Amigas y amigos, constructores de sueños, forjadores de esperanzas: El sublime poema escrito por el Libertador Simón Bolívar, el 13 de octubre de 1822, conocido como Mi delirio sobre el Chimborazo, de entrada, pareciera ser una pieza sui géneris dentro del amplio repertorio de sus escritos, generalmente asociados a temas políticos y militares.
Y es que cuando se precisa el hecho de que su autor es el mismo de los manifiestos de Cartagena y Carúpano, del célebre Decreto de Guerra a Muerte, de la llamada Carta de Jamaica y del Discurso ante el Congreso de Angostura, por solo señalar los más emblemáticos; pareciera que su autor era ajeno a este tipo de manifestaciones literarias. Sin embargo, una lectura más atenta de cartas personales, sobre todo las sostenidas durante años con Manuela Sáenz, podrían arrojar luces respecto de la sensibilidad de un personaje impregnado de un profundo romanticismo.
Fe en un futuro promisorio
La comprensión de este singular texto puede apreciarse mejor en una línea temporal que permita captar la subjetividad que embargaba al Libertador al expresarse en la forma sublime en que lo hizo. Cuando escribió su famosa Carta en Jamaica de 1815, era un personaje militar y políticamente cuestionado, no solo había fracasado la Segunda República, también una parte de sus pares lo miraban como el principal, sino único responsable de la nueva derrota.
En el plano personal estaba agobiado por los duros momentos que había vivido, y en lo económico confrontaba muchas y grandes precariedades. Sin embargo, esto no fue óbice para realizar un análisis histórico y geopolítico en el que resalta su apuesta por la integración americana como requisito para lograr y asegurar el triunfo frente al imperio español. Contrariamente a lo que era su situación personal y política, su análisis giró en una dirección en que la esperanza en un futuro promisorio aparece como rasgo distintivo.
Ese optimismo fue mucho más explícito en el Discurso ante el Congreso de Angostura de 1819, pues estaba fundamentado en las favorables condiciones políticas que había consolidado: legitimaba su autoridad política y militar ante el Poder Legislativo, que a su vez lo designó presidente de la República; para luego concretar su visión integracionista proponiendo la unión de Venezuela y Nueva Granada en una nueva realidad geopolítica llamada Colombia.
No es casual, entonces, que al final de ese texto su disertación se explayara en exclamaciones revestidas de un claro estilo literario: “Al contemplar la reunión de esta inmensa comarca mi alma se remonta a la eminencia que exige la perspectiva colosal, que ofrece un cuadro tan asombroso… Ya la veo [a Colombia] servir de lazo, de centro, de emporio a la familia humana…Ya la veo sentada sobre el trono de la libertad, empuñando el cetro de la justicia, coronada por la gloria, mostrar al mundo antiguo la majestad del mundo moderno”.
A los pies de Colombia:
En esta perspectiva histórica, si algo caracterizaba el momento en que Bolívar escribió el sublime poema, era el optimismo. Estaba en la apoteosis de su grandeza. La obra de consolidar Colombia avanzaba con firmeza luego de los rotundos triunfos en Bomboná y Pichincha, en abril y mayo de 1822, que abrieron el camino para su entrada triunfal a Quito en junio. Más tarde, en julio, durante la entrevista con el Libertador de las Provincias del Río de la Plata, José de San Martín, se acordó que fuese Bolívar quien avanzara como jefe del ejército para liberar Perú, decisión que lo consagraba como el mayor jefe militar y político de Suramérica.
Este es el contexto del poema que describe el trascendental momento que estaba viviendo El Libertador. La expresión sublime de la poesía era el resultado de los triunfos obtenidos y probablemente del amor surgido de imprevisto: acababa de conocer a la mujer con la que compartiría pasiones y desventuras hasta el final de su vida.
El imaginario diálogo con el Tiempo parece describir, entonces, las múltiples adversidades que debió vencer para llegar al momento cumbre en el que se encontraba, quizás por eso exclamaba: “Yo me dije: este manto de Yris que me ha servido de estandarte ha recorrido en mis manos sobre regiones infernales; ha surcado los mares dulces; ha subido sobre los hombros gigantescos de los Andes; la tierra se ha allanado a los pies de Colombia y el tiempo no ha podido detener la marcha de la libertad… ¿Y no podré trepar sobre los cabellos canosos del gigante de la tierra?” [¿Se refería a las cumbres de Perú?] Y responde: “¡Sí podré!”.
Esas expresiones de poesía no fueron un hecho momentáneo, circunstancial, continuaron produciéndose en diversos tonos y momentos en la misma forma sublime. No de otra manera pueden entenderse expresiones cargadas de amor, que en el fondo son poesía, como las dirigidas a su maestro Simón Rodríguez, en enero de 1824: “Ud. formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló… No puede Ud. figurarse cuán hondamente se han grabado en mi corazón las lecciones que Ud. me ha dado; no he podido jamás borrar siquiera una coma de las grandes sentencias que Ud. me ha regalado”.
O claras expresiones de amor erotismo, sublime, evocadas poéticamente, que evidenciaban la profunda conexión física, emocional y espiritual que lo unía a Manuela Sáenz: “Tú quieres verme, siquiera con los ojos. También yo quiero verte y reverte y tocarte y sentirte y saborearte y unirte a mí por todos los contactos… no te vayas ni aún con Dios mismo”.
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Visto así, Mi delirio sobre el Chimborazo no es una pieza sui géneris en el repertorio de escritos del Libertador, sino una forma recurrente de expresión, la manifestación de un alma sensible que plasmaba en forma poética el recorrido y las dificultades que había atravesado para alcanzar los logros políticos que estaba materializando.
Una exégesis del poema puede dar cuenta de una excelsa forma de contar las múltiples dificultades que debió superar hasta alcanzar la gloria política y militar: las circunstancias del exilio, las duras campañas militares en los llanos venezolanos, el paso de los Andes, la precariedad material. Nada había podido detener la marcha de la libertad Suramericana. Era el dios de Colombia, es decir, la grandeza de Colombia, la que lo impulsaba, guiando sus pasos, para contar a los hombres lo promisorio que el destino les deparaba.
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Ángel Omar García González (1969): Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, y Magister en Historia de Venezuela, ambos por la Universidad de Carabobo, institución donde se desempeña como profesor en el Departamento de Ciencias Sociales de la Facultad de Educación. En 2021 fue galardonado con el Premio Nacional de Periodismo Alternativo por la Columna Historia Insurgente del Semanario Kikirikí. Ganador del Concurso de Ensayo Histórico Bicentenario Batalla de Carabobo, convocado por el Centro de Estudios Simón Bolívar en 2021, con la obra “Cuatro etapas de una batalla”. Es coautor de los libros “Carabobo en Tiempos de la Junta Revolucionaria 1945-1948” y “La Venezuela Perenne. Ensayos sobre aportes de venezolanos en dos siglos”.
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