“Misoginia y violencia (1)” por María Alejandra Rendón Infante

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María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

La misoginia, del griego clásico μισέω misèō, «odio» y γυνή Gyne, «mujer» es etimológicamente el «odio a las mujeres», manifestado hacia las mujeres por los hombres o incluso por otras mujeres.

La misoginia es el rechazo (consciente o inconsciente),  desprecio o el prejuicio hacia las mujeres o las niñas. Se la considera como el homólogo sexista de la misandria (“odio a los hombres”).  Es una forma de violencia de género que puede manifestarse de diversas maneras, como la discriminación, el acoso, la agresión, el abuso, la explotación o el asesinato.

La misoginia tiene graves consecuencias para la salud, la dignidad, la libertad y los derechos humanos de las mujeres y las niñas. Algunos hombres, por diversas razones, llegan a desarrollar odio extremo, aversión y desconfianza hacia estas, lo cual no implica necesariamente asumirlas como enemigas o descartarlas en el mundo de sus relaciones. A las personas que incurren en este sentimiento se las llama misóginas o misóginos y actúan conforme a consensos y preceptos que en el imaginario social se han instalado a través de poderosos aparatos de reproducción ideológica.

Puede considerarse misógina cualquier actitud o razonamiento que atribuya rasgos de inferioridad a las mujeres o que asocie lo femenino con un rol pasivo, subordinado, secundario y de sometimiento a la voluntad masculina. Esto aplica tanto en áreas laborales, académicas y profesional como las interpersonales y sexuales.

En todo caso, las actitudes misóginas eran muy comunes en las culturas de la antigüedad, incluso en aquellas de gran desarrollo cultural, como la Grecia Antigua. En aquel entonces las mujeres no eran ciudadanos de derecho, sino ciudadanos de segunda clase, y a menudo eran repartidas junto al botín de guerra para servir como esclavas o amantes forzosas. De hecho, según muchos filósofos antiguos, el amor era un sentimiento que alcanzaba su intensidad únicamente entre hombres, y el rol de la mujer era meramente reproductivo.

En otras culturas, el prejuicio hacia la mujer era aún peor, como en la tradición hebrea, cuyo relato fundacional, el Génesis, le atribuye a la primera mujer la pérdida del paraíso terrenal y el castigo del ser humano con la muerte.

Casi todas las religiones monoteístas manifiestan una obsesión por la demonización de la figura femenina. Si se hace una revisión (no exhaustiva) a la manera de cómo los estereotipos femeninos se han confeccionado a través de la filosofía, la historia, la teología, la literatura y, más recientemente, los medios, podemos dar cuenta de que un rasgo común en distintas culturas y, sobre todo, las religiones es la demonización de la sexualidad y la naturaleza femenina.

En la teología, casi sin excepción, la sexualidad es de seres perversos, provocadores, eróticos, tentadores y, por lo tanto, pecaminosos; una especie de tentación maligna que, por lo general, profiere un castigo y representa la puerta a la tragedia y la muerte. La pureza, en cambio, es asumida como virtud y como rasgo intrínseco de la feminidad y se posiciona como elemento transversal del eterno femenino asimilado construido hasta hoy.

De manera que referirme al origen e historia de la misoginia, quizá resulte en un texto  extenso, sin embargo, cabe destacar que, siendo que el patriarcado es un sistema de dominio institucionalizado que mantiene la subordinación e invisibilización de las mujeres y todo aquello considerado como “femenino”, con respecto a los varones y lo “masculino”,  la misma tiene un enorme arraigo cultural y ha contado con mecanismos para que se reproduzca con relativa normalidad y de manera generalizada, es la expresión cultural más extrema del machismo. Cuando me refiero a normalidad, hago referencia al hecho de asumir, dentro de las diferencias biológicas claramente manifiestas: la “naturaleza deficitaria de las mujeres”, tal cual se ha planteado desde la institucionalidad cultural a los largo de varios milenios y por distintas vías.

Tiene su origen histórico en la familia, cuya jefatura ejerce el padre y se proyecta a todo el orden social. Esta situación se mantiene a través de regímenes, hábitos, costumbres, prácticas cotidianas, ideas, prejuicios, leyes e instituciones sociales, religiosas y políticas que definen y difunden una serie de roles a través de los cuáles se vigila, se apropia y se controlan los cuerpos de las mujeres, a quienes no se les permite gozar de una completa igualdad de oportunidades y derechos.

