“Sin ti me muero” por María Alejandra Rendón Infante

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María Alejandra Rendón Pericot-Palestina
María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

¿Cuántas veces no hemos escuchado decir: “Él es mi vida entera”, “Sin ella no pudo vivir”, “Si él se va yo me muero”  o “Ella es todo para mí”…?, seguramente muchas. No es, sino hasta que lo analizamos  palabra por palabra, cuando reparamos en el sentido destructivo y, además, falso de estas frases, no existe tal dependencia vital y no deberíamos sostener ningún vínculo partiendo de la necesidad de fundirse con alguien o cuando implica negarnos como personas.

El cancionero popular, así como otras formas de creación masificadas poseen una vasta colección de ideas que refuerzan el carácter posesivo de la pareja como equivalente al amor. A mayor nivel de posesión expresada, más será el amor que creemos sentir y por lo tanto prometer. Es, absolutamente, todo lo contrario.

La idea de la complementariedad, la media naranja o Cupido tomando por sorpresa a cualquier incauto o incauta con un flechazo que le lanza a los brazos de quien fue escogido o escogida sin que nuestra voluntad concursara, son, igualmente, ideas consustanciadas con el principio de que alguien debe pertenecernos para poder hallar la felicidad o tener la sensación de que algo –el ser– por fin ha sido completado tras la oportunidad de crear un nexo afectivo profundo y duradero.

Nada más alejado al amor que las ideas que pretenden basarlo, precisamente, en la posesión, en esa idea de propiedad que tanto hemos internalizado y que constituye una de las causas por las cuales muchas relaciones derivan en un hervidero de inconformidades mutuas. Ya habíamos abordado algunos rasgos referentes al embaucamiento que hay detrás de “ser de alguien”, “alguien sea de nosotros” o “somos uno solo”.

El vínculo amoroso está conformado por dos personas que no dejan de ser tal para ser parte de una unidad. Lo que unifica es lo construido y pertenece a ambos, y no está relacionado con lo patrimonial únicamente, sino con la potencialidad común que sirve de estímulo para cultivar el yo y el somos de manera constante. Así que, en resumidas cuentas, a mayor libertad de ser quienes somos,  poder conocernos, transformarnos y  decidir libremente, estaremos siendo coherentes con la idea del amor.

Lo contrario son las condiciones para amar o ser amados. Cuando alguien debe estar en nuestras vidas porque solo así la misma cobra sentido y viceversa, estamos frente a una expresión muy común de violencia pasiva, no solo es un condicionamiento para la dependencia, sino que propone relaciones asimétricas y directamente destructivas. Los celos provienen de esa idea de propiedad, la exclusividad afectiva y la interdependencia, también.

El amor es al acercamiento de dos independencias que interactúan y se proponen cultivar algo común que enriquece, nutre y resulta en crecimiento de dos personas que acuerdan aceptar que ambas deciden, sin coerción alguna, permanecer, incluso cuando persigan en lo individual construcciones propias y disimiles.

En la relación de propiedad acordada por el orden cultural machista, tiene un acento especial en las mujeres, es decir, si alguien tiende a ser la que pertenece en una relación, por lo general, es ella: la mujer. Siempre se habla de la mujer de fulano para referirse a alguien, se toma como referencia al otro para nombrarle y hasta el “de” que se adquiere ante la consumación del matrimonio, son pruebas irrefutables de que sí, somos propiedad y colectiva de la comunidad de varones. Y, aunque tras la lucha por la conquista de algunos derechos, estemos en menor desventaja, no quiere decir que hemos derrotado la noción de propiedad que ha transversalizado casi todas las formas de vinculación existentes hasta el día de hoy.

Unos siglos atrás eso de ser de alguien no era simple metáfora, sino un hecho real. Hace unas décadas atrás la representación del marido (el dueño) era indispensable para casi cualquier  actividad fuera del hogar. La economía estaba dirigida en su totalidad por el hombre y las mujeres eran asumidas como parte del patrimonio que no era común.

 

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En periodos antiguos, las mujeres eran vendidas, hacían parte de las transacciones patrimoniales o eran usadas en procesos de negociación, asociación de patrimonios o negociación tras las guerras sucesivas entre clanes. Lo que ha hecho el amor romántico es edulcorar la lógica de la posesión y convertirla en algo mágico, agradable y hasta “lógico”: si yo lo amo, entonces es “porque soy suya” o debo “ser suya”. En realidad nadie le pertenece a nadie y este axioma no tiene excepciones. No aplica en ningún vínculo.

La cosificación de las mujeres y su derivación en mercancía –idea remachada insistentemente por el capitalismo– ha permeado los espacios de vinculación sentimental y ha traspasado, incluso, las fronteras de la heteronormatividad. Si me preguntaran cuál es el mito del amor romántico más destructivo y peligroso, diría, sin dudar, que es la pertenencia.

Amemos sin ser propiedad, sin apropiarnos de otra persona, sin reproducir las violencias sutiles y profundamente mutiladoras que contiene el “yo sin ti no puedo vivir”. Partamos de que es mentira y, también, de que no es amor, sino miedo, inseguridad,  necesidad afectiva, carencia, dependencia y egoísmo.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Forma parte del Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (Frapom) y es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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