Creo que si estás leyendo esto es porque no te consideras inculto y quieres saber si eso se come o se bebe. Si es verdad que un inculto es un ser incompleto como dijo el Libertador; como si yo supiera mucho.
Lo que te puedo decir, dentro de los límites de mi bajo coeficiente intelectual y mi pésima inteligencia emocional, es que la cultura está relacionada con el campo, con la siembra de algo, luego se extendió al cultivo de conocimientos, pero fíjate que a los campesinos, a quienes casi siempre se les tacha de incultos, son en primera instancia los que más cultivan; así que ellos serían la base de toda cultura que, como dijo alguna vez Lao o Confucio (no sé, creo que ninguno de los dos), se puede vivir sin universidades, pero no sin verduras.
Ser inculto es lo mejor que a una persona le puede suceder en esta vida desolada, desdoblada, copiada y replicada en múltiples ámbitos virtuales; esta vida saturada de relaciones incompletas y falsas, atiborrada de informaciones desechables que convierten a los celulares en periódicos perversos y esquizofrénicos.
Un inculto, al menos en teoría, no presenciaría en tiempo real la masacre que los cultos del mundo llevan a cabo en Gaza y en otras partes del mundo… Y estoy seguro de que si ese ser inculto puede llegar a los cien años hasta podría considerársele un ser inocente. Porque, para mí, la absoluta ausencia de seres inocentes es lo que nos permite abolir la palabra inculto, ya que la mayoría de las veces por inculto se quiere decir ignorante. Y sí es verdad, tú puedes ser ignorante, pero eso no te hace inculto; inculto sería algo así como vivir fuera de la cultura, y esto es más que imposible.
Seguro estarás pensando que me la comí con el párrafo anterior, si es así, es porque eres un gran ignorante y nunca has escuchado o leído acerca del gran pedo que ha existido entre la civilización y la barbarie, ese tipo de diálogos que no han llevado a nada bueno, salvo a la producción de excelentes novelas y ensayos. Es un asunto demasiado trillado. Pero si es de escoger entre un inculto y un culto, con los ojos cerrados escogería al primero, ¿por qué? De eso es que se trata este artículo. Acompáñame.
Radiografía de una persona culta
Si se le realizara una tomografía a nivel del cerebro, saldrían en relieve los grandes tumores que le demandan los reconocimientos. El culto anhela que se le rinda culto, que le digan que sabe mucho —por cierto, saber y sabor provienen de una misma raíz lingüística—, que él o ella es un ser curtido de muchos saberes; que domina todas las ramas del conocimiento. Les gusta ser aplaudidos, que los admiren porque citan a Lacan o a Habermas, y mencionan en sus discursos edulcorados a la física cuántica y a la posmodernidad.
Generalmente quedan calvos antes de tiempo. Usan lentes culo e`botellas; son flacos al extremo de convertirse en “c”; es decir, se doblan. Hablan pausados porque, ¿quién ha dicho que una persona culta grite, diga groserías o ande en chancletas y con ropa sucia? ¡Ay Dios mío, qué de lo último! Miran por encima del hombro; son muy hipócritas. Escuchan, pero por dentro dicen: usted no sabe un carajo, no voy a perder mi tiempo con un ignorante como usted. Sí, ellos nunca tutean, porque este acto es, de alguna manera, una expresión de igualdad, de acercamiento; el usted establece una distancia: de aquel lado los que no son, y de este los que sí son.
