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No hay nada más difícil que ser hipócrita; no cualquier hipócrita: un tipo o una mujer que ande de allá para acá y de aquí para allá jodiendo al prójimo sin ponerle un extra al asunto, sin estilo quiero decir. Eso cualquiera lo hace. Yo creo que, para cada asunto importante de la vida, tenemos que hacerlo con estilo —no quiero decirlo por lo rayada que está la expresión, pero ahí va: con arte—. Qué broma, a todo oficio, talento o torpeza le colgamos el adjetivo artístico y ya, se tapó algo ahí que generalmente no sirve para nada o tiene mal olor…

Los hipócritas, con toda sinceridad te lo digo, son muy, pero muy necesarios. ¿Cómo han tumbado emperadores, maridos, presidentes, dictadores?, con una excesiva dosis de hipocresía, bien administrada, bien actuada y planificada. ¿Cómo se han quedado los hijos adoptivos con la herencia de los hijos legítimos? Pues, siendo grandes hipócritas: adulando al padre, usando la afirmación dentro de la negación; ¿tú sabes cómo es?, no te hagas el sincero. Déjame explicarte:

Dices, un día cualquiera después de llevarle a tu papá un buen café con unas galletas: Ya sabes, papi, lo que te he dicho al respecto, tú sabes bien cuál es mi posición, a mí no me vayas a dejar nada, yo todo lo que he hecho por ti ha sido con y por amor; en verdad, déjaselos a tal y a tal, que se lo merecen más… El padre se pone alerta y acude al proverbio bíblico: los humillados serán exaltados, y de vaina no te deja hasta los dientes postizos, la caspa y el sabañón de sus pies. Advierto que esta fórmula es válida para los forcejeos entre hermanos tengan la categoría jurídica que tengan.

Es que la hipocresía es uno de nuestros más altos valores; bueno, si tú la quieres colocar en el fondo, me da igual, lo que no puedes hacer es negar lo que he dicho, porque de pana que no estarías siendo sincero contigo mismo. No quedes bien conmigo, qué importancia puede tener, tú no me conoces; pero imagina que de repente todo el mundo es sincero, nadie te trata por tratarte, nadie habla mal de ti con este y aquél, con esta y sutaneja; ¿qué ocurriría en nuestras relaciones sociales? Eso sería la debacle, la catástrofe pura y profunda: el aburrimiento invadiría nuestros hogares y nos daría una tos horrible, con explosiones bronquiales, ardor de ojos, cansancio; perderías el sabor, el olor, y quién sabe cuándo volverás a ser el mismo: entonces todos empezaremos a anhelar la llegada del día en que vuelvan los hipócritas como muchos esperan la llagada del Salvador.

Tranquilo, ese escenario jamás sucederá, es imposible, porque la imaginación no me alcanza para imaginar un barrio sin concejal, un municipio sin alcalde, un estado sin gobernador… Y si se les ocurre colocar un distanciamiento social, físico, entre el hipócrita y sus clientes, nada mejor para él o ella, pues las redes sociales le caen como anillo al dedo; si acaso le quedaba algo de vergüenza en la mirada, un sonrojar de carrillos o una mueca de pena, en las pantallas quedarán borrados, sumergidos, disueltos.

 

Ningún hipócrita habla paja

Para hablar paja, o gamelote seco, como dice un buen amigo, están los barberos y los taxistas, personajes de parloteo incesante siempre con noticias de última hora sobre cualquier acontecer local, nacional o mundial; es probable que muchos de ellos dejen colar una que otra evidencia de ser hipócrita; pero debemos descartarlos, nada podrá quitarles del hombro sus insignias de seres parlantes de monte seco por las cuales han luchado con tesón y alevosía.

Un hipócrita es otra cosa, su verbo hace temblar a la humanidad, no desperdician segundos ni minutos conversando un asunto que no tenga importancia; ellos van directo al grano: procuran la destrucción del otro, incubarse lentamente, con suavidad, pero con una certeza implacable; nunca apuntan a la persona equivocada, pero los disparos suelen aparentar dirigirse a otro flanco, para ello usan el arma de la generalización o mencionan a un ser, inventado en el momento, a quien le adjudican las críticas que le quieren decir a la persona que tiene presente.

