Mi añorada Valencia, por Carlos Delgado Niño: «Las vespertinas del Teatro Imperio»

 

La muchachada que nació entre los años 1920 y 30 no podría jamás olvidar la aparición de un moderno edificio de tres plantas que se levantaba en el cruce de la avenida

Urdaneta y calle Libertad, al frente del otrora elegante Hotel Victoria: el Teatro Imperio y que por cierto, no sabemos si habrá de sobrevivir para el siglo 21, muy cercano ya (fecha en que se escribió el libro).

 

Los años cuarenta determinan en nuestra ciudad una serie de importantes obras de utilidad pública, gracias a la iniciación del periodo republicano-democrático y entre ellas se incluye este moderno teatro con aire acondicionado, todo cubierto, con dos localidades: balcón y patio. Competía pues con gran ventaja, sobre las otras salas de cine, con ventilación natural, donde en forma discriminatoria se ofrecían «palco», «patio» y «galería» (Llamada vulgarmente «gallinero».).

Recordamos que Venezuela se encontraba a una distancia de cinco años de aquel funesto período de terror e infamia que caracterizó el gobierno del «benemérito» general Juan Vicente Gómez que colocaba a nuestra nación y a nuestra ciudad en el más completo atraso en todos los órdenes.

El imperio, brindaba un amplio y elegante vestíbulo, con largo sofá tapizado en cuero y carteleras de terciopelo rojo, que invitaban a los valencianos a compartir antes de la función.

Completábase esta sala de espera, con una moderna Fuente de Soda, que vendían refrescos gaseosos de muchos sabores, lo que representaba una verdadera novedad, ya que para la época, solo existían las «colitas» de los Guada de Valencia y los D’Arago de Puerto Cabello, ambas «estilo champaña» o «champañizadas»…!

Desde las nueve o diez de la mañana, de cada domingo, justo cuando el teatro

iniciaba una de sus primeras funciones, denominada «Matinal», la chiquillada vocinglera que había esperado a sus puertas, se alineaba para comprar los boletos de balcón que eran los mas económicos para esa función que terminaba cerca de las doce del mediodía, cuando comenzaría la «función de vermouth» con cinta musicales, ya que en la matinal, se exhibían dibujos animados y algunas veces «las del oeste» o «vaqueras».

A la función de vermouth, asistían las «personas mayores» de 18 anos, es decir: casi el mismo tipo de público que acudía a las de «intermediaria y noche» en el horario final. Después de la función de vermouth el cine era objeto de limpieza ya que por lo regular, en ambas funciones se consumían golosinas.

 

A las tres de la tarde, comenzaba el matinée, casi con el mismo tipo de películas de «matinal» ya que se trataba de un público parecido. Poco después de esta función, la cambiante cartelera ofrecía cintas por lo general de corte romántico, comedias musicales o del tipo que agradaran al grupo de estudiantes o trabajadores jóvenes a quienes gustaba la mágica función de vespertina…!

Con cuanta impaciencia, esperábamos estas «vespertinas»…!

– No sabes manita..? José Ignacio me invito a ver «Escuela de Sirenas» que la pasan este domingo en vespertina… en el Imperio!

– Ay mija, con tal y que cumpla, porque ese negro es muy embarcador..!

– Más embarcador es Andrés Eloy..! Me cansé de guardarle el puesto y… ¿tu crees que se presentó?

Estas conversaciones eran frecuentes entre las pavitas de los liceos, cuando tres o más se reunían a la sombra del comentario.

– Tu no sabes quién andaba rondando la esquina de mi casa?

– No me digas que era otra vez el Carlos Pulido…!

– El mismo..! y lo peor es que ya mi papá como que se dio cuenta… porque me dijo: mira Graciela.. Quienes ese patiquín que se la pasa toda la tarde en la placita mirando hacia acá?..

– Ay papá..! Ese es un compañero de liceo que seguramente quiere que le preste mi cuaderno de apuntes..!

– Apuntes..? A punta de palos lo voy a sacar de aquí un día de estos…!

– No juegue papá..! Usted si que tiene cosas..!

Estos diálogos frecuentes determinaban que los muchachos se vieran a escondidas y el sitio escogido eran las dichosas «vespertinas del Imperio».

Existía la costumbre de que el operador dejaba escuchar tres señales: una 15 minutos antes le cada función… otra al cabo de cinco minutos más y la tercera y última en el momento de comenzar la proyección.

Las luces se atenuaban y como por encanto, los patiquines abandonaban los pasillos y se colocaban al lado de la noviecita que le estaba reservando el asiento a su lado:

– Cuidado, que mas allá esta mi tía Felicia..!

– No te preocupes, mi amor… que se esta «felicitando» con el pavo de los bigotitos…!

– Impertinente..!

Otras veces el diálogo tenía características distintas:

– Con permiso señorita; me podría sentar aquí?

– Lo lamento, caballero, pero este asiento esta ocupado..!

– Perdone entonces, señorita, no lo sabia… como ya apagaron las luces… yo pensé que…

– Pues pensó mal!… allí hay otro asiento, estoy esperando a mi hermano…!

i esperaba al hermano o a su novio era cosa que poco interesaba, aunque algunas veces…

– Perdone señorita… esta ocupado..? Me podría sentar aquí?

