“4F: derrota militar, triunfo político” por Ángel Omar García

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Ángel Omar García González: autor de la columna de Ciudad Valencia "Historia y Memoria"

Amigas y amigos constructores de sueños, forjadores de esperanzas. Se cumplen treinta y un años de aquellos históricos sucesos que fueron la expresión militar (la civil ocurrió el 27F del 89) del proceso de deterioro en que había entrado el régimen puntofijista. Dos hechos pueden ser apreciados desde una perspectiva histórica: la sentencia de muerte al modelo político pactado en 1958, y la insurgencia, progresiva, de un nuevo actor político: las Fuerzas Armadas; en plural como se decía entonces.

 

Un mar de fondo:

Quienes insisten en descalificar la rebelión militar del 4F, catalogándola sólo como la acción conspirativa de una logia que se había enquistado en el seno del Ejército, cuyo único fin era liquidar el régimen democrático; sólo aluden a datos aislados desprovistos del contexto histórico que en sí mismos no dicen nada; pretendiendo, de esa manera, negar la profunda crisis del sistema.

Es cierto que Chávez comenzó su acción conspirativa muy tempranamente, construyendo un entramado de compromisos y lealtades de dimensiones considerables. Pero ese dato, con toda la potencialidad material que tuvo y se expresó el día de la rebelión, resulta insuficiente para desmeritar la significación histórica del 4F. Sin el mar de fondo que representaba la grave crisis social, evidenciada en la desesperanza de un país que no tenía perspectivas de futuro, sobre todo luego del Viernes Negro de 1983; una crisis económica expresada en el colapso del modelo rentista y la desaparición del Estado de Bienestar; una crisis política signada en la desconexión entre la actuación de los partidos políticos y las aspiraciones y necesidades de la población; un país que había perdido su soberanía, dejándose imponer por los organismos multilaterales (FMI, BM, BID) condiciones económicas lesivas al patrimonio nacional y contrarias al interés colectivo, que quedaron evidenciadas en la famosa frase del presidente Lusinchi “la banca me engañó”.

Sin ese contexto de fondo, la rebelión militar del 4F quizás no habría pasado de ser un alzamiento militar más, como los ocurridos en Carúpano y Puerto Cabello. Son esos condicionantes históricos los que validan y otorgan significación a la rebelión, justificando el deber de la juventud militar patriota a rebelarse contra un sistema deslegitimado, que cada día daba mayores muestras de estar al margen del ordenamiento jurídico del país.

 

Una derrota transitoria

Continuando con la perspectiva histórica, la grave crisis desatada tras el alzamiento militar, así como sus implicaciones, pueden ser resumidas en tres intervenciones memorables de aquella jornada, que representaban distintas visiones del país y distintas formas de hacer política durante el régimen puntofijista. Senador Rafael Caldera: “Es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y la democracia, cuando sabe que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer…”. Estas palabras, más que una convicción política del veterano senador, atendió a su astucia para interpretar el momento histórico. Cuando ejerció por segunda vez la Primera Magistratura, se echó en brazos del FMI y sometió al país a un brutal programa de ajustes macroeconómicos que profundizó, aún más, las grandes desigualdades sociales existentes.

El “paquetazo económico” de Caldera produjo un empobrecimiento mayor de los sectores socialmente más vulnerables y un desmantelamiento del Estado mayor que el adelantado durante el segundo gobierno de Pérez. La privatización de aerolíneas, empresas básicas, desmantelamiento del Seguro Social, eliminación de la retroactividad de las prestaciones sociales, reducción de los presupuestos de Salud y educación para avanzar a la privatización de estos servicios, son apenas una muestra de la política económica implementada por Rafael Caldera que dan cuenta de sus verdaderas convicciones y de la dimensión oportunista de su discurso en la sesión especial del Congreso el 4F.

Senador, David Morales Bello: “Vinimos [a la sesión del Congreso] para dejar muy claro que los golpistas no cuentan con aliento alguno, ni directa ni indirectamente. Se condena [la acción militar] en una sola palabra: ¡mueran los golpistas!”. Tan categórica declaración era la confesión pública de la práctica de represión y desapariciones forzadas ejecutada durante años por los gobiernos puntofijistas contra sectores políticos disidentes y la población en general. Las manifestaciones más evidentes y dramáticas de tal práctica quizás sean los asesinatos de Fabricio Ojeda, Alberto Lovera, Jorge Rodríguez, y las masacres de Cantaura, Yumare, El Amparo y el Caracazo.

Esta declaración, en voz de un alto representante del partido del gobierno, con gran influencia sobre las decisiones del Poder Judicial, cuyas implicaciones jurídicas y políticas quisieron ser minimizadas en su momento (y después) atribuyéndolas a la conmoción del momento político; dejaban entrever hasta dónde estaba dispuesto a llegar el Estado y el gobierno para sostener el Sistema político. Esas palabras fueron atendidas eficazmente por funcionarios policiales que realizaron ejecuciones extrajudiciales como las ocurridas en el módulo Canaima, al sur de Valencia, donde cuatro estudiantes de la Universidad de Carabobo fueron vilmente asesinados.

Teniente coronel Hugo Chávez: Compañeros, lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos propusimos no fueron logrados en la ciudad capital… les agradezco su lealtad, les agradezco su desprendimiento, y yo ante el país y ante ustedes asumo la responsabilidad de este movimiento militar bolivariano”. El para entonces desconocido líder militar, con estas palabras, soltaba una verdadera bomba atómica sobre el sistema político. No solo declaraba lo transitorio de la derrota, sino que, en un país sin líderes que asumieran responsabilidades, menos un fracaso; Chávez sorprendió asumiendo la mayor derrota, no solo militar, también política.

 

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La conducta de los gobiernos de la llamada Cuarta República había sido negar reiteradamente las crisis o atribuirla a otros factores. Por eso las manifestaciones populares y las protestas por reivindicaciones sociales eran atribuidas a sectores de izquierda y reminiscencias de los grupos guerrilleros de los años sesenta. Así, el 27 de febrero fue catalogado como una explosión social dirigida por sectores de izquierda organizados en bandas de motorizados que fueron capaces de exaltar a la población y dirigir los saqueos. Lo mismo se dijo del alzamiento militar, que no representaba una crisis en el seno de las Fuerzas Armadas, sino le expresión de una logia conspirativa. Negar la realidad y atribuir su ocurrencia a otros fue una constante de los gobiernos puntofijistas.

Al asumir la responsabilidad del alzamiento militar el 4F Chávez mostraba una conducta en la que fue coherente durante toda su vida pública y que se manifestó en reiterados momentos: encarando a los golpistas en Fuerte Tiuna el 12 de abril y llamando a la calma al pueblo venezolano la madrugada del día 14; asumiendo la derrota de la enmienda constitucional en 2007, e indicando el camino a seguir en caso de su fallecimiento, en diciembre de 2012.

Cual si fuera un mago desapareciendo objetos del escenario, la conducta moral del Hugo Chávez asumiendo la responsabilidad de los hechos el 4F, convirtió una derrota militar en un triunfo político y sentó un precedente en la forma de hacer política. La Venezuela de hoy está marcada por ese hecho de hace treinta y un años.

 

Ángel Omar García / Ciudad Valencia