 

MISOGINIA Y VIOLENCIA-Nos(Otras)

A pesar de los avances significativos de las mujeres en materia de derechos, el sexismo, como cimiento ideológico del patriarcado, ha logrado permanecer vigente en la cotidianidad, condicionando la participación de las mujeres, tanto en la esfera pública, como en la privada, reproduciendo injustas asimetrías que  no ha  sido superadas hasta el día de hoy porque se encuentran completamente normalizadas. Nuestra cultura es profundamente misógina, pues ha venido reservando un papel de subordinación para las mujeres y otro de dominación para los hombres.

La normalización de la misoginia fue duramente combatida en el Occidente moderno por los movimientos feministas, que reivindicaron el rol de la mujer en la sociedad y su derecho a tener potestad sobre su cuerpo, sus opiniones políticas y a aspirar a las mismas recompensas que los hombres. Gracias a estos movimientos, grandes avances se dieron con el tiempo, como el voto femenino entre los siglos XIX y XX, o la visibilización del llamado “techo de cristal” que impide el ascenso de las mujeres a los cargos directivos de las empresas en el mundo laboral contemporáneo.

La misoginia puede tener causas muy distintas, dado que en algunos casos individuales puede deberse a la incapacidad de la persona de superar un trauma o alguna experiencia que le haya dejado una aversión abierta o disimulada hacia las mujeres.

Pero, en general, la misoginia es fruto de una larga tradición cultural de dominación machista, tal y como lo han señalado numerosos estudiosos de la cultura. Esta herencia cultural puede justificar el patriarcado en mandatos religiosos, supuestos rasgos evolutivos de la especie o cualquier otro discurso que permita naturalizar o normalizar la subalternidad femenina.

 

Son manifestaciones de misoginia:

  • La idea de que las mujeres son más frágiles y emocionales que los hombres, y por lo tanto no pueden ocupar roles que requieran de una mentalidad lógica y racional.
  • Considerar a las mujeres una forma de propiedad.
  • La discriminación de una mujer para un cargo laboral para otorgárselo a un hombre, ya sea por razones ideológicas o por conveniencia económica de la empresa (al no querer cubrir costos durante la licencia por maternidad).
  • La idea de que la responsabilidad reproductiva le corresponde a la mujer exclusivamente y de que el varón no debe hacerse cargo de los embarazos indeseados que ocasione.
  • La representación ficcional y erótica (pornografía) de la mujer como un objeto sexual descartable, sometida a la satisfacción del deseo masculino, y no como un copartícipe de un acto sexual que debe ser mutuamente satisfactorio.
  • El rechazo a abordar temas de interés de las mujeres y el mundo femenino por considerarlo “banal” o “superficial”.
  • La eliminación en países fundamentalistas religiosos de los derechos al voto, a la tenencia de propiedad, la educación y a la libre circulación de las mujeres, a las cuales se asigna un “representante” (su esposo, su padre o su hermano).

 

MISOGINIA Y VIOLENCIA-Nos(Otras)

 

El perfil misógino, a pesar de no ser claramente identificable, tiene ciertas características:

  • Elige a una mujer concreta, a la que establece como objetivo, y se afana en conseguirla como quien se hace con un trofeo. Ella no se da cuenta de nada porque al principio, para lograr su fin, es encantador, seductor y divertido. Se trata casi siempre de una mujer sumisa capaz de satisfacer todas sus demandas.
  • Sostiene un trato diferenciado con ambos sexos, mostrándose más comprensivo y agradable con los hombres.
  • Con las mujeres se muestra de forma arrogante, controladora y egocéntrica. Siempre hará notar su supuesta superioridad.
  • Demanda una atención y cuido particulares, estableciendo que sus necesidades y situaciones son prioridad.
  • Establece abiertamente criterios asimétricos en cualquier relación y contexto, desfavoreciendo a las mujeres.
  • Desde el punto de vista sexual tiende a cosificarlas, a depender de ellas, pero en razón de cosa y de manera ilimitada.
  • Escrutará el argumento de una mujer, simplemente para detectar la falla, descartará el orden sustancial de la idea y colocará en el relieve el error.
  • Es extremadamente competitivo, especialmente con las mujeres. Si un hombre tiene más éxito que él, lo podrá entender, pero en el caso de las mujeres se sentirá francamente mal y buscará toda clase de vueltas absurdas para justificar que sea así.
  • Expone a las mujeres al escarnio público de manera compulsiva, no puede evitarlo.
  • A ellas las criticará por actitudes que premia en los hombres, especialmente en los entornos laborales y sociales.
  • A menudo se apropian de sus ideas, no le darán crédito por ello.
  • Un jefe misógino jamás les premia y hará lo posible por invisibilizar sus capacidades. El tratamiento hacia los hombres será al contrario.
  • Se arraiga a falsos preceptos en los cuales las mujeres (en general) son incomprensibles, complicadas, conflictivas, indecisas, dramáticas, histéricas,  débiles, no aptas para dirigir (salvo en contextos afines a su género).
  • Realizan refuerzos intermitentes hacia estas para seguir gozando de su atención y servicios.
  • En las relaciones, demandan una fidelidad y lealtad que no practican y consideran, además, que así debería ser. También controlan el tiempo de las mujeres y llegan ellos a establecer cuál es la necesidad de estas, la imponen y cercenan el libre albedrío.

