María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)-Retrato Hablado-Ciudad Hablada
María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)
“Llamar a las mujeres el sexo débil es una calumnia;
es la injusticia del hombre hacia la mujer»
Mahatma Gandhi

 

Masculinidad más allá del machismo… Las nuevas masculinidades son un conjunto de propuestas que cuestionan y transforman la forma tradicional de ser hombre en la sociedad. Estas propuestas buscan romper con los estereotipos y las normas de género que limitan y dañan a los hombres y a las mujeres, y que generan violencia, desigualdad y discriminación. Las nuevas masculinidades promueven una forma de vivir la masculinidad más libre, diversa, saludable y equitativa, basada en el respeto, la empatía y la comunicación.

Las nuevas masculinidades reconocen que hay muchas formas de ser hombre, y que ninguna es mejor o peor que otra. Las nuevas masculinidades invitan a los hombres a reflexionar sobre su propia identidad, sus emociones, sus relaciones y su rol en la sociedad, y a cuestionar los mandatos que les han impuesto desde pequeños, como ser fuertes, valientes, protectores, proveedores, heterosexuales, etc.

Las nuevas masculinidades también se relacionan con el feminismo y con la diversidad sexual y de género, pues buscan construir un mundo más justo e inclusivo para todas las personas, sin importar su sexo, su orientación sexual o su expresión de género. En ese sentido, parte del hecho de hacerse conscientes de los privilegios que implica ser hombre en la sociedad en la que vivimos.

El sexismo hace que los procesos de socialización entre mujeres y hombres estén mediados por el sexo con el que nacen y, a su vez,  por el entramado simbólico adjudicado para definir el discurso vital de cada cual en una sociedad heteronormada, binaria y estratificada. De tal manera que la  crianza  para cada sexo es distinta, está completamente diferenciada en términos subjetivos y concretos; se basa en ajustar la conducta, el comportamiento y el sistema de creencias a la estructuración y construcción de roles específicos y delimitados para cada cual. Tanto hombres como mujeres reproducimos tal lógica.

Es común que la premisa de la complementariedad sirva de argumento para que se perpetúe  la división social y sexual del trabajo, concibiendo a menudo que los roles de las “mujeres son los que son” y su comportamiento es “el que debe ser “porque la biología así lo traduce; el mismo tratamiento es para los hombres. De manera que la “complementariedad” sólo es efectiva en la medida de que no rompa el consenso interclasista del varón y la tupida red que sostiene sus privilegios.

La mayoría de veces está basada  en un esquema fijo e inalterable, por ejemplo: el hombre trabaja y la mujer cuida de la casa y los hijos, es decir, asume la mayoría de los quehaceres porque “no trabaja” o “no produce”.  En caso contrario: si la mujer es la proveedora y el hombre asume las labores de cuido y quehaceres del hogar (lo cual sería igualmente complementario) no se asume como una dinámica igualmente eficaz, es hasta ofensivo. El hombre pasa a ser “un chulo”, “una carga”, “un tipo sin aspiraciones”, “un Don nadie” o un “incapaz”. La razón es porque sobre él gravita una expectativa social de poder y porque, en términos de valoración,  lo que la mujer hace es un deber y suplirla es poner en duda la propia masculinidad, dado que asume un papel invisible, improductivo y subalterno.

La falsa complementariedad ha puesto notorios márgenes de acción para cada sexo y como fórmula nadie puede dudar de su efectividad; ha sido funcional al sistema durante siglos a expensas de una parte de la población completamente marginada.  En términos de autonomía, capacidad de decisión, construcción de poder, disfrute de espacios de socialización y, por supuesto, la remuneración por el trabajo realizado, el hombre posee una ventaja  enorme en la formula complementaria valida.

Básicamente la garantía de productividad y reproductividad del capital está basada en una dominación que dota a una parte de la población de privilegios y desconoce e infravalora los esfuerzos de la otra mitad. En ese sentido, la masculinidad no sólo es un acontecimiento biológico, sino cultural: es un amplio espectro de derechos sobreentendidos,  adquiridos socialmente y aceptados sin el mayor cuestionamiento porque es un pacto interclasista. Entiéndase que obtener una remuneración por lo que haces a diario y que, además, es valorado colectivamente como una tarea productiva es UN PRIVILEGIO.

