“El rumor como núcleo del cuento” por Arnaldo Jiménez

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Divagaciones-Arnaldo Jiménez-Poesía de lugar

Generalmente, el cuento ha sido comparado con la novela, y en esa comparación el primero resulta ser una expresión literaria narrada con rigor en el estilo, precisión en la elección del tema que lleva por dentro una cierta mostración de verdad, y, por último, el carácter cerrado del género. Dice Joan Bosch en su ensayo Apuntes sobre el arte de escribir cuentos: “Cuento quiere decir llevar cuenta de un hecho”. Podemos afirmar que un cuento no admite dispersión ni embelesamiento en los paisajes ficcionales o en la descripción de los personajes. A este respecto resultan interesantes los intercambios epistolares que Antón Chejov sostuvo con muchos de sus amigos. En esas cartas, el escritor ruso ofrece unas líneas maestras sobre la escritura de cuentos mucho más eficaces que las ofrecidas por Horacio Quiroga, indispensables, a mi juicio, para todos aquellos que nos estamos iniciando en ese arte.

Pero retomemos el curso de nuestras reflexiones. Es cierto, el contraste: cuento-novela, revela, en ambos géneros, lo que son y no son, sus acercamientos y sus distanciamientos. Pareciera que el cuento no tiene a quién más rendirle cuentas de sus atributos, pareciera que es un ser literario autónomo. Esto, por supuesto, no es cierto. De hecho, el cuento no solo está emparentado con la novela, también lo está con el poema, dado que ambos procuran alcanzar la belleza en forma y contenido. La función estética del cuento está al servicio de un efecto de significación que, en el poema, no siempre se cumple. Lo escrito adquiere múltiples interpretaciones por parte del lector.

Dijimos que el poema puede o no perseguir el efecto mencionado, pero lo que no puede descuidar es la armonía eufónica del lenguaje. Lo interesante de todo esto reside en el hecho de que, el efecto del cuento, sea una sorpresa como en Poe, o una reflexión como en Chejov, siempre dependerá del hecho escogido para ser contado. Pero, debemos preguntarnos: ¿de dónde surge el tema?, ¿de dónde brota el hecho que luego será sometido a las leyes del lenguaje escrito, en general, y a las del cuento, en particular? Puede haber muchas fuentes de temas o hechos, yo mencionaré dos nada más: la imaginación del autor y la oralidad. Ninguno de las dos son ámbitos aislados disputando sus joyas de pureza.

La imaginación de un autor se alimenta, entre otras cosas, de sus lecturas y de sus vivencias. La oralidad también está constantemente visitada por las herencias culturales, por personajes literarios y fílmicos, y por las deformaciones y formaciones de cuentos, chismes, anécdotas, chistes… que la mantienen viva y, con ella, al ser humano. No podemos olvidar que, en la oralidad, las palabras van acumulando sus historias, van profundizando y ampliando sus memorias, inevitablemente cruzan fronteras; se incuban en discursos; se transforman; se entremezclan.

Siguiendo este recorrido acompañado de Joan Bosch, comprendemos que la búsqueda del cuento ya forma parte de su hechura. Para este autor, hay dos partes constitutivas del cuento: la búsqueda y la técnica. Las dos requieren de total concentración; las dos exigen una total entrega, dice Bosch: “Fundamentalmente, el estado de ánimo del cuentista tiene que ser el mismo para recoger su material que para escribir. Seleccionar la materia de un cuento demanda esfuerzo, capacidad de concentración y trabajo de análisis”. Es decir, el cuentista traza un plan de trabajo previo a la escritura, lo que en la ciencia positivista se suele llamar: recolección de datos, en el caso del cuentista sería recolección de temas en pleno desenvolvimiento de los aconteceres de la vida cotidiana; en pleno trabajo de campo y en pleno brote incesante de la oralidad. Su muestra: todo el pueblo que cada individuo contiene en sí mismo. Después vendría, obviamente, la organización del material y su elaboración en artefacto escrito.

