“De la inteligencia artificial y otros orgullos” por Arnaldo Jiménez

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Me llama la atención que la publicidad denomine artificial a la inteligencia de los robots. Pareciera que este eufemismo realza las cualidades de la máquina y procura generar en el ser humano un sentimiento de inferioridad, por una parte, y por otra, una clase de orgullo que le permite afirmar que es testigo de la más grande revolución tecnológica jamás pensada; la inteligencia artificial (IA) cambiará nuestras vidas para siempre.

La inteligencia de las máquinas siempre ha sido artificial; es decir, imitación de la humana, porque de allí deriva. En este sentido, pareciera que esa tal inteligencia fuese una prolongación del arte por otros medios; pero no nos llamemos a engaño, la inteligencia artificial podrá generar el modelo perfecto de otras creaciones humanas, responder a los comandos de la voz, indagar en inmensas acumulaciones de datos informativos con la mayor rapidez posible; la IA puede generar, por medio de proyecciones, cómo será el ser humano del futuro, quizás con un margen de error muy mínimo; también puede involucrarse en la ciencia médica y contribuir a que los diagnósticos de las enfermedades se realicen a tempranas edades curioseando en la cadena del código genético; en fin, la inteligencia artificial puede generar conocimientos a partir de cero, sin necesidad de tener patrones humanos como referencia.

Sin embargo, ninguna creación surge espontáneamente, es una planificación humana, tiene una dirección de origen y parte desde una clase social determinada, con objetivos que permanecen ocultos al resto de la humanidad: desde el humano hacia los materiales que generarán una nueva forma de tecnología; luego, como ocurre dentro del sistema capitalista, esa tecnología se le opondrá al ser humano, se alienará de diversas maneras: será usada en las próximas guerras, será usada para el espionaje entre los Estados-Potencias. Su uso no será democrático, solo el pequeño porcentaje de millonarios, dueños del planeta, podrá tener acceso a esa inteligencia, los pobres podrán conformarse con algunos juegos incluidos en los celulares.

La historia volverá a repetirse porque el patrón económico que sostiene a la inteligencia artificial no sufrirá ninguna modificación significativa, seguirá reproduciendo la exclusión, la competencia, la separación del ser humano de la naturaleza, la explotación del trabajo. ¿Qué inteligencia es esta, tan sofisticada, tan de altura, que no puede erradicar el hambre del planeta? Por supuesto, es una inteligencia artificial, no se le puede pedir tanto. ¿Qué tipo de inteligencia es esta que no puede pedírsele que, a través de la acumulación de cientos de millones de datos de los mil millones de modos de matar que ha inventado el ser humano, piense en la mejor manera de eliminar las guerras?

Me gustaría ser testigo de la creación de una inteligencia nacida desde el corazón hacia el cerebro, en la que se piense cómo unirnos sin generar odios entre las naciones, cómo colaborar entre todos para que nuestras vidas sean lo más parecidas posibles a la alegría, a la paz de saber que ya nadie creará, en cualquier momento, un virus mortal, que ninguna mega empresa bancaria planifica el descalabro de las economías dependientes y competentes; que ya no es posible asesinar a personas por sus preferencias sexuales, o color de piel o inclinaciones religiosas. Inteligentes de verdad.

Se le puede pedir a una máquina que escriba el mejor poema de amor que jamás haya existido; pero el sufrimiento, la pasión, el desasosiego que choca contra los riscos del alma, eso solo lo puede sentir un humano. El cerebro artificial jamás podrá tener mi historia y producir las pesadillas que me atormentan dormido o despierto. Nunca habrá más belleza en una máquina que en la cicatriz que dejan los años sobre la piel; jamás podrán imitar la belleza de un vuelo, la caída de la lluvia, el color de la mirada de nuestros seres amados.

 

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Recuerdo cuánto envidié al Hombre Par: un cómic japonés de los años sesenta que permaneció hasta finales de los ochenta y recorrió casi todo el mundo. Un niño escondía en su closet a un muñeco que al apretársele la nariz se transformaba en él mismo. El niño lo enviaba al colegio mientras él salía por la ventana a salvar a la comunidad de algún peligro. Cuánto me alegré al saber que sus creadores, Fujio y Fujiko, habían creado esas aventuras a partir de sus experiencias como compañeros de clase cuando eran chicos. Todavía perdura en mí ese deseo de tener un doble mío escondido en un escaparate, mejor si comete errores, mejor si demuestra que es algo más torpe que yo. Los creadores de ese comic estudiaron de tal manera la psique infantil que marcaron para siempre una huella de alegría.

Yo sucumbo ante esta inteligencia, no quiero alegrías que sean desechadas por artificiales, consumidas por convertirse en productos inalcanzables. Necesito una inteligencia que me permita ser un mejor ser humano.

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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