En esta oportunidad Mi añorada Valencia nos trae la remembranza de uno de los sitios más queridos por los pobladores que vivieron esa hermosa época: el Mercado Principal.

Por la avenida Constitución partiendo del boulevard oeste de la Plaza Bolívar y desde el esquina Vilariño, comenzaba una suave pendiente por donde bajaba y subía el tranvía Camoruco – Palotal.

Lentamente, cautelosamente, íbamos dejando atrás, la Casa Chávez, la sastrería de Arteaga, la revistaría de Paco, La Casa Zerpa, La Perla, la joyería de Don Camilo Rubens, la Casa Cosmos de Miguel Alfredo Paz «Ballestilla» el Pabellón Rojo, la tienda Mi Tesoro de don Azis Muci Abraham, La Vencedora de los hermanos Arnao, la ferretería de Arocha y Estopiñán y la Casa Cogorno al frente de la Botica Mayaudón…

 

El tranvía paraba frente al Negus, donde el abuelo de Juan Leonardo Nazar, reparaba artefactos del hogar.

De allí nos devolvíamos al Viejo Mercado para aprovechar las ofertas de los vendedores de «la playa», ubicada al frente del vetusto edificio.

 

Al entrar comenzábamos a respirar el penetrante olor, que en conjunto, despedían los víveres y frutos que allí se expedían.

Era algo así como una mezcla de aromas de pescado, café, papelón, aceite y carburo, desagradable para quien por primera vez visitara este recinto de proveedores.

 

Mi tío Jesús Teodoro Delgado y su socio Chichilo Florenzano, expedían el pescado en el ala norte, cerca de una calleja por donde se permitía la entrada de animales de todas clases, jaulas, carretillas y jumentos. Diligentemente, atendían a la clientela:

– Don Jesús… tiene espinas?

– Quien?.. Yo…? que va!.. ni una..!

Era una dienta que alzaba un pescado color gris por la cola, y a la vez hacia la pregunta al tío, cuyo recio carácter contrastaba con un buen humor incontrolable.

– No siñora, ese es carite e non tiene espinas…!

– Gracias Don Chichilo, usted si que es un hombre serio… el Don Jesús es mamador de gallo y no se le puede preguntar nada porque le sale a una con cualquier ocurrencia.

 

Tanto en la puerta de entrada por la Constitución como a la salida por la calle Marte, hoy Avenida Urdaneta se encontraban los vendedores de jugos, batidos y mezclas como la que Don Alejo Zuloaga La Hoz acostumbraba a tomar muy de mañana: naranja con levadura de cerveza.

Mi tío Jesús gustaba de una Ovomaltina, con una copita de brandy, un par de ojos de ganado y a veces un testículo de toro o lo que el denominaba: «medio cojón» decía que era para mantener el vigor de los cuarenta… Ah mundo…!

 

Por la calle del Comercio, frente al gran almacén de Don Tanús Domínguez, la casa de Juan Bello, la Casa Winchester y la gran tienda de Hung Hermanos, estacionaban camioncitos de víveres, carretas que venían de la estación cargada de mercancía para los quincalleros del mercado, burros, muías, parihuelas y carretillas.

 

Al lado de las pescaderías, lucían colgando de garfios, las piezas de solomo, pulpa negra, ganso, lomito y otras carnes y a la derecha, el expendio de porcinos, con humeantes bandejas de chicharrón que minutos antes de freían en el exterior.

– Espérame aquí que voy por unas arepas y empanada…!

– Me traes una de chicharrón y otra de frito…!

En el callejón que corría la norte del mercado, expedían los mas ricos manjares de la cocina valenciana, con poco aseo, es verdad, pero con mucho sabor…(a veces «raro»)

– Ay mijito, eso lo mata la candela…!

 

Durante muchos años, este viejo mercado fue testigo de la fuerte crisis que caracterizó al gobierno de Juan Vicente Gómez en los últimos 10 años de su férreo mandato, aunque también es verdad que hambre como la que estamos padeciendo en estos últimos 5 años del siglo 20, no existía, puesto que a pesar de todo, el despótico gobierno procuraba que hubiese orden, paz y trabajo.

La muerte de Gómez y el final de esa terrible dictadura, abre las puertas al progreso que se encontraba estancado y es así, como caen las paredes de cal y canto y los viejos portones del mercado, para edificar sobre sus ruinas un edificio elegante, cómodo, con planta baja y mezzanina, con dos escaleras al este y dos al oeste y una distribución ordenada y limpia, con pasillos interiores en la parte central donde se ubican los expendios de víveres y establecimientos de carnes, cerdo, chigüire y especias secas en salazón por un costado y pescados de mar y rio por el otro costado. Las amplias escaleras, permitían el rápido desplazamiento.

En vez del mal oliente callejón donde contrastaba el correr de aguas negras con los expendios de comida, había un amplio pasaje donde no se permitía tampoco la entrada de vehículos, pero si se expedían las mercancías propias de los buhoneros quienes hacían fortuna en carnaval y Navidad.

Todavía, aunque bastante cambiado, hay ambiente de mercado allí donde se levantan esas viejas estructuras que añoramos.

 

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Carlos Delgado Niño nació en Valencia el 2 de septiembre de 1928, locutor, publicista, radiodifusor y periodista. Fue profesor de teatro, docente cultural, humorista, actor, escritor, cronista, libretista, poeta, cantautor y compositor.

Estuvo siempre ligado con el mundo del espectáculo en la ciudad siendo organizador del «1er Festival de la voz y la canción juvenil» en el año 1973 y «Valencia le canta a Valencia» en 1996.

Fue también director de varias estaciones de radio, productor radial y escritor de programas radiales cortos, novelados, y noticieros entre otros. Co-fundador de la Escuela de Teatro José Antonio Páez en Guanare, Portuguesa, y miembro de la Asociación de Escritores de Carabobo.

Falleció el 17 de noviembre del 2012, en su vivienda, rodeado del cariño de sus familiares y amistades más cercanas.

 

MÀS DEL AUTOR: MI AÑORADA VALENCIA: LOS FOTÓGRAFOS AMBULANTES

Ciudad Valencia