La Toma y Liberación de Puerto Cabello, ocurrida el 8 de noviembre de 1823, puede ser considerada el episodio que puso fin definitivo a la Guerra de Independencia, pues tras la victoria se produjo la salida del último reducto del ejército español del territorio colombiano. Lo ocurrido fue también prolongación de la Batalla de Carabobo.

Las tropas realistas, que alcanzaron refugio en esa importante fortaleza militar, terminaron resistiendo durante 28 meses más y realizando exitosas incursiones militares con las que llegaron a reconquistar casi un tercio del territorio venezolano. Según el Historiador Asdrúbal González, para abatir la imponente fortificación se requirió emprender tres acciones de sitio en los veintiocho meses siguientes al triunfo del 24 de junio.

 

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Castillo San Felipe-Puerto Cabello.

 

Primer sitio:

Inmediatamente después del triunfo en Carabobo el Libertador Simón Bolívar dispuso una serie de medidas para reducir la capacidad de movilización realista. Nombró autoridades en los pueblos vecinos y el día 2 de julio, desde Caracas, instruyó al general Santiago Mariño la concentración del ejército en Valencia. El batallón Apure impediría, desde Naguanagua, cualquier posible huida enemiga y el teniente coronel Segarra levantaría y organizaría cuadrillas en las poblaciones costeras de Morón, Alpargatón y Urama, a los fines de hostigar y contener al ejército atrincherado en Puerto Cabello.

Las dificultades para coordinar un ataque simultáneo por mar y tierra hicieron que el asedio se prolongara durante meses. Por otra parte, lo vasto del territorio y la imposibilidad de cubrirlo totalmente facilitaron acciones militares enemigas. En agosto de 1821 el general Miguel de la Torre ordenaría al coronel Juan Tello una incursión sobre Coro, la cual resultó fallida, y para facilitar el reingreso de las tropas a Puerto Cabello se aplicó maniobra distractora, incursionando sobre Valencia por el camino de Vigirima y Aguas Calientes, con resultados favorables para las tropas realistas. Un nuevo intento por retomar Coro, esta vez exitoso, fue emprendido por el propio Miguel de la Torre en diciembre. Cuatrocientos noventa hombres a bordo de seis buques lograron la capitulación del coronel patriota Juan Gómez, el 9 de enero de 1822.

En estas circunstancias de avance enemigo y consciente de la fortaleza de la plaza, Páez, con apoyo marítimo recibido, emprendió el primer sitio sobre Puerto Cabello, después de Carabobo, el 13 de abril de 1822. Dos goletas y cinco flecheras bombardearon el Castillo de San Felipe para posteriormente establecerse en Borburata. Al asedio se sumó el día 28 de abril el capitán de navío Sebastián Boguier, con el bergantín “Bolívar”, seis goletas y tres flecheras, y el primero de mayo se incorporó el capitán Daniells, con los bergantines: “Voluntario”, “Vencedor” y la goleta “Centella”. El día 2 de mayo Puerto Cabello estaba totalmente sitiado.

Los constantes bombardeos y acciones militares produjeron la capitulación, el día 17 de mayo, de Raimundo Calvo Montero, oficial realista que tenía posesión de El Fortín Solano. Estas acciones habrían podido tener un resultado definitivo si no hubieran intervenido los azares de la guerra: La mala alimentación de las tropas, compuesta de una dieta mayormente compuesta de cangrejos, carne de burro y caballos, según informaba Páez al general Pedro Briceño Méndez; así como los efectos de la peste del “Vomito Negro”; obligaron a Páez levantar el sitio. Cf. González (2003) p, 81-86.

 

Fortín Solano-Puerto Cabello
Fortín Solano-Puerto Cabello.

 

Segundo sitio:

El 4 de agosto de 1822 tomó posesión como General en Jefe del Ejército Expedicionario de Costa Firme el Mariscal de Campo Francisco Tomás Morales, en reemplazo del general Miguel La Torres, quien fue designado Capitán General de Puerto Rico. El nuevo jefe militar estaba obligado a emprender acciones que permitieran superar la condición defensiva en la que se encontraban, agudizada por los triunfos que el ejército patriota había obtenido en la Campaña del Sur: el 7 de abril venció en la Batalla de Bomboná y el 24 de mayo en Pichincha; triunfos que aseguraron el control del territorio ecuatoriano y otorgaron mayor estabilidad a Colombia.

