Vuelo a lo invisible-Montejo-Mohamed
Para hacer cine en Latinoamérica
 hace falta una de dos condiciones,
ser rico o estar loco…
Anónimo
(Tomado de “20 años por un cine de
autor” de Jacobo Penzo Dorante, 2000).
 
“El cine que tratamos de hacer ahora es nuestro cine, el cine de nuestras vidas, no de nuestras viditas de cada país: las vidas del continente… Si yo me negara a utilizar en ello mi tiempo libre, mis posibilidades de acceso y mis recursos… prácticamente merecería ser borrado de la historia”.
 
Gabriel García Márquez

 

Confieso que no sé por dónde comenzar esta crónica cinéfila, repentinamente motivada por la reciente celebración el pasado 28 de enero del Día Nacional del Cine.

En verdad me siento, literalmente, asaltado por los recuerdos. Rostros de amigos cómplices reunidos en torno a esta pasión, más los títulos de algunas películas y sus protagonistas se agolpan en mi mente, junto con los respectivos lugares donde se proyectaban, todo ello como pretexto, tal vez, para encontrarnos y compartir la magia de un instante.

 

Daniel Hippie Peña y compañía

Es por ello que encontrar en las afueras del Teatro de la Ópera de Maracay a algunos cineastas amigos, representantes de la “vieja guardia cinéfila” de Aragua y Carabobo, por decirlo de alguna manera, fue una sorpresa inesperada que nos dejó “cinetizados”, neologismo empleado por Cortázar en el libro titulado Cortázar de la A a la Z, que me parece acertado para describir dicha emoción.

Me refiero a personajes de la valía de Daniel “Hippie” Peña, Nelson Escalona, alias “El Teórico” y los camaradas Rubén Serrano y Edgar González, todos con una trayectoria de más de cuatro décadas en este mágico oficio de soñar con los ojos bien abiertos, quienes por cuestiones del azar o la causalidad confluyeron el pasado sábado 27 de enero en la antesala de esta celebración, donde se proyectó el film “La Batalla de los Puentes”,  y posteriormente se realizó un foro con su realizador, Carlos Azpúrua, cineasta de vieja data y maestro de las nuevas generaciones.

 

 

En relación con el tema que nos convoca, de entrada podríamos decir que, según la opinión generalizada, todo comenzó con lo acontecido el 28 de enero de 1897 en el Teatro Baralt de la ciudad de Maracaibo.

 

 

Ese memorable día se representaba la ópera “La Favorita” y al final del programa se exhibieron, junto a los cortos de los hermanos Lumiére, unos cuantos metros de celuloide filmados íntegramente en el segundo puerto más importante de la capital del estado Zulia, que se anunciaba como sigue:

 

Estreno del portentoso aparato El Cinematógrafo (Vitascope perfeccionado). Nombres de los cuadros: 1) Los Campos Elíseos (París); 2) Un célebre especialista sacando muelas en el Gran Hotel Europa (Maracaibo); 3) Muchachas bañándose en el Lago de Maracaibo; 4) La llegada de un tren (París)”…

 

Afirmaba en 1989 Ricardo Tirado (Nueva York, 1935-Venezuela 2023), reconocido periodista y crítico de cine, según leemos en el libro Cine Latinoamericano (1896-1930), de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, en la Colección Carlos Rebolledo, Ediciones del CNAC (2014).

El singular acontecimiento, a trece meses del nacimiento del cine, se debe a la iniciativa del zuliano Manuel Trujillo Durán (1871-1933), fotograbador, fotógrafo y pintor retratista, quien ejercía la representación de firmas fotográficas extranjeras y de la revista especializada Luz y Sombra, que se editaba en Nueva York, de donde trajo el aparato conocido con el nombre de Vitascopio hasta su natal Maracaibo en 1896.

Se decía entonces: «¡La fotografía cobra vida. Se podía ver –como si ocurriera ahora– lo que podía pasar en los más apartados lugares del mundo!”.

No obstante, quince años después de la edición de este texto, Yolanda Subero, reconocida Investigadora de  historia del  Cine Venezolano,  gracias al avance de las investigaciones, sostenía una versión diferente:

 

“Empezaremos afirmando que no es Manuel Trujillo Durán el promotor de esta primera función de cine en Maracaibo, sino Luis Manuel Méndez, un empresario eléctrico procedente también del estado Zulia. Fue él quien viajó a Nueva York y adquirió el equipo presentado en el Teatro Baralt. Trujillo Durán será contratado únicamente como empresario para exhibir el proyector en territorio venezolano”.  

 

Palabras que abren un posible debate desde la perspectiva de la historia no contada o historia insurgente.

Es evidente que el cine llegó para quedarse. Se escapó de las manos de sus inventores, quienes jamás imaginaron la trascendencia que tendría, ni las grandes pasiones que desataría en las generaciones venideras, cuestión que me induce a realizar un viaje inverso en el tiempo.

Cierro los ojos y en cámara lenta van apareciendo en los laberintos de mi mente libros, revistas y recortes de prensa que se mezclan con rostros, nombres y lugares relacionados con momentos aunados a alguna película que nos haya dejado su impronta. Aparecen y desaparecen cual destellos.