La crianza y la carga del hogar, que en mayoría reposan sobre las mujeres, son tareas de las que pocas se desprenden (casi nunca las pobres), aun cuando estén en el campo formal de trabajo (a menudo se asume como “deberes de ellas”). Caso contrario: cuando el hombre las ejecuta se determina que eso es positivo, un trabajo extra, voluntario y, además, loable porque “está ayudando”, “colaborando”, “es un hombre al que hay que felicitar por el “ejercicio cooperativo” sea cual sea la proporción en la que éste decida participar.

En el proceso de socialización diferenciada se construyen expectativas sociales que son formuladas a través de medios, redes, leyes, sistemas formativos, políticas y expresiones culturales. Se promueve insistentemente el orden binario que facilita la reproducción del capital y la explotación general, dinámica en la que las mujeres son más dominadas por el simple hecho de serlo. El proceso de socialización masculino hace hincapié en no ser una mujer o comportarse como éstas en ninguna circunstancia: cualquier flaqueza, cobardía, indecisión, falta de tino o simplemente hacer las cosas de maneras distintas, recibe el inmediato cuestionamiento; la masculinidad, de hecho, queda en entredicho.

 

División sexual del trabajo

Todas las mujeres que realizan tareas de cuido de personas y atienden las tareas del hogar, producen aproximadamente el 30% del PIB mundial y, aun así, cuando se les pregunta a qué se dedican, la mayoría responde: “Nada, el que trabaja es mi esposo”. Culturalmente el trabajo del hogar, que exige una media mundial de 14 hrs diarias, no se considera como tal y no genera condiciones para la autonomía económica de las mujeres y esta es una de las principales causas por las cuales se profundizan más de una forma de violencia.

La equidad es y debe ser una conquista cultural; la sociedad de la igualdad no se da a partir de asumirse partidarios y partidarias de la misma, incluye una praxis, una construcción colectiva sostenida, critica y alimentada del debate permanente. Una sociedad en la que se extiendan los márgenes de participación de las mujeres en cualquier área, a través de decisiones políticas que promuevan la igualdad sustantiva.

«Las mujeres son responsables de dos tercios de los trabajos realizados en todo el mundo y sin embargo ganan solo el 10% de los ingresos totales y solo el 1% de las propiedades… ¿Hay igualdad? Hasta que la respuesta no sea sí, no podemos dejar de preguntárnoslo» (Daniel Craig).

Existen campos de trabajo en los que el desempeño destacado y el conocimiento que se tengan no tienen cabida si se trata de un perfil femenino o masculino. Es muy probable el descarte cualquier prospecto por mero sexismo. De la misma manera, la labor destacada de hombres en innumerables tareas que se asumen “para mujeres” es rechazada.

Por esta razón las mujeres capitanas, pilotos y comandantes de ejércitos son poquísimas,  tan pocas como hombres en aulas de pre-escolar, talleres de bordado y comedores. Áreas para las que solo sería necesario demostrar el dominio de determinados conocimientos y procedimientos, sin embargo, quién es apto y quién no, lo determina el género.

 

LEE TAMBIÉN: “Yo misma fui mi ruta” por María Alejandra Rendón Infante

 

Masculinidad más allá del machismo

  • El machismo es una forma de opresión y violencia que afecta a las mujeres y a los hombres que no se ajustan a los estereotipos de género.
  • La masculinidad es una construcción social y cultural que define lo que se espera de los hombres en una sociedad determinada, por lo tanto no es una esencia fija e inmutable, sino que puede cambiar y diversificarse según el contexto histórico, geográfico y cultural.
  • La masculinidad hegemónica es la forma dominante de masculinidad que se impone como la única válida y legítima, y que se basa en el poder, la competencia, la agresividad y la negación de las emociones.
  • Es hegemónica, genera desigualdades, injusticias y sufrimientos tanto para las mujeres como para los hombres que no se identifican con ella o que la cuestionan.
  • La masculinidad más allá del machismo es una propuesta de transformación social que busca superar los modelos de masculinidad basados en la dominación y la violencia, y promover otras formas de ser hombre más libres, diversas, respetuosas e igualitarias.
  • La masculinidad más allá del machismo implica reconocer y valorar la diversidad de identidades y expresiones de género, así como las aportaciones de las mujeres y de los movimientos feministas a la construcción de una sociedad más justa y democrática. Supone también cuestionar y modificar las actitudes, los comportamientos, las creencias y los valores que sostienen el machismo, tanto en el ámbito personal como en el colectivo.
  • La masculinidad más allá del machismo requiere un compromiso activo de hombres y mujeres con la defensa de los derechos humanos, la prevención y la erradicación de todas las formas de violencia de género, y la promoción de una cultura de paz y solidaridad.

 

***

 

María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

Ciudad Valencia