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María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

La entrega anterior fue para aproximarnos al concepto de violencia, al Ciclo de la violencia de manera específica y a los mitos que, por lo general, aparecen y se reproducen en torno al mismo.

Fueron abordados los más comunes, partiendo de cómo se percibe y se naturaliza la violencia, haciendo énfasis únicamente en los Mitos Extrínsecos, en los cuales se desarrollaron someramente los siguientes:

 

¡A ella le gusta!

¡Ella es masoquista!

¡No sale de allí porque no quiere!

¡Ella se lo buscó así!

¡En temas de pareja nadie se mete!

¡Ella no se deja ayudar!

 

Por otro lado, existen mitos intrínsecos: 

  • Yo puedo tomar el control de la situación: Ante una primera situación de violencia, lo que se denomina Estado de alarma, o ante sospecha de que se está entrando en un ciclo de violencia, la víctima se impone la tarea de arreglar la situación; revertirla. Bien sea regulando el comportamiento de acuerdo a lo que el agresor demanda, se aísla y se comporta de distinta manera con el objeto de evitar confrontación alguna. De esa manera está asumiendo la responsabilidad en la situación vivida.
  • Él no es así, nadie lo conoce más que yo: Es muy común que la víctima aísle el hecho de formas de violencia más difíciles de detectar, pero que igualmente pueden estar siendo sistemáticas. Control de distintos aspectos de la vida (Horarios, salidas, vestimenta, decisiones, llamadas y compañías) pueden contarse como formas de dominación completamente “normales” y que, por lo tanto, no son jamás cuestionadas. La imagen idealizada de la pareja y de la relación propiamente hace difícil detectar la violencia a tiempo. También es común que, tras el arrepentimiento, ante la promesa de que “no volverá a suceder” y de que “se comenzará de nuevo”; justo en el punto en el que la violencia permanece oculta; la victima opte por aceptar la oferta, es decir, atraviesa por la fase de perdón y aparente calma hasta que se acumula tensión suficiente que detona en otro hecho de violencia. Los agresores, por lo general, manipulan la situación a su favor afirmando que jamás han sido violentos y que se trata exclusivamente de una reacción al comportamiento de la víctima. 
  • Él prometió que va a cambiar: Luego de una agresión el agresor da muestras de querer hacerlo, no dejará duda en ello. Detalles, invitaciones, trato amoroso y comportamiento servicial, espacios de compartir familiar, constituyen indicadores de ese esfuerzo. En la fase de “aparente calma” dejan claro que les importa el vínculo, al menos en apariencia, incluso evitarán situaciones criticas. La víctima se ilusiona con la posibilidad de dejar atrás el ciclo de violencia tras mutuo acuerdo y promesas de cambio y tienen la muestra de esa posibilidad de forma transitoria, eso les llena de esperanzas y se aferran más al vínculo, sobre todo porque esa fase idílica va acompañada de mayor actividad sexual, deseo mutuo, protección del espacio familiar y el retorno a los juegos de enamoramiento. También es posible que esta fase acuerden resolver los problemas de manera privada, es decir, sin concurso de nadie más porque no es necesario. Ya hay perdón y todo queda atrás! 
  • Puedo solucionarlo sola: Ante el errado manejo de las situaciones de violencia por personas cercanas y de la propia víctima, ya sea por desconocimiento o por la propia cultura machista que deposita la culpa en esta (casi siempre), esta opta por no buscar ayuda e internaliza que es su responsabilidad hacerse cargo. Miedo al “que dirán”, a ser juzgada, criticada, culpabilizada, disolver la familia, comenzar de nuevo y dar explicación de algo por lo que siente profunda vergüenza, son razones para que elija el daño de la relación, porque lo considera menor que atravesar por todo lo demás. En casos más extremos, muchas de ellas creen merecer la violencia y la justifican. Psicológicamente se conoce como “síndrome de la mujer maltratada” y es un trastorno complejo que deja a las mujeres en estado de mucha vulnerabilidad porque el agresor ha conocido los puntos de gatillo emocional,  ejerce una manipulación mayor y las víctimas pudieran llegar a afirmar que es necesario ser maltratadas. El daño psicológico es extremo. 
  • Si denuncio me irá peor: Es posible que esto se transforme en un gran temor. Muchísimas veces la amenazas para neutralizar y evitar la denuncia se hacen presentes tempranamente. La violencia vicaria, económica y patrimonial se acentúan, porque ponen en el relieve el vínculo familiar por encima de la situación personal por grave que esta sea. Las mujeres sin autonomía económica y daños irreversibles en la autoestima consideran estas amenazas suficientes para no actuar, sobre todo las relacionadas a los hijos e hijas y los medios concretos para sostenerse económicamente. Un sistema de justicia ineficiente, revictimizante, plagado de retardos procesales y profundamente machista, es un camino que se visualiza más difícil que la propia violencia. Una de las cosas que ayudará en ese escenario es el conocimiento exhaustivo de las normas vigentes que garantizan la protección de las mujeres,  el acompañamiento legal, un circulo afectivo de apoyo y la búsqueda de acompañamiento psicológico y estrategias para el resguardo de su seguridad y la de sus hijos e hijas, en caso de tenerles. 
  • Si yo pongo de mi parte todo irá mejor: No, no le irá mejor a una mujer si “hace las cosas mejor”; no funciona así la cosa. La falta de acuerdos a tiempo hace que a la postre una de las partes que conforma el vínculo ceda permanentemente para sentirse segura en él. Con el tiempo pierde la seguridad en sí misma. Muchas mujeres han llegado a manifestar que no se acuerdan de quiénes eran o cómo disidían sobre sus vidas antes de recibir violencia y que no hallan punto de retorno hacia ellas mismas. Se habituaron a la sumisión para evitar el dolor. El dolor de no ser, también las coloca en inminente peligro: depresión, ansiedad, pánico, inseguridad y consentir el suicidio como salida es parte de muchos registros testimoniales. Cuando se está frente a un Ciclo de violencia es importante saber que no se acaba por sí solo; una vez se instala, la violencia solo va en acelerado incremento y se van añadiendo las distintas formas en las que se pone de manifiesto. Por último, no se trata de evitar ser violentada, sino de que en ninguna circunstancia, en ninguna, la misma deba ser permitida. 