Entrecierro los ojos y poco a poco me veo la tarde-noche de un sábado en el Cine Arte del Teatro Ateneo de Aragua, a finales de los ‘70, con Freddy Cortés proyectando cine latinoamericano conocido como subversivo o “ñángara”, y a Leonel Marín trayendo en calidad de préstamo, desde Caracas, del Cine Club de la Escuela de Sociología de la UCV, películas de 16 mm, que luego pasaríamos al aire libre en alguna calle, en el Sindicato Campesino, actual sede de la Fiscalía Municipal de Diego Ibarra, o en el sindicato de Intervasa en San Joaquín; tal como hicimos con Yo Hablo a Caracas, de Carlos Azpúrua, film que proyectamos infinidad de veces contando con la masiva presencia de estudiantes, obreros y amas de casa con quienes realizamos muchos foros, a veces interrumpidos abruptamente por la Disip adeca.

 

Carlos Azpúrua.

Recuerdo que en el viejo Volkswagen de Harry Almela viajamos muchas veces desde Maracay y Mariara al auditorio de Faces, a participar en los talleres de cine de la Universidad de Carabobo (UC), dictados por nuestro amigo Jaime Ortiz, profesor de audiovisuales, quien llegó a Venezuela expatriado desde Chile por la dictadura fascista de Augusto Pinochet.

En esos encuentros, signados por la pasión desmesurada por el invento de los hermanos Lumiére, conocimos e intercambiamos sueños con Carlos Montenegro, del Cine club de Faces; Edgar González, del Cine club de Medicina; José León, del Departamento de Audiovisuales del Rectorado de la UC, y otros amigos que escapan de nuestra frágil memoria.

Como podemos apreciar, el anecdotario cinéfilo está cargado de recuerdos mezclados de historia, suficiente para seguir sacando a la luz algunos programas de prensa, radio y televisión con críticos y periodistas de la talla de Rodolfo Izaguirre, Ricardo Tirado, E. A. Moreno Uribe, Juan Antonio González, entre otros.

Sumado a esto, libros imprescindibles como 200 Años en la Oscuridad, de Juan Nuño, y Veinte años por un Cine de Autor, de Jacobo Penzo (citado al comienzo de esta crónica); y revistas de cine y fotografía de alta calidad como Extra-Cámara, Cine al Día, Encuadre; o películas como El PEZ QUE FUMA de Román Chalbaud, CRÓNICA DE UN SUBVERSIVO LATINOAMERICANO de Mauricio Wallerstein, LA BATALLA DE LOS PUENTES de Carlos Azpúrua, SIMPLICIO de Franco Rubartelli, MIRANDA de Diego Rísquez y PUEBLO DE LATA de Jesús Enrique Guédez…

 

Román Chalbaud

 

Finalizamos esta primera ronda homenaje a nuestro cine nacional citando las palabras de Román Chalbaud (Mérida 1931-Caracas 2023), sobre su parecer acerca de este mágico oficio al cual dedicó toda su vida.

 

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“Alguien dijo que cuando el cine empezó a hablar, dejó de ser lo mismo. Otros defendían la palabra, pero es el abuso de ella lo que hace mal. Cuando el cine era mudo, era más inventivo. Se inspiraban con más imágenes. Poner la cámara, un resplandor atrás y la mujer, le da una pureza extraordinaria”.
“El cine se ha contaminado y convertido en una cosa muy alejada del arte. Agraciadamente todavía existen muchos creadores que lo hacen puro, pero cada vez es menor, porque el mercado les exige otro tipo de elementos. La técnica es importante, pero lo principal es lo humano. Yo dejé de ver cine de Hollywood. Antes explotaban cinco carros, ahora como 17. A veces las hacen malas a propósito, para que la gente coma más cotufas, que dan más dinero que la venta de boletos. Tenemos que huir de eso y tratar de salvar a la cinematografía por lo que realmente fue”.

 

 

Finalmente, el maestro da algunos tips para encaminar a los futuros cineastas:

 

“Lo primero es tener un buen guion. Ya con eso sabremos qué tan buena será la película. También toda la gente que te rodea, porque es como una orquesta. No hay una receta para hacer buen cine… Debe tener una magia, pero todo viene del argumento. ¿Qué vas a contar? Ese cuento debe tener estupendos colaboradores. Pero reglas no hay, si no, no hubieran películas malas.” 

 

¡Salud, Poetas!

 

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Mohamed Abí Hassan (El Tigre, 1956). Poeta, artista visual y editor independiente. Licenciado en Educación, Mención Artes Plásticas (cum laude), por la Universidad de Carabobo (UC). Ha ejercido la docencia en la UC y en la Universidad Arturo Michelena. Ha sido colaborador en las revistas Poesía y La Tuna de Oro (UC). Primer Premio II Bienal de Literatura Gustavo Pereira, Mención Poesía 2013; Primer Premio IV Bienal de Literatura José Vicente Abreu, Mención Poesía 2016; Primer Premio Concurso Nacional del II Festival 3.0 de Historias Comunales Ramón Tovar (2022).

Formó parte de la Comisión Rectoral del Encuentro Internacional de Poesía de la UC. Coordinó el Taller de Formación de Cronistas Comunales en Mariara, estado Carabobo, auspiciado por el Minci, la Revista Nacional de Cultura y el Centro Nacional de Historia. Actualmente se desempeña como facilitador de talleres de iniciación en la creación literaria, así como talleres sobre patrimonio histórico.

 

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