Amigas y amigos constructores de sueños, forjadores de esperanzas: El 13 de noviembre de 1950, la nación fue conmocionada por la perpetración de un hecho criminal sin arraigo en la cultura política venezolana: el secuestro y asesinato del presidente de la Junta Militar de Gobierno, Carlos Delgado Chalbaud. Un suceso que hasta el día de hoy levanta las más variadas conjeturas y que determinó la vida política venezolana durante casi una década, pues la consecuencia más sobresaliente de ese hecho fue la preponderancia absoluta del entonces coronel Marcos Pérez Jiménez en la vida política nacional.
Inteligente y culto
Carlos Delgado Chalbaud Gómez fue un militar y político que ejerció los cargos de ministro de la Defensa durante el mandato de la Junta Revolucionaria de Gobierno presidida por Rómulo Betancourt, constituida tras el golpe de Estado que derrocó al general Isaías Medina Angarita en 1945; y más tarde la presidencia de la Junta Militar de Gobierno constituida tras un nuevo golpe de Estado, esta vez contra Rómulo Gallegos, en 1948.
Carlos era hijo del legendario caudillo Román Delgado Chalbaud, opositor a Gómez y líder de la acción militar conocida como “El Falke”, ocurrida en 1929; esta fue un intento de invasión militar por las costa del oriente venezolano en la que también participaron personajes como el escritor José Rafael Pocaterra, Rafael Vegas, Armando Zuloaga Blanco y el propio Carlos Delgado Chalbaud, entre otros.
El joven Carlos Delgado pareció querer asociar su actuación pública a la fama del progenitor, una apreciación que se desprende del uso de los dos apellidos paternos; o quizás la costumbre haya sido para ocultar la coincidencia de su segundo apellido y el vínculo religioso que lo unía al general Gómez, su padrino de bautismo.
Lo cierto es que el viejo Román Delgado fue un personaje militar y moralmente respetado en el conglomerado del caudillismo venezolano, de quien cuenta una anécdota que ante la petición de libertad realizada por su esposa al general Gómez, éste habría respondido que lo mejor era permanecer en prisión, pues estaba convencido de que al liberarlo se dedicaría a promover una insurrección para derrocarlo. Anécdota que demostraría la firmeza de sus convicciones.
A consecuencia de la larga prisión que sufriera el padre (catorce años), la niñez de Carlos Delgado, su adolescencia y primera juventud la vivió en Francia. Allí cursó estudios en la École des Travaux Publics, de donde egresó como ingeniero en 1937, y en la Escuela Superior de Guerra de Versalles, en 1938. Con estas credenciales, y seguramente amparado por el prestigio del padre, el presidente López Contreras lo incorporó al ejército como oficial asimilado con el grado de capitán, adjunto al Servicio de Ingeniería militar en Caracas, en 1939.
Aunque era un hombre inteligente y culto que hablaba con fluidez francés e inglés, se dice, sin embargo, que en sus primeros años de servicio no fue aceptado por la joven oficialidad militar, guardianes de la tradición más pura del profesionalismo militar que se enseñaba la Academia desde su creación en julio de 1910; una actitud que podría evidenciar la vocación de poder que habría germinado en el seno de la juventud castrense.
Asumir el protagonismo
Uno de los aspectos que aseguró la estabilidad del castro-gomecismo fue la transformación del viejo ejército decimonónico en una institución moderna y profesional, en la que la carrera de las armas dejó de ser una actividad asociada en gran medida al valor y la vocación política, pasando a depender del estudio y la formación académica. Con el tiempo, el número de egresados de la Academia Militar fue aumentando y con ello el deseo de asumir el protagonismo e importancia que depara el ascenso en la jerarquía castrense.
Éste parece ser uno de los dramas que subyacen al magnicidio si se parte de los beneficiados directo. Delgado Chalbaud fue secuestrado en una acción planificada y dirigida por el general Rafael Simón Urbina, un viejo caudillo enemistado con Gómez, involucrado en el Asalto a Curazao, en 1929. Se ha dicho que la acción buscaba forzar la renuncia de Delgado Chalbaud y la conformación de un gobierno dirigido por militares de carrera, del cual también formaría parte Urbina.
Interceptada la caravana presidencial, Delgado fue secuestrado y trasladado a la quinta Maritza en la urbanización Las Mercedes en Caracas. En el transcurso de estas acciones Urbina fue herido accidentalmente por uno de sus secuaces perdiendo el control de la operación. Según las investigaciones, posteriormente se habría suscitado un altercado entre el presidente Delgado Chalbaud y Domingo Urbina Rojas, quien asumió el control de la operación, quien terminaría propinándole varios disparos. Buscando escapar de las represalias, Rafael Simón fue trasladado a la embajada de Nicaragua donde solicitó un asilo diplomático que le fue denegado.
Del magnicidio fueron beneficiarios directos Pérez Jiménez y sector militar que representaba; los grupos políticos que estaban en contra de la progresiva democratización del país y los sectores económicos que se beneficiaron de las políticas aplicadas por los gobiernos de Suárez Flamerich y Pérez Jiménez.
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Recordar todo esto resulta importante para alertar sobre los peligros que encierra el tratar de imponernos una cultura ajena a nuestras prácticas políticas, que quedó evidenciada en el intento de magnicidio en grado de frustración contra el presidente Nicolás Maduro en agosto de 2018 y que intenta repetirse con los llamados a recolectar de fondos para financiar una acción armada contra el país.
Una acción que parece tener como punta de lanza, según se desprende de las evidencias que han sido presentadas, a instancias del Estado colombiano, al narcotráfico y el paramilitarismo que desde hace años azotan esa nación, en alianza con sectores políticos venezolanos que actúan desde el exterior bajo la mirada complaciente de gobiernos del continente y de Europa.
Una hipótesis que toma mayor fuerza cuando se constata la participación de ciudadanos de ese país en el asesinato del presidente de Haití Jovenel Moïses. Práctica cuya génesis podría remontarse a los propios días de la independencia y la República de Colombia (la Grande), materializada en el asesinato del general Sucre en las montañas de Berruecos, en 1830, y en el atentado contra la vida del Libertador en septiembre de 1828.
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Ángel Omar García González (1969): Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, y Magister en Historia de Venezuela, ambos por la Universidad de Carabobo, institución donde se desempeña como profesor en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Educación. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Alternativo por la Columna Historia Insurgente del Semanario Kikirikí. Ganador del Concurso de Ensayo Histórico Bicentenario Batalla de Carabobo, convocado por el Centro de Estudios Simón Bolívar en 2021, con la obra “Cuatro etapas de una batalla”. Es coautor de los libros “Carabobo en Tiempos de la Junta Revolucionaria 1945-1948” y “La Venezuela Perenne. Ensayos sobre aportes de venezolanos en dos siglos”.
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