A mi padre
En esta columna he escrito sobre diferentes temas, incluidas las reflexiones de vida. Decidí en esta ocasión dedicar una crónica en memoria de mi padre David Capielo Rojas (1920-1990), que como cuestión particular fue identificado o bautizado con un solo nombre de pila. Esto siempre me llamó la atención, siendo lo más común certificar la existencia de nuestros hijos, al menos, con dos nombres. Mi papá solo comentaba que había sido una decisión de sus viejos.
Sobre mi padre y la especial relación que tuvo conmigo escribí en extenso en el libro digital “Del Medanal venimos: Un ensayo autobiográfico reflexivo”, publicado el año pasado por la Universidad Politécnica Territorial de Falcón “Alonso Gamero” (UPTAG), con sede en Coro (disponible en uptag.net). Fue una convivencia cercana, en esa decisiva etapa desde mi infancia hasta haber alcanzado la mayoría de edad, ya egresado del Liceo “Cecilio Acosta” de Coro y haber emigrado a realizar estudios en la UCV Campus Maracay (Agronomía), a finales del año 1968.
Existe además la motivación de que el próximo domingo 16 de junio se conmemora en Venezuela el Día del Padre, establecido en nuestro país como el tercer domingo de dicho mes. Esta conmemoración, por lo menos en el continente americano, al parecer tuvo sus inicios a comienzos del siglo XX en EEUU. Se cuenta que en 1908 ocurrió un fatal accidente minero en Fairmont-Virginia, donde mueren cientos de trabajadores, la mayoría padres de familias. Esto motivó a sus descendientes a proponer una fecha para honrar a los fallecidos, que habían fijado el día 5 de julio, cuestión que no funcionó.
Según el historiador Laurence P. Samuel, los hombres estadounidenses rechazaban inicialmente la idea de esta celebración por considerarla expresión de feminidad o un elemento domesticador de los hombres, con flores y regalos. Finalmente se impuso la conmemoración del día de la paternidad, en una fecha cercana al “Día de la Madre”, en el mes de junio, desde 1910. La fecha solo fue incluida, como día festivo en Estados Unidos, en el año 1972. En la casi totalidad de Latinoamérica se conmemora este día en igual fecha que en nuestro país, a excepción de Uruguay, Bolivia y República Dominicana. En algunos países de Europa lo festejan el 19 de marzo, Día de San José. Normalmente en estos días festivos familiares se da excesiva mercantilización de artículos varios y un consumismo desmedido.
Con respecto al compartir con mi padre, pudiera hablar de una primera etapa cuando como niño, de 4 o 5 años, fui llevado por mi abuela paterna, Magdalena, a vivir con ella y estar bajo su cuidado en la llamada casa paterna. La abuela había convivido con su hijo menor David, mi padre, en esa vivienda. Es de agregar que mi madre, quien autorizó este traslado, vivía en otra casa cercana, con el resto de sus hijos, por lo que siempre hubo una comunicación permanente con mi hogar de origen.
Recuerdo esos tiempos como de bastante afectividad y protección. Mi abuela era una mujer afrodescendiente de gran temple, recio carácter y buena formación para la época, hija no reconocida legalmente de un señor pudiente económicamente de apellido Henríquez. Ella se jactaba de haberse casado “formalmente” con el abuelo paterno, Pedro Manuel Capielo Martínez, y criticaba a las “madres solteras”, como mi mamá. Más allá de las querellas familiares que no faltaron, ella logró brindarme sus cuidados y atenciones.
Hubo cierto momento, quizás a los siete u ocho años, que comencé a involucrarme como un “ayudante” permanente de mi padre en el comercio independiente que estableció en parte de los espacios de la casa, lo cual implicó, sin dudas, una relación más cercana con él. Allí fui escalando posiciones, desde ocuparme solo de la limpieza del local, a ser una especie de asistente administrativo, que me ocupaba de manejar el dinero, efectuar pagos a acreedores y entregar cuentas, además de encargarme, ya adolescente y en algunos momentos libres, de la atención del negocio, descargando a mi padre para que descansara o atendiera otras tareas.
