Y hoy más que nunca, la Navidad en Venezuela comienza con el primer brillo en el cielo de octubre. No espera calendario ni permiso: se adelanta con alegría, con música, con aroma a hallaca y pan recién horneado. Es una fiesta que se instala en el corazón y se expande por cada rincón del país, como una bendición que no se detiene.
En Valencia, la Navidad es maravilla pura. Las plazas se llenan de luces, los barrios se adornan con creatividad, y las gaitas resuenan como himnos de felicidad. Las familias se reúnen para cocinar, cantar, abrazarse. Cada casa se convierte en un refugio de ternura, cada calle en un escenario de celebración.
Los pesebres se arman con devoción, los arbolitos se visten de color, y el espíritu navideño se siente en cada gesto: en el saludo del vecino, en el regalo inesperado, en la sonrisa compartida. Valencia vibra con esperanza, con unión, con belleza.
DEL MISMO AUTOR: ALICIA O EL PAÍS QUE SE PLIEGA
La Navidad aquí no es solo una fecha: es una forma de vivir. Es el pan de jamón que se comparte sin medida, el ponche crema que se brinda con cariño, la música que acompaña cada paso. Es la certeza de que todo está bien, de que todo puede esta mejor, de que la luz siempre vuelve.
Y así, desde octubre, Venezuela se convierte en un canto de alegría. Porque celebrar es agradecer, es amar, es vivir con plenitud.
Feliz Navidad y feliz vida.
Navidad en Venezuela
En la esencia de estos meses,
cuando el sol se vuelve guirnalda
y la brisa canta aguinaldos
en los techos de zinc y felicidad,
la Navidad se enciende
como un lucero en la arepa caliente.
Los niños juegan con bengalas
mientras la abuela amasa el tiempo
en forma de hallaca,
y el abuelo, con voz de cují,
recita historias del Niño Dios
que nació entre pesebres y cafetales.
La montaña baja a la ciudad
vestida de musgo y papel crepé,
y los ríos murmuran versos
que aprendieron de Simón y de María Lionza.
Todo es ritual, todo es canto,
todo es tambor que despierta la tierra.
En cada casa hay un altar
hecho de fe y papel periódico,
donde el San José de yeso
mira al Niño con ojos de barro,
y la mula y el buey,
hechos con tapitas de malta,
respiran el milagro del reencuentro.
Porque en Venezuela,
la Navidad no es fecha,
es fuego que no se apaga,
es abrazo que cruza mares,
es voz que resiste lo que nos mandan
y baila con la luz de las velas.
Es el país que se representa
entre gaitas y pan de jamón,
el país que se recuerda
cuando el cielo se llena de estrellas
y el alma, de sueños.
Que Dios y La Virgen
Nos bendigan hoy y siempre…
JLTB
La última Navidad de la señora Encarnación
En la calle Girardot de Valencia, donde los mangos caen como bendiciones y los gallos cantan a destiempo, vivía la señora Encarnación, una mujer que había cumplido ciento tres años sin que nadie se lo creyera. Decía que había nacido el mismo día que se fundó el Teatro Municipal, (aunque el teatro ese año cumplió 130), y que su primer recuerdo era el olor a pólvora de una Nochebuena sin luces, cuando los ángeles bajaban a pie desde El Trigal.
Cada navidad, Encarnación sacaba del baúl de cedro un pesebre que tenía más historia que la ciudad misma. El Niño Jesús era de barro cocido, con una grieta en la frente que, según ella, se la había hecho el general Gómez al tropezar con él en una visita secreta. La mula y el buey eran de cartón piedra, y los Reyes Magos tenían rostros de expresidentes, aunque nadie se atrevía a decir cuál era cuál.
Ese año, sin embargo, algo cambió. El 23 de diciembre, Encarnación anunció que sería su última Navidad. No lo dijo con tristeza, sino con la solemnidad de quien ha recibido una carta del más allá. “Me lo dijo San Rafael en sueños”, explicó. “Ya es hora de que me vaya a celebrar con los míos”.
La noticia corrió por la ciudad como un aguinaldo mal cantado. Los vecinos comenzaron a llegar con hallacas, pan de jamón, y promesas de eternidad. El alcalde mandó a colocar luces en su fachada, y un grupo de gaiteros se instaló en su sala para tocar sin descanso. Hasta los fantasmas del Cementerio Municipal se asomaron por las ventanas, curiosos por la despedida.
La noche del 24, Encarnación se vistió con su bata de lino, se sentó en su mecedora, y pidió que le pusieran la misa de aguinaldos en la radio. Afuera, los fuegos artificiales estallaban como estrellas fugaces, y el aire olía a leña y a promesa. A las doce en punto, cerró los ojos y sonrió.
Pero no murió.
Al contrario, al día siguiente apareció en el mercado de La Candelaria comprando albahaca y contando chistes verdes.
—San Rafael se equivocó —dijo entre risas
—Me dijo que era mi última Navidad, pero no especificó en qué mundo.
Desde entonces, cada Navidad en Valencia se celebra con una misa en su honor, aunque ella sigue viva, más lúcida que nunca, asegurando que mientras haya gaitas y papelón con limón, la muerte tendrá que esperar su turno.
«Hans Christian Andersen: el viajero sin patria» por José Luis Troconis Barazarte
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José Luis Troconis Barazarte es artista, narrador, docente y sembrador de lenguajes. Licenciado y Magíster en Artes Visuales y Escénicas por Strayer College (Washington D.C.), doctor en Historia del Arte por Bircham International University y la Universidad de Salamanca (España), ha hecho de la interdisciplina su firma y de la cultura su morada.
Fue director de Cultura de la Universidad Arturo Michelena y coordinador cultural de la Alianza Francesa de Valencia. Fundó y dirige CEINFOLEIM, un espacio de creación y formación artística donde enseña siete idiomas, música y literatura creativa. Desde allí impulsa movimientos como Cacao Tekisuto, centrados en el mestizaje simbólico y la maduración lenta del arte.
Ha sido premiado en certámenes de relato breve en España, ganador de la Bienal Internacional de Literatura Vicente Gerbasi (2017) y ha publicado los libros Empáticos y Cartas a la Soledad (2025). Su obra circula en más de 30 antologías digitales.
Interprete de lengua de señas, diseñador digital, guionista, director coral y fundador de FUNDÁCRO, su travesía creativa se nutre de la danza, el relato, la música y como médico de la sanación.
Escribe como quien borda, con barro en los pies
cielo en la lengua, fuego en la voz,
con oído de calle y pulso de viento.
Poeta que escucha lo que otros callan
y traduce silencios en tinta viva.
(Reseña de Antonio V. Díaz B.)
Ciudad Valencia / RN