Pero, repito, no hablan por hablar, tienen un objetivo predeterminado; ¿cómo te convencen? A través de un ejercicio en extremo difícil de lograr, la combinación de gestos entre la mirada y la palabra, una adecuación al sentido de lo que se dice. En otro nivel más alto de hipocresía, los Imperios utilizan las falsas noticias, que son chismes sofisticados.

El hipócrita es el verdadero dueño del lenguaje: porque sabe dominar el gestual y el verbal de manera espontánea, sin ningún esfuerzo. Tú te preguntarás que a qué viene todo esto; pues bien, te saco de dudas, cuando reconozcas que estás ante un verdadero hipócrita, agradécelo al Señor, anda a tu iglesia favorita e híncate ante este favor concedido y prende cien cirios diarios y ofrece tus molares en compensación. Y si el hipócrita habla de ti, agradécelo mucho más.

Pienso que podrías recorrer diez veces el camino a Santiago o el de la Meca como ofrenda al Padre eterno, que parece que es el mismo en todos los reinos de la guerra. Porque esa persona te evaluará y dirá asuntos de tu personalidad que, generalmente son ciertos y casi nadie tiene el valor de comunicártelos, y allí tienes la oportunidad de hacer cambios en ti, de preguntarte, caramba, ¿será verdad que soy cruel o soy un oportunista?; sí, yo dije esto de tal y tal, y no consideré que podía herirla o lo hubiese dicho de otra manera… Y sería infinita la lista de nuestras cualidades que no somos capaces de ver con claridad: el hipócrita es nuestro terapista: luego todos los somos. Alabanzas le sean dadas en todo momento.

 

Sitios más frecuentes donde se pueden conseguir hipócritas

La ONU, en su estudio más reciente (agosto de 2024), afirma que por cada perro, o sea, por cada persona sincera, hay 12 millones de hipócritas aproximadamente; el gran dilema para esta organización —para lo cual este año ha acudido a la CEPAL y algunas universidades de prestigio en el área de la sociología como las de Argentina y Perú, Suiza, Francia, Alemania y Reino Unido, entre otras—, no es el estudio de los hipócritas, sino de las personas que, supuestamente, deberían ser sinceras: es decir, por cada persona auténtica hay 12 millones de falsos. Esto no es tan fácil. El laboratorio aquí fracasa, los test y encuestas, también; ni siquiera a través del método de Historia de vida podría obtenerse un estudio que medianamente nos aproximara a la verdad. Y me pregunto, ¿acaso el hecho innegable de que la historia misma de la ciencia sea una sucesión infinita de falsas verdades la torna un sitio idóneo para encontrar hipócritas, los científicos? ¿No se han descubierto las manipulaciones con alimentos que no los son, medicinas que son venenos, avalados por la ciencia?

Creo que me puse a especular y estoy hablando acerca de abstracciones, precisamente lo que no quisiera hacer en este artículo. Por eso, sígueme hacia un espacio más concreto y, por lo mismo, más difícil de estudiar: tu familia, ¡ja, ja, ja…! ¿Te asustaste? Vamos a generalizar un poco entonces, para que no sea tan dura la verdad: la familia. La familia no es un espacio o, mejor dicho, es un espacio múltiple. No solo porque cada miembro tiene una noción diferente de lo que es su hogar, sino porque cada quien tiene dos espacios: el público y el privado.

Para que no existan hipócritas es preciso exterminar el espacio privado: ese en donde maldices y le deseas la muerte a… ¿ves?, y entonces ¿cómo desahogarías tus penas y tu violencia? ¿Cómo te masturbarías por yo no sé quién, la evangélica? ¿Cómo le mentarías la madre a tu papá por obligarte a estudiar tal cosa solo porque a él le da la gana? ¿En cuál espacio te meterías tu montecito para soportar el peso de la existencia, pero eso sí, sin que nadie lo sepa? La Biblia sabe a quién se dirige, por eso es tan prolífera en prohibiciones: no hagas esto ni aquello, ni siquiera lo pienses porque pensarlo es ya hacerlo, de todas maneras, aquí te tenemos preparada una sobredosis de culpa, ¿quieres? Sigue leyendo y dale a me gusta.