Brevedad, intensidad y precisión; quizás sean los rasgos más sobresalientes del cuento al ser comparado con la novela; por ello, todas sus cualidades son relativas. La brevedad, por ejemplo, no solo está determinada por la cantidad de cuartillas, estas también están delimitadas por el tratamiento del tema por parte del cuentista. La brevedad depende, y mucho, de las secuencias de la historia, de los sucesos contados. Imaginemos que el cuento es una cuerda, por un lado la sostiene el narrador y por el otro el lector, la templanza de esta es la intensidad del cuento, por esa cuerda desplazamos las cuentas, en la medida en que ellas caigan la intensidad se hace más fuerte o más floja, depende de la destreza del autor, quien, dueño de las cuentas, decide el color de las mismas y la velocidad con que las lanza, puede contar: uno, rápidamente, pero puede tardarse con la cuenta número dos todo el tiempo que considere conveniente, no es que no la lance, lo hace, pero con una velocidad más lenta, sonaría algo así como doooooooooos. Y por supuesto, también puede enviarlas muy rápido, sin darle aliento al lector.

Lo que ocurra en una noche puede cubrir diez líneas o dos o veinte hojas. Acabo de concluir una novela en la que un día de trabajo de un taxista, desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche, transcurre en trescientas páginas. Por otra parte, el cuento, generalmente es concebido como una transgresión de lo cotidiano, parte de este mundo, lo transgrede y lo trasciende para volver a él y enriquecerlo emocionalmente. En esto, el cuentista se comporta de manera muy parecida a un historiador, no todo lo cotidiano le interesa, no todos los hechos, sino aquellos que por su mismo modo de acaecer ofrezca posibilidades de ser convertido en ficción.

El cuento indaga la llaga de lo real, la sustancia emocional de la que está compuesta. Pronto el lector llegará al punto de partida del cuentista –es decir, la cuerda tensa une sus extremos como una serpiente que se muerde la cola, y el cuentista y el lector se encuentran–: el reconocimiento de lo efímero, de lo ilusorio como base de la vida, el conocimiento de las contradicciones humanas…

Ahora bien, todo cuento, al partir de lo cotidiano, tiene un núcleo oral desde el cual se desarrolla, este núcleo es el rumor, el chismorreo que viaja de boca en boca, de curiosidad en curiosidad. Estoy seguro de que estos rumores, estos chismes, son centros productores de historias, es en y desde ellos que se han escrito grandes obras literarias, incluyendo las novelas. ¿Qué pasaría si deslizáramos el núcleo oral a la escritura sin las alteraciones propias del cuento?

No creo que estemos en presencia de un nuevo género literario, tan viejo en la sociedad que fue por un rumor que Dios empujó a Lucifer a la tierra, y fue por un rumor que Caín mató a Abel, de ahí, quizás, la consideración por parte de algunos movimientos religiosos, de que el chisme es un instrumento diabólico. Pero antes de seguir reflexionando en torno a los rumores, quisiera referirles una anécdota que puede ser reveladora de mis propósitos: encontrándome en una penosa circunstancia de mi vida visité a un amigo a quien considero un excelente poeta y mejor lector:

Después de urdir largas conversaciones en torno a nuestros problemas, cuando íbamos caminando hacia la parada donde yo debía tomar carro por puesto, mi amigo me dijo: “Hemos hablado de todo menos de literatura”. Esta oración la pronunció cuando me faltaban pocos segundos para montarme en una buseta en dirección al terminal. Me fui sujeto a un tubo horizontal, con las palabras de mi amigo sonando en mis oídos y el zangoloteo de mi cuerpo al son del freno y el acelerador. Creo que es en Pocaterra que se encuentra una afirmación parecida. Este escritor no quería que se le considerara dentro de la literatura. En ninguno de los dos casos es aplicable. En mi anécdota, porque precisamente son los problemas de la vida diaria, los dramas familiares, las épicas ajenas, las tragedias vecinales (el campo de trabajo, la recolección de datos…) lo que hace posible la existencia de la literatura, y, en Pocaterra, porque basta un botón de su obra para que se considere frustrado su deseo, movido quizás, más por causas políticas que personales.

He ilustrado lo que llamo, con el permiso y el perdón de la llamada gran cultura, la matriz de la literatura: los rumores, lo que nos decimos para que el alma se despeje de sus cochinadas y de sus bellezas: el conflicto de los sentimientos, las contradicciones de las pasiones y de las miserias que nos realizan como seres humanos.