Yo creo, no sé si esto sea una verdad colectiva, que el culto siempre usa corbata y paltó, incluso dentro de la casa, quizás a las esposas les guste desnudarlos, pero si se acuestan desnudos, seguramente tendrán pesadillas. Y hablan de sus viajes, de sus invitaciones, de sus grados honoris causa, allá en La Soborna, donde se les invitó a dar clases, pero ellos rechazaron por sus múltiples compromisos. Te advierto, un ser culto no es lo mismo que un intelectual; es mucho más que eso. Todos somos intelectuales, porque usamos el intelecto; pero pocos son los llamados a degustar el gran menú del saber. Diría Cancerbero: ¿y la felicidad qué? Mis quejas, mis quejas…
La parábola del grano de sal
Compadre, ten algo por seguro, el cúmulo de conocimientos y saberes es tan abismal que necesitarías diez mil vidas para saber el cero coma uno por ciento de todo lo que sabemos hoy, que conste que no estoy considerando el saber desarrollado en cada una de esas vidas. Algo que fue asombroso para mí fue cuando vi al conductor de un programa, un físico, decir que en un grano de sal hay cien millones de partículas de sodio, lo cual utilizó para decir que es la misma capacidad que tiene nuestro cerebro para conocer; conocemos lo que cabe en un grano de sal, y para conocer ese grano de sal debemos usar diez mil vidas. Así que todo lo demás se llama ignorancia.
¿A qué cuento viene entonces que tú te la quieras dar de una vaina porque has leído quinientos o mil libros? Jamás podrás conocer más allá de tus límites y, ten en cuenta una gran verdad: ese conocimiento es humano, masculino y blanco. Necesitaríamos la versión de un ser no humano sobre los mismos tópicos, necesitaríamos la versión femenina y la de otras razas. Ser culto es, para Galeano, “saber escuchar”, a lo cual me suscribo, porque escuchar al otro es respetarlo en su integridad, comprenderlo en su mundo de vida. Esto sí, lo admito, me quedó bien bueno. Parezco un intelectual y un ser culto a la vez.
Simulaciones para ser culto
Cuando por casualidad te tropieces con personas cultas, te inviten a una reunión o algo así, te voy a dar dos fórmulas que siempre sacan a uno, el inculto, de apuros: sea de lo que sea que estén hablando, no será nada que no esté dentro de nuestros esquemas culturales; así que tú puedes decir con toda seguridad: “Eso es algo relativo a cada cultura; eso, por supuesto, es un asunto cultural”. Otra fórmula sería afirmar que antes las cosas no eran así, y en seguida describes lo que ves en la actualidad, pero de manera contraria. Es muy difícil que quedes en ridículo. Y en materia religiosa, Mateo siete lo ha dicho todo, cítalo con absoluta confianza, pero no exageres en los inventos; no es para tanto.
Beneficios de ser inculto
Por fin llegamos a nuestro tema, vamos directo al grano: un ser inculto permanece ajeno a las grandes manipulaciones de los medios de comunicación y de las redes sociales. Por lo tanto, no sufrirá depresión por las constantes comparaciones con seres exitosos. Estará conforme con su yo real; casi carecerá de ilusiones y, esto es decir mucho, pues las ilusiones son nefastas, son arrasadoras de todo presente, te vuelven un ser ilusorio, que siempre anda pensando en lo que no es.
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Un ser inculto desarrolla más su percepción hacia los pequeños detalles de la vida: admira la sombra de los árboles, no le molesta el estridular de los grillos; percibe con sumo placer el canto de los pájaros. Agradece la vida y tiene afecto de sobra para brindarle a sus semejantes, a su familia y a sus amigos. Un ser inculto, casi siempre es sabio, es decir, sabe qué hacer con lo que le ha enseñado la experiencia, ha hecho algo con su pasado, con su memoria y lo usa para enseñar a los demás. Lamentablemente, casi no son escuchados. Envejecen y son rechazados mucho más. Es que la sabiduría carece de me gustas, comentarios e hilos.
El inculto no requiere ser letrado, superar su analfabetismo, para saber que el ser humano es alguien de quien hay que desconfiar en todo momento, mucho más si usa en demasía eso que llamamos razón; la causa de nuestros males.
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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.
Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).
Ha publicado:
En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).
En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).
(Tomado de eldienteroto.org)
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