– Me es indiferente, si quiere sentarse, hágalo, eso es cosa suya!

– Muchas gracias..! Con permiso…

 

A veces no pasaba de allí y el importuno galán tenia que resignarse a ver tranquilo su película… pero en el transcurso de la proyección, podía deslizarse «una mano inocente» hacia la damita que muchas veces se hacia la desentendida y permitía alguna caricia sin mala intención y otras, obsequiaba al pavito su buena bofetada… o en otros casos un soberano pellizco de esos que «no se quedan así» sino que se hinchan..!

Cada caso era particularmente curioso, pero por lo general, existía un convenio previo, una mirada… un gesto… una sonrisa:

– Mira Conchita!.. Ese muchacho alto, pelo rubio, te picó el ojo cuando volteaste para allá…!

– Haz como si no lo hubieras visto… porque ese es un «picaflor» de los que abundan en La Pastora… ojalá que se acerque para darle su «tatequieto».

¡Y era de veras que se lo daba!

Recuerdo mucho a mis condiscípulos del Pedro Gual cuando enamoraban a las muchachas de la Escuela Peñalver y quienes casi siempre lograban la dichosa entrevista en el Teatro Imperio; los Mejía y los Guevara de La Pastora, los Ugarte y los Bruguera de Las Cocuicitas, los Quintero de San Blas, los Bustillos de La Candelaria, los Riera de El Palotal, los Álvarez de Santa Rosa y en fin, todos cuanto habitábamos una Valencia donde todos nos conocíamos y compartíamos aquellos hermosos años de adolescencia, hasta llegar a formarnos como ciudadanos importantes.

El Teatro Imperio, con su encanto, nos llena la mente de recuerdos al evocar las famosas vespertinas:

– Pedro chico..! Quédate quieto, déjame ver la película!..

– Qué estoy haciendo yo..? Ah..? Bueno pues, mejor me hubiera quedado en la casa..!

– Si tu quieres, te levantas y te vas..! Pero ya lo sabes: no me estés mandando papelitos ni molestándome, me haces el favor!

– Pero mi amor… si yo te quiero mucho…!

– Si..! Mucho que tu me quieres..! De los dientes para afuera!

– Está bien… está bien..! No vayas a llorar por eso!..

– Llorar yo..? No me hagas reír chico..!

– No me digas «chico»… Dime «mi amor», como siempre!

– Mi amor como siempre pues…!

– Tu me estás mamando el gallo…

– Jesús!… No seas grosero…!

– Yo no me llamo Jesús..!

– Yo sé que tú no te llamas Jesús! Te queda muy grande ese nombre..! Oíste?

– Aja..? Con que tienes un Jesús y yo haciendo el ridículo?.. No me habías dicho nada…!

– Ah no, vale…! Yo no vine aquí a pelear contigo..! No ve..?

– ¡Se terminó la película y yo: ni cuenta me di por estar con esa peleadera contigo…! Eres pura pérdida, mano!

– Si yo fuera hermano tuyo, ya te hubiera jalado las orejas!

– Pero el caso es que no eres nada mío…!

– Nada menos que el que no te deja dormir…. el que te quita el apetito…! Tu rorro…! Tu cun-tun-tún…!

– Apúrate que ya la gente está saliendo… y nos van a ver… !

– Dame un besito pues..!

– Tu como que estás loco o bebiste aguardiente..!

– Bueno, está bien… me lo das después..! o para el próximo domingo, mi cielo…Eso sí, sin peleas, mi vida, sin peleas!

– Eso mismo te digo yo..! Es que tu me haces poner brava!…

Como era de esperarse, las peleas y las caricias, los mimos, los besos, quedaban para una próxima cita: el domingo en vespertina…! O a lo mejor, para toda la vida, porque muchas parejas como ésta, son hoy felices abuelos…!

Así como he sido testigo de ésta época, lo fue Miguel Castillo, quien durante casi toda su vida fue nervio motor de este Teatro Imperio, cuya magia, nos permitió disfrutar de aquellas inolvidables vespertinas, que muchos valencianos recordamos con la nostalgia de lo que se nos fue…! Para el amigo, la constancia de lo vivido, en nuestra «Añorada Valencia».

La Valencia de «Camoruco Viejo».. La de las serenatas de Díaz Peña, Pérez Díaz y González Guinánd…

 

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Carlos Delgado Niño nació en Valencia el 2 de septiembre de 1928, locutor, publicista, radiodifusor y periodista. Fue profesor de teatro, docente cultural, humorista, actor, escritor, cronista, libretista, poeta, cantautor y compositor.

Estuvo siempre ligado con el mundo del espectáculo en la ciudad siendo organizador del «1er Festival de la voz y la canción juvenil» en el año 1973 y «Valencia le canta a Valencia» en 1996.

Fue también director de varias estaciones de radio, productor radial y escritor de programas radiales cortos, novelados, y noticieros entre otros. Co-fundador de la Escuela de Teatro José Antonio Páez en Guanare, Portuguesa, y miembro de la Asociación de Escritores de Carabobo.

Falleció el 17 de noviembre del 2012, en su vivienda, rodeado del cariño de sus familiares y amistades más cercanas.

 

DEL MISMO AUTOR: MI AÑORADA VALENCIA: «LOS TRANVÍAS DE VALENCIA»

 

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