Locos por los tulipanes… A comienzos del siglo XVII, el tulipán fue importado de Turquía a Holanda por el botánico francés Charles de L’Ecluse, director de los jardines del emperador Maximiliano II, en Viena.
Originalmente, L’Ecluse no llevó la flor a los Países Bajos sino a Austria. Pero, como años más tarde Rodolfo II, sucesor de Maximiliano II, no lo mantuvo en el cargo, el reconocido botánico se mudó a Frankfurt. Estando en esta ciudad, fue requerido como profesor por la Universidad de Leiden.
En esta fundó el Hortus Botanicus, uno de los primeros jardines botánicos de Europa, donde se dedicó al cultivo de plantas de las regiones meridionales de ese continente. Entre tales plantas, había diversas variedades de tulipanes que allí se daban muy bien, gracias al suelo arenoso holandés.
Una noche robaron varios bulbos de estos tulipanes que fueron sembrados en diversos lugares de los Países Bajos, en particular, en Ámsterdam.
Entre 1634 y 1636, el cultivo de esta hermosa flor generó en todo ese país una locura colectiva. A la misma, el historiador Wilfrid Blunt la bautizó como Tulipomanía y la catalogó como “el hecho más increíble de toda la historia de la horticultura”.
La Tulipomanía se apoderó primero de las personas adineradas. Luego invadió a la clase media y, por último, se introdujo entre los hombres y mujeres de escasos ingresos.
Dicha locura suscitó un comercio especulativo de los bulbos o cebollas de la planta. Por algunos de ellos se pagaron sumas tan elevadas que en las principales ciudades holandesas se creó una bolsa de valores paralela a la de las actividades comerciales normales, dedicada exclusivamente a su compra y venta.
A los bulbos de tulipán se les pesaba como si fuesen piedras o metales preciosos y, para valorarlos, se inventó una unidad de peso a la que se dio el nombre de perit, que equivalía a unos 60 miligramos.
Entre los casos más agudos de frenesí floral, estuvieron el de un comerciante de Haarlem que adquirió, a cambio de la mitad de sus posesiones, un solo bulbo de la variedad conocida como Almirante Liefken. También el de un especulador que se suicidó al enterarse de que unos bulbos en los que había invertido toda su fortuna y había dejado sobre la mesa del comedor, fueron a parar accidentalmente a una olla, como condimento de una sopa.
Una de las causas de esta chifladura, se debió a lo que entonces se consideró un hecho accidental. Muchos de los tulipanes de los Países Bajos no se limitaban a exhibir un único color, sino varios, lo cual los tornaba exóticos y aumentaba su precio de venta.
Hoy día se sabe que este fenómeno lo producía el pulgón, un parásito de la flor que transmite el llamado virus del mosaico del tulipán.
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Mientras duró la Tulipomanía, los cultivos de otro tipo fueron abandonados. Ello produjo un alza incontrolada en el costo de los productos alimenticios. La especulación llegó a tal nivel que miles de personas dejaron sus trabajos de tradición familiar para dedicarse al provechoso tráfico y comercio de los tulipanes.
De esto ni siquiera escaparon las personas de pocos recursos económicos quienes, alentadas por las probables ganancias de la reventa, usaban sus escasos ingresos o ahorros para adquirir al menos un bulbo.
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Armando José Sequera es un escritor y periodista venezolano. Autor de 93 libros, todos publicados, gran parte de ellos para niños y jóvenes. Ha obtenido 23 premios literarios, ocho de ellos internacionales (entre otros, Premio Casa de las Américas, 1979; Diploma de Honor IBBY, 1995); Bienal Latinoamericana Canta Pirulero, 1996, y Premio Internacional de Microficción Narrativa “Garzón Céspedes”, 2012).
Es autor de las novelas La comedia urbana y Por culpa de la poesía. De los libros de cuentos Cuatro extremos de una soga, La vida al gratén y Acto de amor de cara al público. De los libros para niños Teresa, Mi mamá es más bonita que la tuya, Evitarle malos pasos a la gente y Pequeña sirenita nocturna.
«Carrusel de Curiosidades se propone estimular la capacidad de asombro de sus lectores».
Ciudad Valencia / Foto del autor: José Antonio Rosales
