Hay seres que nacen en la mañana y no llegan a contemplar la luz de la luna, para ellos el mundo siempre será claridad, sol. Los gatos en cambio buscan la noche, tienden a ella, y aunque no es para ellos obligatorio –ni síntoma de inferioridad en su linaje– andar a la luz del sol, los gatos se deslizan en la noche porque llevan el fuego por dentro. Entonces danzan la majestad de sus movimientos por aquellos sitios que el día trató de calcinar: los techos, las ramas, los pavimentos, nuestras miradas.
Un gato lleva dentro de sí su propia lumbre, por eso la cautela y la majestuosidad impecable de sus movimientos, no caminan la tierra, marcan la oscuridad, como animales de luna, como silencios encarnados.
Una ciudad de aleteos voluptuosos, un sedimento de sigilos que meditan, cobran armonía dentro del gato para que su forma externa sea la seducción y el estilo. Me gustaría escribir con la misma sutileza con que el gato pisa su secreto. Según Baudelaire, el secreto del gato radica en que es “grato y hondo” y contiene en la mirada la detención del tiempo, la hora de la eternidad. ¿Cómo escribir grato y hondo, cómo paralizar el tiempo en esa hondura de las palabras?
El gato no tiene el mismo comportamiento en el día que en la noche, conoce la esencia de cada luz y en cada una de ellas se mueve con extraña precaución, con densa soltura. Nosotros estamos veteados de sombras, y son ellas, las sombras, las que nos hacen buscar las luces y los ruidos, o las oscuridades y los desafíos. Una culpa nos induce a perforar las noches; un desencanto de ser.
Camuflados, arrastramos nuestras torpezas por rincones de violencia y falsos orgullos; sin altivez, practicamos el olvido sin llegar nunca a borrarnos. En cambio, un gato es la desnudez de una forma que se alcanza a sí misma, una imagen que se basta para renacer en cada maullido, en cada ronroneo de pensamiento. Certero en su engreimiento, el gato no se teje en contriciones, la claridad de lo que él es no le permite el desatino. Un gato no conoce la inquietud, es control en acto.
Me llama la atención lo que los gatos muestran en el día, se sabe que la noche parece ser la sustancia que beben y con la cual nos hechizan, la profundidad del brillo que la mirada despliega. Pero cuando el sol anda de su cuenta por el cielo, los gatos suelen dormir, buscan sombras de matas o resguardos en las casas, se acuestan sobre las sillas, sobre las camas, buscan lo esponjoso, lo suave por donde puedan continuarse, y lo apacible los arropa, cobran hermosas posturas que nos hacen llevar hacia ellos la caricia.
Los gatos respetan ese calor del cielo que podría enredarse en sus patas y hacerles trastrabillar haciéndoles perder el aliento del sigilo y la orientación de la sospecha. Algunas veces, cuando ya el sol se debilita, ellos saben que pueden salir y acostarse sobre las aceras, o sentarse en forma de efigie, mirando serenos y hacia adentro desde la altura de alguna pared.
Los gatos pueden durar horas jugando con sus soledades, dándole con las patas delanteras a una ramita que cuelgue de las matas del jardín. Si yo fuese gato también me pegaría a las matas, pasaría mi cuello y mi cuerpo por sus texturas, también subiría hacia lo alto de las acacias para poseer el vuelo de los pájaros; estoy convencido de que el secreto de los gatos calza con los secretos de las hojas y las flores, pueden ver por dentro la claridad que se hace música, los gatos escuchan al mundo, su canto acallado por tanta inconformidad.
Un gato jamás será esclavo de los caprichos humanos, jamás rebajará su orgullo felino para recibir el castigo, una sola vez podríamos aspirar a ese atrevimiento, al día siguiente el gato nos desconocerá para siempre, se irá de nuestro lado, no hay costumbre que le sirva de cadena, no hay instinto que lo apegue a la crueldad de la que hacemos gala, implacable, majestuosa, impecable, como los golpes que el destino nos da a nosotros.
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El gato se sitúa entre el techo y la intemperie. Si en vez de imitar al perro, que nos acompaña desde que empezamos a erguir la espina dorsal, hubiésemos mimetizado en felina plasma, quizás la esclavitud nunca hubiese sido una realidad. Desconfían tanto del ser humano, que si sienten el olor de nuestra raza sobre el pelambre de sus hijos recién nacidos, las gatas son capaces de abandonarlos y dejar que mueran de hambre.
Algunas etnias, como los yanomamis, tienen conductas similares, si un hijo nace defectuoso pueden matarlo antes de que pruebe la leche materna, si la madre le da la leche la vida es aceptado en la etnia porque desde ese momento se convierte en ser humano. La gata sabe que sus hijos tienen que desarrollar un olor de animal, saben que nuestro rastro no se les borrará nunca, una vez en contacto con nosotros, dejan de ser gatos y no merecen la leche materna, ellas tienen que prepararlos para la vida que dominamos, con un olor sin palabra, un rastro indomesticable.
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Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.
Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).
Ha publicado:
En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).
En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).
(Tomado de eldienteroto.org)
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