El cuento, pues, tiene un antes que se le cuela, que le es cónsono, que permanece escamoteado por el preciosismo literario, por su rendición ante la academia, y en muchos casos, por la exageración fantástica, esa cualidad del cuento de ser una historia jamás escuchada, como nos diría Meneses. El adorno literario, a la luz de la voz del chisme, son figuras extrañas que pierden poder de decir el meollo del tema. Un chisme no se desorienta en pos de una función estética que, como ya dije, sí es una función del cuento, porque ello significa una pérdida del material de origen, la voz, el habla, lo cual, una vez que han sido recogidos en el campo de lo real, debe permanecer sin la menor alteración posible, y no tanto por la pérdida de la duración, de la brevedad.

En todo caso, la orientación estética del chisme, si esto pudiera decirse, está en función de los giros del habla, y de la manera de cómo se conversa en un ámbito geográfico determinado. Los tres libros en los que he ensayado esta escritura: Chismarangá y Orejada (publicados por El Perro y la Rana y La Casa de Bello, respectivamente) y Barrio El Mireteo (aún inédito), son al mismo tiempo un tributo y una muestra de mi pertenencia al pueblo de Puerto Cabello y, por supuesto, al país: Venezuela.

Sigamos: así como el cuento es el núcleo de una novela, el chisme es el núcleo de un cuento. El chisme es un cuento desnudo. Ambos tienen su origen en el habla. Aunque el chisme comparte algunos rasgos característicos del cuento, sobre todo, la intensidad y la brevedad (la cual no debe ser medida en cantidad de páginas si no en duración de lectura, el tiempo que se tarda alguien en echar el chisme) también tiene cualidades que les son propias: puede convertir el diálogo o el monólogo en la historia misma, sin otro tipo de añadidura. El otro del diálogo es el lector, quien participa activamente en la historia, usurpando a un escucha que suponemos está presente, delante de la persona que habla.

Lo único fantástico en un chisme es lo que ocurre en lo real, no en la imaginación del autor. No se trata de una excusa para fantasear o transformar la realidad en un campo de ficciones, de historias inverosímiles, el chisme posee la ficción de la realidad. El chisme obtiene de la oralidad recursos inagotables para atrapar al lector en la lectura de la historia, sustituyendo el érase una vez por fórmulas o conjuros con igual o con más eficacia, cito algunos de “Chismarangá”: Es que uno ve cada cosa que ya te digo, cómo es posible que esa muchacha haya hecho eso…/ ¿te acuerdas de esa señora que está parada ahí en la plaza concordia?…/ es increíble la manera de cómo se mató ese hombre. De “Orejada”: viste cómo quedó el difunto    ay dios   y esa esposa echa un mar de lágrimas    pobrecita verdad…/    mira chica y supiste el zaperoco que se formó ayer en casa de lesbia.

En “Barrio El Mireteo”, la utilización de los signos de puntuación, así como los de admiración e interrogación, alcanzan su máxima desaparición; en los otros dos libros estos signos aparecen y desaparecen, porque les di un uso diferente: así como no existen en el discurso del habla las mayúsculas tampoco existen los signos, claro, es obvio, pero al colocar un punto y no cumplir con la regla (después de punto y seguido continúa la minúscula) solo quería expresar el lado contestatario de la oralidad, esa relación de fuerza que siempre mantiene con el habla culta y la escritura académica, y la burla es una de las mejores armas con que cuenta la clase empobrecida a la cual pertenezco. No sé si lo logré, pero esa fue la intención. En este último libro de la trilogía que hasta el momento he escrito, pienso que si no aparecen los signos se le da más fidelidad a la oralidad con todas sus músicas, sin dejar por ello su función política.

En relación con el efecto del final, el chisme utiliza tanto el estilo chejoviano como el de Poe, pero tanto en uno como en otro, el chisme puede empezar por un tema y terminar en otro diferente, sin que esto suponga una pérdida de interés, este se mantiene de principio a fin, un chisme generalmente cuenta rápido. En el transcurso se encadenan varios efectos y, además, se muestran. El chisme le es fiel al habla, por tanto, los finales casi siempre son tanto el dibujo de una atmósfera como un efecto sorpresa, y debido a esa fidelidad en un chisme el punto final no es posible, puesto que la persona que habla y la que escucha van a continuar hablando indefinidamente representados en otros hablantes y en otros escuchas. El libro, no es un libro, sino una comunidad.