 

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  • La violencia aparece cuando ha transcurrido el tiempo: Esto pudiera estar presente en algunas relaciones, pero de ninguna manera constituye una regla. Hoy se están evidenciando niveles de violencia en relaciones de noviazgo. Las que siempre han existido disfrazadas de romanticismo y amor. Detectar las violencias sutiles ayudará a hacer elecciones correctas. No dejar pasar las señales de que se está ante una persona violenta es la clave. Chantaje, celos, control, obsesión por estar siempre al lado, prohibir amistades o actividades que antes no eran problema, manipular situaciones, gritar, acorralar, empujar, ignorar, ridiculizar, hostigar tras una ruptura, llamar de forma insistente (incluye amigos y personas cercanas), querer ser parte de todo cuanto se hace “porque es un síntoma de amor y confianza”, son algunos indicadores que nos ayudaran a encender alarmas propias y las de las demás. 
  • NO sufro violencia como tal porque no me pega: La violencia física no es más profunda que la psicológica, de hecho ambas pueden desencadenar escenarios fatales: La inducción al suicidio se cuenta como una de las formas de violencia tipificadas en La Ley Orgánica Sobre el Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Vi El abandono tardío del ciclo de violencia se da porque al no haber violencia física, sino de tipos sexual, psicológica, económica, vicaria, amenazas, celotipia, prohibiciones etc. Damos por cierto que eso es “normal en toda pareja”. Algo totalmente falso. 
  • No todo en él es malo: una manera común de atenuar la violencia y trabajar en la culpa propia para mantenerse en el ciclo, es haciendo a un lado el hecho de que se es víctima de violencia y enalteciendo las cualidades del agresor. Reparar en su rol de buen padre, hijo, amigo o vecino es la manera en la que se desestima una contradicción de fondo. Se olvida que al establecer un vínculo de pareja, adquirimos una responsabilidad afectiva que es intransferible, y que la seguridad y confianza de la que ha de proveernos una relación, tampoco lo es.

 

Recordemos que la violencia no se detecta con un cartel, sino tras observar las actitudes y comportamientos. Tampoco se trata de que nunca haya contradicciones dentro de un vínculo, pero las mismas no pueden alterar nuestra estabilidad psicológica de forma continua.

Debe haber pactos y acuerdos dentro de cada pareja sin poner en riesgo las libertades individuales. Se trata de establecer consensos e ir revisando en el tiempo los mismos en virtud de nuevos contextos y situaciones.

También es importante asumir la erradicación de la violencia como un asunto del cual somos corresponsables, porque se trata de un asunto público, no privado; de un asunto político, como todo acto social; de un delito; un daño que atenta contra los derechos humanos fundamentales.

Por eso la Ley Orgánica Sobre El Derecho De las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, LODMVLV, respondiendo a este principio, ha establecido disposiciones y  protocolos de atención  para actuar en nombre de las propias víctimas.

Cada mujer o niña maltratada es una derrota cultural, es un recordatorio de que existen formas intactas en las que se manifiesta la barbarie. No podemos seguirla permitiendo. Superar algunos mitos en torno a la violencia es un paso importante en la superación de la misma.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Forma parte del Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (Frapom) y es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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