En este escenario, Morales emprendió acciones en dos direcciones: por una parte intentó tomar Caracas, pero fue derrotado en la batalla Pie de Cuesta, en las sabanas de Bárbula, el 11 de agosto; por la otra, el día 24, envió una expedición naval contra Maracaibo, que obtuvo resultados muy favorables: quince días después la ciudad estaba, nuevamente, bajo control realista. Para en enero de 1823, el ejército español había reconquistado casi un tercio del territorio: todo el Departamento del Zulia compuesto por Coro, Maracaibo, Trujillo y Mérida, además de la imponente plaza de Puerto Cabello, ahora sin bloqueo y sitio.

Tras estos sucesos, el día 6 de febrero, Páez junto a los batallones Apure, Boyacá y un pequeño grupo de caballería, emprendió el segundo asedio sobre Puerto Cabello, que a diferencia del primero, no buscaba rendir la fortaleza sino contener el avance realista. La acción bélica más importante de este segundo sitio fue la derrota de la armada patriota infringida por el almirante Ángel Laborde en la Batalla Naval de Puerto Cabello, el primero de mayo. Derrota que obligó a Páez a levantar este segundo sitio, el día 6 de mayo. (Ibid, p 89-93)

 

Tercer sitio:

El tercer y último sitio estuvo marcado por un acontecimiento externo, el triunfo republicano en la Batalla Naval del Lago de Maracaibo el 24 de julio, triunfo que tuvo repercusiones militares y políticas. Primero constituyó un severo golpe al proceso de recuperación territorial del bando realista y aniquiló la superioridad naval española. Desde el punto de vista político, la firma de la capitulación el 3 de agosto representó la derrota de España y la salida del territorio venezolano del representante oficial del Rey Fernando VII. A partir de tales hechos Páez, por instrucciones de Briceño Méndez, inició el tercer asedio a Puerto Cabello el 23 de septiembre.

En principio el Centauro llanero procuró un acuerdo negociado que evitara la efusión de sangre, con base en los Acuerdos de Trujillo del año 1820, para lo cual estableció contacto con el general Sebastián de la Calzada, comandante de la plaza, y con el líder del partido secreto de la población civil, el señor Jacinto Iztueta, partidario de una negociación. En la comunicación que Páez dirige a De la Calzada el día 23 le señalaba que al momento de movilizar las tropas le sobrevino la imagen sensible de las “víctimas que debe preceder la rendición”, razón por que prefería evitar esa dolorosa situación buscando un entendimiento con las mejores “ventajas posibles en favor de esa guarnición y su vecindario” (Ibid, p 110). Recordaba el jefe llanero que sólo ese bastión de resistencia quedaba en territorio de Colombia y que no tenían posibilidades de recibir ayuda externa, incluso de la propia España, pues su situación interna le impedía atender otros asuntos.

La respuesta del jefe realista llegó el mismo día a manos de Páez: para De la Calzada que resultaban inútiles los alegatos interpuestos en atención a la superioridad militar pues los rigores de la guerra “tienen perfectamente marcados cuáles sean mis deberes dentro de la plaza, y trato de cumplirlos” (Ibíd, p 112). Como puede observarse, el honor y el sacrificio era el precio que estaba dispuesto a pagar el jefe de las tropas españolas.

Páez, en una nueva comunicación del día 24, le recordaba la debilidad militar en la que se encontraban y en tono imperativo de señalaba:  “Trato de juntar y establecer todos los elementos para atacar y rendir la plaza, y después de juntos y puestos en acción sin que haya corrido una sola gota de sangre, sofocaré en mi pecho todos los sentimientos de humanidad para cumplir con las leyes de la guerra, denegándome a cualquier proposición que se me haga por no haberse atendido a las generosas que he propuesto en beneficio de la humanidad, vecindario y guarnición…” (Idem).

