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María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

Demonias, eróticas y temibles… A pesar de que nada ha comprobado la supuesta superioridad en la potencia y deseo sexual masculinos, mucho se repite acerca de ello. Las causas son históricas. Por distintas vías se ha intentado, con innegable éxito, posicionar la idea de que las mujeres y el sexo libre son un mal binomio, por no decir un binomio diabólico como en algunas épocas llegó a considerarse, principalmente por medio de las religiones, así que respecto al sexo de las mujeres se trata de una castración de orden cultural.

Entre 1970 y 1988, William Hartmann, del Centro para Problemas Maritales y Sexuales, en California, monitorizó el orgasmo de 469 mujeres y 289 hombres voluntarios. El mayor número de orgasmos en una hora fue de 134 para la mujer y 16 para el hombre.

Si se hace una revisión (no exhaustiva) a la manera de cómo los estereotipos femeninos se han confeccionado a través de la filosofía, la historia, la teología, la literatura y, más recientemente, los medios, podemos dar cuenta de que un rasgo común en distintas culturas y, sobre todo, las religiones es la demonización de la sexualidad femenina. En la teología, casi sin excepción, la sexualidad es de seres perversos, provocadores, eróticos, tentadores y, por lo tanto, pecaminosos; una especie de tentación maligna que, por lo general, profiere un castigo y representa la puerta a la tragedia y la muerte. La pureza, en cambio, es asumida como virtud y como rasgo intrínseco de la feminidad y se posiciona como elemento transversal del eterno femenino asimilado construido hasta hoy.

 

Medusa-Gorgona-Nos(Otras)-María Alejandra Rendón Infante

Al respecto, Coral Herrera Gómez (CHG) indica: “El miedo de los hombres a la potencia arrasadora de la sexualidad femenina ha sido uno de los grandes motivos para encerrar a las mujeres en el ámbito doméstico, para cubrir sus cuerpos (desde el velo hasta el burka), para mutilarlos (dos millones de niñas al año son castradas a manos de sus familiares) y para estigmatizarnos como seres más próximos a la animalidad y la irracionalidad que a la cultura y la civilización humana”.

De allí que la mayor parte de los monstruos femeninos de las culturas patriarcales son seres eróticos, voraces, insaciables sexualmente, apasionados, crueles hasta el extremo. Las Gorgonas, las Harpías, las Erinias, las Amazonas, las Sirenas, la Esfinge, las Succubus, Medusa, las Lamias, las Centaurides, las Empusas, Artemisa, Afrodita…

Existen muchísimas referencias y figuras totémicas de tal demonización: Otras diosas monstruosas fueron: Andras, un Espectro Bisexual; Astartea, el Ángel del Infierno; Gomory, la Maestra del Sexo; Is Dahut, la Amante Insaciable; Perséfone, la Reina del Inframundo; Zalir, la Lesbiana, Zemunín, la Prostituta (CHG)

Además de exhibir su apetito sexual, estas fueron dotadas de otras características: cuernos, cabezas deformes, manos largas, colmillos, saliendo entre llamas, sufrientes y poseedoras de gran capacidad de seducción, así como poderes sobrenaturales sumamente destructivos y relacionados con la sexualidad.

 

Lilith-Nos(Otras)-María Alejandra Rendón Infante

Otras fueron igualmente estigmatizadas por preferir la libertad o luchar por ésta: es el caso emblemático de Lilith (para la cultura hebrea), fémina diabólica considerada por los textos hebreos la primera mujer de la creación y primera esposa de Adán, la cual no proviene de una costilla, sino que fue hecha a partir de “inmundicia y sedimentos”. Se configura a lo largo de la historia como la imagen última del pecado, del vicio y de la lujuria. Se niega a permanecer en el paraíso sumisa y obediente, del mismo modo que exige igualdad de condiciones en el acto carnal. Adán la somete y le exige que se someta a su voluntad, razón por la que ella huye para siempre a la región del aire y comparte su cuerpo con los súbditos de Lucifer y con éste engendra una estirpe de diablos.

No menos mala fue Eva, que se dejó alcanzar por la curiosidad (el conocimiento) y es la culpable de todos los pecados. De manera que es profuso y nada inocente el posicionamiento malévolo de la mujer, pero ningún aspecto tan estigmatizado como el relacionado con su sexualidad.

Hay una manifiesta obsesión por la represión sexual de las mujeres en casi todas las religiones monoteístas. Una manera de controlar el erotismo, y reducir la unión carnal al hecho meramente reproductivo. Una mujer que experimente placer, más allá de ese mandato, se considera que está lejos de la divinidad.

