Ochoa, Teresa Berbín y Oswaldo Ortega. La tendencia tanática de Abigail Lozano, su fetichismo fúnebre al héroe y al ciudadano anónimo cercano, no pasa desapercibida ni en el XIX ni en el XX, en tanto sensiblería de la recepción popular y aguda curiosidad sociológica del estudioso y el antólogo en distancia crítica.

 

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José Carlos De Nóbrega es un ensayista y narrador venezolano (Caracas, 1964). Licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura, de la Universidad de Carabobo (UC). Ha publicado los libros de ensayo Textos de la prisa y Sucre, una lectura posible, ambos en 1996, y Derivando a Valencia a la deriva (2006). Fue director de la revista La Tuna de Oro, editada por la UC. Forma parte de la redacción de la revista Poesía, auspiciada por la misma casa de estudios. En 2007 su blog Salmos compulsivos obtuvo el Premio Nacional del Libro a la mejor página web. En el año 2021 ganó el concurso de Ensayo de la VII Bienal Nacional de Literatura Félix Armando Núñez y el concurso de Crónica de la V Bienal Nacional de Literatura Antonio Crespo Meléndez, convocado por el Ministerio del Poder Popular para la Cultura, por intermedio del Centro Nacional del Libro (Cenal) y la Casa Nacional de las Letras Andrés Bello.

 

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