La respuesta del general Sebastián de la Calzada a esta segunda comunicación demostraba la gallardía de una España derrotada. Admitiendo la debilidad en la que se encontraban señalaba: “no sería nuevo para ellas [las tropas patriotas] ver a un puñado de españoles resistir con ánimo firme y decidido el poder de sus enemigos infinitamente superiores. Lo que sí sería nuevo, indecoroso y hasta ridículo, es que simples narrativas de los medios de ataque, basten para rendir una plaza fuerte….”. Más adelante increpaba el orgullo de Páez en los siguientes términos: “Valerse siniestramente de esa superioridad, endurecer su corazón sofocando todos los sentimientos de humanidad y dictar leyes nuevas de barbarie y crueldad es el extremo con que V.S amenaza (…) pero creo que V.E no querrá manchar su nombre con la nota de sanguinario y que trabajando para su gloria, no dejará a la posteridad un infame recuerdo…” (Ibid, p 113-114).

 

Castillo San Felipe-Puerto Cabello.
Castillo San Felipe-Puerto Cabello.

 

El intercambio epistolar se prolongó hasta finales de octubre. Cunado Páez se convenció que resultaba imposible pactar una rendición, se decantó por la opción militar, para lo cual aprovechó la información que obtuvo de un esclavo de nombre Julián a quien los soldados habían capturado previamente y aportó información valiosa para el éxito de la acción militar. El rápido y sorpresivo ataque dirigido por mar y tierra produjo el éxito de la acción. Finalmente ya sin bastimento ni pertrechos suficientes y desbordados por la intensidad de los ataques, De la Calzada, quien se había refugiado del intenso ataque de artillería en una iglesia, terminó rindiéndose ante Páez el día 8 de noviembre.

Cuenta Páez en su autobiografía la forma en la que De la Calzada se rindió: ““felicítome por haber puesto sello a mis glorias con tan arriesgada operación (esas fueron sus palabras) y terminó entregándome su espada. Dile las gracias y tomándole familiarmente del brazo fuimos juntos a tomar café en la casa que él había ocupado durante el sitio” Páez (1990) p, 225. Eran los efectos de lo acordado en Trujillo

 

Castillo San Felipe-Puerto Cabello.

llo de San felipeEl coronel Manuel Carrera y Colina, quien permanecía en el interior del castillo San Felipe, se negaba a reconocer una rendición de su jefe militar. Ante esta situación, cuanta Páez, que le permitió a De la Calzada ingresar al castillo para restablecer la cadena de mando, al poco tiempo, recibió comunicación de éste informándole que el coronel Carrera y Colina, al verlo libre, había reconocido su autoridad y que, en su nombre, lo invitaba a almorzar juntos. “Fiado como siempre [dice Páez] de la hidalguía castellana me dirigí a aquella fortaleza donde fui recibido con honores militares y con toda la gallarda cortesía que debía esperar de tan valientes adversarios” (Idem).

 

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De lo señalado anteriormente queda claro que Carabobo no fue el final de la Guerra de Independencia como equivocadamente se sugiere en círculos escolares y en algunos escritos historiográficos. También queda claro que la liberación de Puerto Cabello no es un hecho local, pues constituía la punta de lanza de una ofensiva militar con la cual se pretendía hostigar al bando republicano, reconquistar el territorio perdido y restablecer la autoridad de la monarquía española en la República de Colombia.

 

Referencias
GONZÁLEZ, Asdrúbal (2003) El último bastión. Caracas. Talleres Italgráfica S.A.
PÁEZ, José Antonio (1990) Autobiografía del general José Antonio Páez. Caracas. Ediciones de la Corporación de Información y Relaciones de PDVSA. Tomo I.

 

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Ángel Omar García González

Ángel Omar García González (1969): Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, y Magister en Historia de Venezuela, ambos por la Universidad de Carabobo, institución donde se desempeña como profesor en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Educación. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Alternativo por la Columna Historia Insurgente del Semanario Kikirikí. Ganador del Concurso de Ensayo Histórico Bicentenario Batalla de Carabobo, convocado por el Centro de Estudios Simón Bolívar en 2021, con la obra “Cuatro etapas de una batalla”. Es coautor de los libros “Carabobo en Tiempos de la Junta Revolucionaria 1945-1948” y “La Venezuela Perenne. Ensayos sobre aportes de venezolanos en dos siglos”.

 

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