“La moral patriarcal ha dividido a las mujeres en dos grupos: las seductoras, que destacan por su erotismo y sexualidad; sus artes sensuales sirven para desorientar y manipular a los hombres, que tienen que huir de ellas para no sentirse dominados. Y por otro lado están las discretas, que aparentan no sentir deseo alguno. Las primeras son malas porque son promiscuas, y porque no son sumisas a la autoridad masculina, ni se sienten objeto perteneciente a ningún dueño. Las segundas son las madres y las esposas, esas mujeres complacientes y bondadosas que tienen sexo solo por complacer a sus maridos, no porque lo deseen por ellas mismas” (CHG).

De la mujer que decide su sexualidad y la vive de manera libre, siendo capaz de explorar, tomar la iniciativa y comunicar sus deseos y, además, desempeñarse de manera espontánea y eficiente, es común que se le llame “bicha”, “demonia”, “perversa”, “sin vergüenza”, “loba”,  es decir, nada alejado de la fábula y las mitologías.

 

Eva-Nos(Otras)-María Alejandra Rendón Infante

Esta idea implica que su cuerpo, de algún modo, no es suyo, sino del hombre con el que se casa, del cura que la confiesa, del médico que la explora, del gobernador que ejecuta las leyes, de los parlamentarios que las aprueban. Su cuerpo reproductor es un bien social, por eso la maternidad se contempla como algo obligatorio, natural y necesario para las mujeres y no solo ello, sino el único elemento que ha de conectarla con la sexualidad.

Es por ello que la sexualidad en las mujeres solteras, viudas, postmenopáusicas, con alguna discapacidad, está tan cuestionada todavía o rodeada de tabúes. Lo mismo sucede con la masturbación y cualquier práctica que proporcione placer desde la autonomía de sus cuerpos. Más inadmisible todavía es que el placer no sea en función del falo o que pueda prescindir del mismo.

Siempre se ha concebido el orgasmo como un efecto de la estimulación masculina, así se nos ha hecho saber, tanto, que muchas mujeres fingen órganos e incluso muchas lo han hecho durante toda la vida, bien sea para no herir a su compañero y este no esté inseguro de su virilidad; seguramente asumiendo que la del problema  sea ella y no él, o que, después de todo, una vez satisfecho el hombre, la relación cumplió con su principal o único objetivo.

A las mujeres que han elegido de la sexualidad en los mismos términos que los hombres les ha esperado el destierro, la tortura, la hoguera, la persecución y el repudio social.  Son catalogadas de “rameras”, “putas”, “mujeres de la vida alegre” o “ninfómanas”. Así era en el pasado antiguo y no dejan de manifestarse cotidianamente vestigios de una cultura que, de ninguna manera,  ha perdido vigencia.

“El clítoris fue descubierto en el siglo XVI y redescubierto por la sexología a finales del XIX. El orgasmo múltiple en el XX. Cuando digo ‘fue descubierto’ me refiero a que lo descubrió la Ciencia, que hasta entonces había sido exclusivamente cosa de hombres. Nosotras ya sabíamos lo del clítoris y también conocíamos los orgasmos múltiples sin que ningún especialista nos tuviera que decir nada. Pero para la opinión pública supuso un escándalo constatar no sólo que la sexualidad femenina no es inferior ni más débil que la masculina, sino probablemente más placentera que la masculina porque la mujer no se descarga y muere, sino que es capaz de perderse en las cimas del placer sin descender de ellas durante mucho tiempo” (CHG).

 

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Las dimensiones  y  potencialidad particulares de la sexualidad femenina han sido socialmente castradas por una cultura falocéntrica que no ha disimulado el rechazo, como síntoma de miedo, a la forma en que la mujer experimenta, vive y disfruta la sexualidad. Las mujeres deben orientar y definir su erotismo de acuerdo con las normas dominantes y simultáneamente, con las específicas de su género. Las mujeres tienen así, según Marcela Lagarde, una doble asignación erótica: tienen deberes, límites, y prohibiciones, por ser miembros de una determinada cultura, y otros específicos por ser mujeres.

Han sido múltiples las formas en las que el miedo a la sexualidad femenina se ha manifestado a lo largo de la historia: la frigidez como virtud de hace algunos siglos, la reproducción masiva como ejemplo y norma en la época victoriana, la demonización del erotismo en los grandes relatos teológicos, la histeria como impulso hormonal anómalo según la ciencia, la virginidad y pureza como símbolos de valía según el mandato cristiano y la mutilación masiva de niñas cada  año bajo el manto de “la tradición”, son, entre muchos, los contradictorios y múltiples métodos de sujeción.

Se trata de una cultura en la que los cuerpos de las mujeres han sido históricamente controlados y su sexualidad clausurada, constreñida, vigilada, subordinada, limitada y permitida en los términos que el patriarcado siempre ha convenido, donde el hombre manda, dirige y no se siente intimidado, mucho menos en franca desventaja.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Forma parte del Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (Frapom) y es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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