 

Diferencia entre machismo y misoginia

Si bien el machismo y la misoginia tienen muchos terrenos comunes, dado que son actitudes y lógicas que privilegian al hombre por encima de la mujer, no son necesariamente lo mismo. El machismo es la tendencia a privilegiar al hombre por encima de la mujer en las distintas circunstancias de la vida, mientras que la misoginia es un rechazo y una desvalorización de la mujer por el simple hecho de ser mujer.

Esta diferencia se puede resumir de la siguiente manera:

  • El machismo es una tendencia cultural bastante generalizada, mientras que la misoginia tiende a ser un asunto individual.
  • El machismo puede asumir formas “amables”, que infantilizan a la mujer al tratar de protegerla o tratarla de manera especial. La misoginia, en cambio, es una forma de aversión, o sea, de odio, que rara vez asume formas más discretas.
  • En general, el machismo se considera un fenómeno de menor grado o menor intensidad que la misoginia.

La misoginia está relacionada con un sexismo hostil:  (prejuicio, estereotipo y conducta discriminatoria, según el concepto de actitud que manejemos) negativa basada en la supuesta inferioridad de las mujeres como grupo que se articularía en torno a las ideas siguientes (Glick y Fiske, 1996): 1) Un paternalismo dominador, esto es, entender que las mujeres son más débiles, son inferiores a los hombres y ello da legitimidad a la figura dominante masculina; 2) Una diferenciación de género competitiva, esto es, considerar que las mujeres son diferentes a los hombres y no poseen las características necesarias para triunfar en el ámbito público, siendo el ámbito privado el medio en el que deben permanecer; y 3) La hostilidad heterosexual, esto es, considerar que las mujeres tienen un poder sexual que las hace peligrosas y manipuladoras para los hombres. En términos generales, las mujeres son seres que generan desconfianza.

Por otro lado, el machismo se ejerce a menudo desde un sexismo benévolo, el cual se define como un conjunto de acciones y actitudes interrelacionadas hacia las mujeres que son sexistas en cuanto que las consideran de forma estereotipada y limitadas a ciertos roles, aunque pueden tener un cierto tono afectivo menos negativo en el perceptor.

 

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Los componentes básicos del sexismo benévolo serían, según Bosch: 1) El paternalismo protector, esto es, considerar que el hombre cuida y protege a la mujer como un padre; 2) La diferenciación de género complementaria, esto es, considerar que las mujeres tienen por naturaleza muchas características positivas que complementan las características que tienen los hombres; y 3) La intimidad heterosexual, esto es, considerar la dependencia diádica de los hombres respecto de las mujeres (los miembros del grupo dominante dependen de los miembros del grupo subordinado ya que los hombres dependen de las mujeres para criar a sus hijos/as y satisfacer sus necesidades sexuales y/o reproductivas).

En opinión de Glick y Fiske (1996) ambos tipos de sexismo (hostil y benévolo) tendrían su origen en las condiciones biológicas y sociales comunes a todos los grupos humanos (donde los hombres poseen control estructural de las instituciones económicas, legales y políticas y las mujeres poder diádico derivado de la reproducción sexual) y en los dos casos se trata de sexismo puesto que ambos descansan sobre la dominación del varón y tratan de justificarlo entendiendo que las mujeres son más débiles y están mejor desempeñando unos roles que otros. Por todo ello, consideran que ambos tipos de sexismo (hostil y benévolo) correlacionarán positivamente.

Si bien la misoginia es hija directa del patriarcado, adquiere formas particulares de manifestarse de acuerdo a cómo y en qué circunstancia se estructura y  da origen a tan desproporcionada aversión hacia las mujeres por parte de una persona. En cualquiera de los casos es necesario considerar que las violencias son producto de las asimetrías que han sido validadas por el orden cultural vigente y que es necesario, para combatir la violencia hacia mujeres y niñas, hacerlo en el terreno en donde la misma se instala y se perpetúa: la cultura y, por lo tanto, toda la instrumentalización el orden simbólico que sostiene la lógica patriarcal aniquiladora y supremacista.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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