Por eso, por la fidelidad al habla y a la historia cotidiana, los textos tampoco pueden empezar por mayúsculas. Las mayúsculas son propias de escrituras más formales, más académicas; lo mismo ocurre con los espacios en blanco, son zonas de descanso del habla, pero también donde el aliento del lector entra en escena. Pudiera decirse que el chisme, de alguna manera invita al lector, y casi lo obliga, a construir junto al autor el sentido de la historia. Pero incluso, esta noción de autor queda bastante cuestionada en los chismes, pues nadie es dueño de ellos, y el llamado autor es parte esencial de esa comunidad anónima que se cuenta sus asuntos. Esta cercanía, esta intimidad es lograda por el cuento en muy pocas ocasiones. El chisme lo logra porque está confeccionado para seducir a los tres órganos esenciales y constitutivos de la oralidad: la boca, el oído y los ojos. En mi caso, dirijo los libros a la tarea de desmontar esos órganos y transcribirlos lo más fiel posible a la escritura: Chismarangá, seduce a la boca, a la voz; Orejada, al oído, a la escucha; y Barrio El Mireteo, a la mirada, a la curiosidad. En los tres libros hay diferentes voces que dependen de sus localizaciones como clases sociales, las edades y los diferentes ámbitos donde se desenvuelven sus vidas, por tanto, los modos de cómo se cuentan sus cosas están sujetos a estos ejes sociales de nuestra sociedad.

La cercanía también es lograda, aunque lo repitamos, porque en los chismes autor y lector se confunden, el autor desaparece para darle lugar a las voces que lo pueblan, que tiene sedimentado en su ser, esa multitud de yoes que es el yo. Por eso no se usan tantos nombres propios como apodos, por eso los nombres tampoco se escriben con mayúsculas, porque obedecen a otra manera de historiarse que tiene el pueblo, a otra dimensión del espacio; porque, además, somos seres comunes los que estamos hablando. No ostentamos el poder de la historia oficial.

Otras ventajas del chisme en relación con el cuento, son: puede ser leído por personas cultas y escuchado por analfabetas, dada su sencillez narrativa. Un chisme evita el uso de un lenguaje complicado, rebuscado, un lenguaje que casi obliga al lector a tener un diccionario al lado. Sus personajes tosen, dudan, se equivocan, se extravían, retoman las ideas, preguntan, ¿qué era lo que te estaba diciendo?, ah, sí, bueno… Te invitan a sentarte, a tomarte un café. Te sacuden el alma con el irónico humor que el venezolano tiene para contarse la vida. En un chisme la omnisciencia fracasa, el sujeto que cuenta puede olvidar por momentos lo que estaba contando, al admitir el lapsus, el olvido, logra que el lector se identifique y capte, no un estilo literario, sino un modo de hablar. El chisme ofrece pocos espacios de fingimientos, es una posibilidad de vernos, de oírnos de manera más directa y más cercana a la dinámica de la vida social.

 

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Por todo el tributo que le debo al habla, a la maravillosa musicalidad de las palabras del pueblo fuera de la escritura, este libro que he mencionado, Barrio El Mireteo, tiene otro rasgo diferenciador en relación con los que le anteceden: los hechos ocurren en direcciones, y estas direcciones vinculan el libro de la misma manera como las calles, las veredas, las casas, los sitios y los seres tejen la madeja dramática y cómica de un barrio. Es por ello que Barrio El Mireteo puede ser considerado una novela que vincula un grupo de relatos de seres que caminando las calles del barrio van echándose los cuentos de sus habitantes. Solo cuando me percaté de esto, fue que pude comprender por qué el recordado amigo Carlos De Nóbrega, dijo de Chismarangá (2006) que podía ser considerada una novela, así que creo que entonces Orejada también es una novela que intentó ser una colección de rumores. Vaya usted a saber…

 

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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

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