Un poema de Luis Enrique Belmonte se refiere a un ejercicio humorístico sobre el oficio poético. JCDN.

CONGRESO DE POETAS

Luis Enrique Belmonte

                        Se dan palmaditas en la espalda

       mientras se miden el ego, de reojo. Y casi todo el tiempo

       hablan de cualquier cosa, mas con admirable frecuencia

       hablan sobre nada, pues la nada los habita

       de la noche a la mañana, sin tregua y sin misericordia,

       a veces con telarañas colgando de sus boinas.

       Pero es justo decir también

       que de vez en cuando canta un ruiseñor,

       o brota un lirio, o un encomiable eructo

       surge de lo más profundo del corazón, y entonces parece

       que todos abordaran el mismo barco ebrio,

       cada quien explorando nuevas nebulosas

       desde su respectivo taburete asignado

       en la cantina adonde van a refrescarse estas flores malditas

       tan celebérrimas en sus terruños, tan entrañables

       cuando se quedan colgados ante el verso insólito,

       con sus programas de lectura, sus viejos proverbios

       y sus chistes literarios.

       Y se alzan las copas por enésima vez

       para anunciar el momento que da paso

       al muy consabido y esperado abrazo esférico

       en el callejón en donde se despiden los borrachos,

       cantando las mismas canciones que hablan de los mismos combates,

       canciones de cuando se era más joven y se soñaba despierto

       y todo parecía que quedaba a la vuelta de la esquina,

       pero ni modo, ahora se es más sabio y resabiado

       como para seguir dándose bien duro

       contra los mismos peñascos.

       Así que adelante, colegas, a descubrir otras galaxias,

       a ver de cerca lo que está ocurriendo abajo,

       a volver a lo más bárbaro [lo más bachaco, lo que se resiste,

       lo que está en el mero centro de lo que es],

       a intercambiar correos y baratijas,

       a prometer verse de nuevo, renovados y locuaces

                             en el próximo congreso,

       antes que por desánimo de los patrocinantes

       se terminen de acabar los congresos

       y sólo quede apenas

       una triste farola que titile

       enviando mensajes desde el más allá.

       Vuelvan a sus garabatos, colegas,

       vuelvan a sus duelos imaginarios

       y a sus cruzadas intercontinentales,

       que ya se acabaron los viáticos y serán cardiólogos

       los que mañana ocupen nuestro lugar

       en este hotel.

       Y que nada nos importe saber ahora

       si ayer fuimos ridículos,

                        sentimentales o ariscos,

       pues hoy será otro día

       y vendrán otros congresos.

Luis Enrique Belmonte, es además de psiquiatra y músico, uno de nuestros más estupendos poetas. El presente poema demuestra la innegable calidad de su discurso poético que se apoya en un sentido del humor negro y crítico. Se trata, pues, de burlarse de sí mismo y del oficio lírico para acceder al conocimiento auténtico del mundo y de su propia alma polifónica. JCDN.

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José Carlos De Nóbrega/ Ciudad VLC

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