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Todos los días se escucha música, ya sea voluntariamente, es decir, porque uno la coloca en su casa, oficina o en cualquier otro espacio, o porque estás en un lugar donde algo está sonando, un transporte público, una tienda, un automercado, la casa de un vecino, en fin… En el primer caso se recurre en la actualidad al uso del teléfono celular, a la computadora (You Tube), al uso de un pendrive o de cualquier otro dispositivo de los tantos que existen.

Hace pocos días, sentado en la sala de mi apartamento, observaba mi modesta discoteca y me sorprendí al pensar en el tiempo que tenía sin interactuar con mis discos. Eso me remontó a una época nada lejana en la cual estaba constantemente revisando y colocando los temas de mi preferencia en el equipo de sonido y, más allá de eso, el significativo detalle de estar revisando y leyendo las informaciones (créditos) contenidos en los mismos.

Creo que la mayoría de los melómanos, sean éstos salseros, rockeros, jazzistas o de cualquier otro estilo de música, que investigan, han tenido o tuvieron como punto de partida la revisión y lectura de los créditos incluidos en los discos, antiguos Long Play (LP) y actuales Compact Disk (CD), sin embargo, eso está dejando de ser desde hace cierto tiempo por lo antes dicho y por el avance tecnológico y el fácil acceso a la música sin necesidad de recurrir al disco.

 

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Este simple detalle representa un silencioso divorcio entre el melómano y la historia de los grupos u orquestas de su preferencia, sus novedades, nuevos integrantes y pormenores de actualidad. Recuerdo, no hace mucho tiempo, que uno visitaba a un amigo o amiga y te preguntaban: “¿Qué vamos a escuchar o qué te gustaría escuchar? Escoge ahí”, y te señalaban la discoteca o te pasaban las cajas o cestas con los LP’s o con los CD’s, y comenzaba la intensa búsqueda hasta que decías: “¡Dale primero con éste y después te pones éste otro!”.

Ese distanciamiento también se esperaba con los libros una vez que comenzaron a tomar terreno los libros electrónicos, no obstante, eso no ocurrió, el libro físico mantiene su preferencia entre los lectores. Esa sensación reconfortante de tomar un libro nuevo, disfrutar su olor, el revisarlo, hojearlo, ese acto de subrayarlo (que a muchos otros desagrada), son muy parecidos a los que se realizan con los discos o se realizaban, pero, a diferencia de lo sucedido con los libros, con los discos casi ha desaparecido.

 

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Recuerdo de cuando vivía en Caracas a mi amigo César Cuica, un tanto mayor que yo, tenía una colección de discos no muy extensa, pero bien interesante, que incluía discos antiguos y nuevos, sobre todo de Pop y Rock: Bee Gees, Rolling Stone, Beatles, Queen, Supertramp, Joe Cocker, Donna Summer, entre muchos más. Él estaba invitado para casi todas las fiestas del barrio, no sabía bailar, no era bien parecido, pero sus discos eran el pasaporte a todas esas fiestas y era él quien se encargaba de manipular su valiosa colección.

Otra costumbre desaparecida, que pude disfrutar, fue esa de intercambiar discos, en calidad de préstamo, con otros compañeros; ese acto no se hacía con cualquiera, sólo se realizaba con aquellos que, al igual que uno, cuidaban con mucho celo los discos que caían en sus manos, luego después de cierto tiempo, una vez escuchado todo ese repertorio prestado, se procedía a las devoluciones con las inspecciones de rigor, disco por disco.

Eso te permitía escuchar material que no tenías y así el estímulo a los intercambios estaba en saber que uno de los amigos tenía lo nuevo de algún artista u orquesta y que él no tenía lo tuyo. En un artículo anterior me referí, en parte, a este tema, al ritual que implicaba colocar un tema en particular en el tocadiscos.

 

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Pero algo está pasando, he visto en las Redes Sociales, particularmente en Instagram, promociones en las cuales te compran tus discos de acetato, de cualquier tipo de música, y también tus casetes, hay muchos coleccionistas que, en vez de desprenderse de ese supuesto anticuado material, están atesorando y aumentando sus colecciones, lo cual indica que, al parecer, no se han desprendido de ese placer que ya he mencionado.

 

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He escuchado a más de uno, a la hora de invitar a alguien para ese lugar frecuentado por muchos melómanos, poetas, músicos y demás ocupaciones (La Guairita), destacar como valor agregado y de atracción su colección de discos de acetato, la cual exhiben y usan, complaciendo a sus visitantes con los temas que piden.

¡Larga vida a los discos así como ocurre con los libros!

 

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Ramón Emilio Toro Martínez (Caracas-Venezuela, 1966) es licenciado en Educación, mención Lengua y Literatura, de la Universidad de Carabobo (UC) en 1993. Es también Productor Nacional Independiente y locutor con experiencia en el desarrollo de programas radiales sobre música afrocaribeña en la ciudad de Valencia, estado Carabobo: Ciento por ciento Natural, por Lago 91.5 FM; Letras y Notas, por Salsera 96.3 FM, y Óyelo que te conviene, por RNV Región Central 90.5 FM. Es autor del libro «Letras y Notas sobre la Música del Caribe» (2020), presentado en la FILVEN Caracas 2020 (Casona Cultural Aquiles Nazoa) como el único proyecto editorial independiente de ese año. 

 

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