Pero, hablando de principios religiosos, veamos que nos puede decir un gran pescador de pecados como mi amigo José Espejo:

—Espejo, entiendo que ya sabes de qué estamos hablando, ¿será que nos puedes aportar un argumento nuevo? Pero por favor, no me vayas a salir con la bendita expresión de que en griego persona significa máscara y ese tipo de gamelote seco, porque ya eso lo sabe cualquiera que no haya estudiado griego en su perra vida.

–¡Ja, ja, ja…!, caramba, me adivinaste el pensamiento, a eso iba, qué broma, ¿y ahora qué digo que suene importante? ¿Tú sabes que si eliminas una cita de los europeos en un discurso, este será tomado como superficial? Te lo digo porque hasta en eso somos hipócritas, celebramos una historia que no es nuestra y estudiamos periodizaciones en la que no aparecemos. Bueno, compadre; parece un tema estúpido, pero cómo nos pisa la cola. Yo sí siento que estamos rodeados de farsantes; pero tú dices que el hipócrita no es falso, así que no entiendo muy bien el asunto.

—Fíjate que uno los encuentra en cualquier sitio. Por ejemplo: el sábado próximo pasado fui al mercado a comprar limón, no hallaba dónde comprar, había varios vendedores; me decidí por un evangélico porque el tipo me decía: varón llévese el limón, varón tienen bastante jugo, llévelo con confianza, varón y varón y no joda, le compré los limones a él. Al lado, una música cristiana y tal; mientras yo elegía los limones el varón cantaba… ¿Y qué pasó? Nada, ninguno de esos limones sirvió, el jugo existía en ausencia. Fíjate pues, para mí los vendedores son los más grandes hipócritas que existen, ¿tú no crees?

Claro que lo creo, compadre Espejo. Y la publicidad no es otra cosa que la reproducción de la hipocresía a gran escala, con elegancia, con estilo, como debe ser; la publicidad es una escuela de hipócritas para hipócritas: nosotros. (Creo que ya agoté la cantidad de palabras claves). Y tú puedes ver cómo las personas se ocultan entre las cortinas del Facebook, se meten en el cuarto de Instagram y se cambian los nombres, y saben de cualquier oficio, disciplina o profesión, por rara que parezca: son veterinarios, veteranos y venéreos; saben de alarmas, son alarmistas y alardean; conocen la historia universal de cabo a rabo, pero hasta el cabo del rabo lo esconden y nunca entonan el himno nacional de sus países…

Por cara colocan un papel arrugado, un país en ceniza, una estrellita rosada, una sombra, una pipa… Y los europeos trabajan en África y los africanos estudian en Europa, y los latinos nunca son pobres y, todos adoran el dinero y las buenas costumbres; y China amenaza al planeta y Misiles Unidos lo salva. ¿Será eso cierto, amigo Espejo?

 

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Pero antes de callarme la mano, quiero aclarar una cosa: el hipócrita es aquel cuyas palabras no se sujetan a un afecto, a una emoción; sus palabras flotan, se solidarizan contigo en tal o cual problema, pero hay algo en sus palabras que suenan huecas, vacías, sin ningún tipo de gravedad, ni en el alma de esa persona ni en la de quien lo escucha. Lo más cercano son los discursos de los presidentes elegidos en Estados Rugidos; es algo semejante a los poemas experimentales donde se crean palabras nuevas que no tienen contexto y tú lees y lees y no sabes qué carrizo dicen; pero todo el mundo los celebra, como lo hacen con el Ulises de Joyce, ¿será que el poema camina desnudo y todos lo ven vestido con elegantes atuendos?

En cambio, los sinceros, son los que cojean, son falsos como la pata de una silla mal puesta; porque ellos no tienen ni idea de cómo el lenguaje los desmiente, cómo la palabra se vuelve en sus contras, cómo dicen una cosa y hacen otra. Esos somos: aprendices permanentes de nosotros mismos.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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