Recuerdo que mi madre estuvo muy pendiente de mis estudios formales y, de hecho, siempre fue mi “representante”, tanto en la educación primaria, como en el liceo, cuestión donde afortunadamente no la defraudé, ya que aprobé cada uno de los años de estudios que realicé.
Estando yo en esa exigente rutina de vida, trabajo y estudio, ocurrió el emparejamiento de mi padre con una nueva y joven mujer, que se instaló en la casa paterna con la anuencia de la abuela. Fue un nuevo escenario que resquebrajó la relación marital entre mis padres. Se trató de una clara infidelidad que mi padre pretendió mantener y mi madre sobrellevó solo algunos años, hasta que en 1959, con el nacimiento de mi última hermana uterina, mi madre decidió unilateralmente separarse definitivamente de David.
Mi madre quedó sola con sus nueve hijos, dos varones mayores de su pareja inicial y siete que tuvo con David, en un concubinato de poco más de 10 años. Ella, ya con 39 años, no tuvo más nunca pareja y se dedicó a su familia, con alguna ayuda de mi padre y realizando trabajos en la cocina para completar la manutención. En mi caso, continué en la casa paterna trabajando con mi padre. Con su nueva compañera y luego esposa formal, mi padre compartió el resto de su vida y procreó otros 13 hijos, nuestros hermanos paternos. Dentro de todo este cuadro de contradicciones familiares y moviéndome entre esos dos hogares, permanecí el resto de esos años de la convivencia paterna.
Esos años compartidos con mi padre desde la infancia, en un lapso no menor a 14 años, más allá de los “malos ratos”, los reivindico también de gran aprendizaje, bastante afecto y respeto mutuo. Mi padre fue un hombre honesto, siempre ajustado a valores morales, contrario al castigo físico hacia los hijos. Tuvo, como todo ser humano, sus criterios equivocados, pero fue consecuente, en la medida de sus posibilidades, con sus descendientes.
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Las fuertes y principales contradicciones que tuve con él siempre se resolvieron a favor de mantener las relaciones, aún en las diferencias. Fue muy dolorosa su despedida en 1990, con apenas 70 años de edad. Sus vecinos del Barrio Las Panelas de Coro, donde vivió más de 40 años, publicaron un acuerdo de duelo conmovedor, además de llevarlo en hombros hasta el Cementerio Municipal. No recuerdo haber llorado tanto como ese día de su sepelio. Escribí una sentida crónica donde reafirmé mi inmenso amor filial hacia él. Añadía que quienes compartimos con David Capielo Rojas en diferentes circunstancias, en diferentes épocas y diferentes roles, sus amigos y familiares, dejamos constancia de nuestra alta estima a este hombre que supo vivir y sobrevivir, en sana paz, con sus concepciones como individuo en sociedad.
Finalizaba con un fragmento del poeta universal y nuestroamericano Pablo Neruda: “La tierra que nos dio las alegrías, que nos enseño el padecimiento… Florecerá con todos algún día”. ¡Un recuerdo por siempre a su memoria!
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José David Capielo Valles es ingeniero agrónomo y magíster en Desarrollo Rural, egresado de la Universidad Central de Venezuela (UCV), Campus Maracay. Nacido en Coro, estado Falcón, en 1949. Es docente jubilado de la Universidad Nacional Experimental Simón Rodríguez (UNESR), Núcleo Canoabo (2016). Es locutor, comunicador alternativo y colaborador de Ciudad Valencia desde 2014.
La Universidad Politécnica Territorial de Falcón “Alonso Gamero” (UPTAG) publicó digitalmente, en noviembre de 2023, su libro “Del Medanal Venimos. Un ensayo autobiográfico reflexivo”.
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