Divagaciones-Arnaldo Jiménez-Poesía de lugar

Abrigadas con lo podrido, hirviendo en las quietudes, zumbando sobre los restos, las moscas no demarcan sus territorios; todo les pertenece. Sus patas poseen cualidades luciferinas, se orientan a dibujar infiernos en el lienzo de lo que pretende alejarse de su contagio. La sola presencia de las moscas seduce al futuro, lo tornan ceniza, cadáver, lo invaden y lo llenan de vida; vida que devora como el absurdo y como el presente.

Así avanza la muerte con sus pulsaciones blanquecinas, así avanza una ola de pálpitos, una marea lenta de gusanos que se lleva el último ardor de los ojos, el vuelo de los papagayos, el sonido de los gurrufíos y la alegría terrenal de las metras; se lleva los brillos inofensivos de la luna sobre las hojas del azahar, todos los instantes de la vida en que se fue capaz de ser animal y dulzura, sombra y refugio.

Se beben los esfuerzos de las uñas, el sucio que esconde el trajinar de calles, el trastorno de las amarguras, las últimas dignidades. Así avanza la muerte, igual que el absurdo, golpeando en la médula de la esperanza, como el tiempo que se arrastra carcomiendo, repartiendo el color de la lepra por la piel, por el entusiasmo vencido del cuerpo, absorbiendo el aire amargo que la razón retuvo.

 

Las moscas pican juntas el cúmulo de palabras y gritos metiéndose por las bocas, horadando sus luces cenicientas, todo lo que la ventana le dijo al silencio, las cicatrices iluminadas de la ternura, ese ímpetu de gracia que es el hueso de la voz, y apretujándose por la lengua logran bajar hacia las cuerdas vocales en busca del aliento divino que allí se esconde y muy pocos mortales logran expelerlo en su último ocaso; entonces el pensamiento ya no es propio, el mundo posee sus lentes, sus tonos.

Luego atracan sus naves en la membrana ilusoria que envuelve al corazón y destajan de él los impulsos humanos y comen y desaparecen con famélica parsimonia sus virtudes y sus miserias, sus pasiones y debilidades, obteniendo así la imagen y la semejanza, pero también el posible desequilibrio de sus ciclos vitales. Sea en la muerte la reproducción, sea en el exterminio el ímpetu de sus alientos.

 

Las moscas entierran a sus moscas, cuando se derrumban los pilares de sus casas, revolotean por las cacas de los niños y se ponen en las luces para que las vean y después se van a buscar otros cadáveres menos maquillados, menos exagerados en sus corrupciones, menos actores.

Se ha visto a las moscas introducirse por la boca abierta de un imperio agónico, el país que aún cree encontrar su aire de agua, su oxígeno de sal y aletea con sus últimas fuerzas debajo de la sombra de su verdugo obnubilado por el filo metálico de sus vuelos relampagueantes, desterrando y enterrando; ellas trepan por su oscuridad hedionda a oxido, se deslizan como una hostia y saltan los incómodos relieves de sus dientes y se repliegan por el mapa de su cuerpo humedeciendo sus pasiones; una vez dentro, se vuelven azules, los élitros brillan como escamas tornasoles y finalmente nadan por ese resto de mar y se llevan los cadáveres como trofeos.

 

Las moscas distinguen un cadáver de otro. Saben cuál es mujer sin moda en el alma o negro luchando, canción de endurecido calor o niño asiático despojado de sus edades; saben cuál es el honor o el más sublime de los desperdicios.

El color de las pústulas vivas, relucientes, las atraen, así viajan en el costado de nuestros sueños y dignamente aceptamos la agonía riendo y soportando la fe en el destino; pronto nos derribarán, se volverán invisibles y arribarán al estómago, para luego hundir sus mortales patitas en la rugosa vergüenza, murmurado sus canciones, como tejiendo una red de rezos en torno al hocico de la libertad, anunciando la presencia de dios en el miserable cuerpo onírico y utópico que va muriendo, allí edifican sus moradas e incuban sus malas costumbres en el sopor de las mercancías.

 

De igual manera, las moscas se paran sobre la vida del hombre, cuando éste está en pleno dominio de su conciencia. La conciencia se le opone y le resiste sus embestidas. Seducidas por las opciones de la bondad y de la justicia, las moscas van minando con inoportuna larva los cimientos de la civilización, pendiente de cuándo el mismo hombre se abre la piel, se esquila el alma y apaga su ánimo y su voluntad de perpetuarse, para caer sobre él como ángeles inversos, otorgándole la igualdad y el amor que tanto negó y rechazó.

 

¡Oh moscas!, que llevan la promesa de la maldad infinita al ahogo en el ridículo de la libertad, al fuego de lo efímero incalculable. ¡Oh moscas!, que no permiten oír el rezo, que impiden que la verdad caiga en las bocas y en los oídos, ustedes que manan la baba de miel en la que dios se olvida de sus errores, la ingenuidad de lo perverso, el dolor del dolor.

¿Por qué no elevan su bulla hasta el árbol primigenio y carcomen el bien y el mal y entonces se posan en el camino hacia el paraíso y lo cubren de olvido intruso y cierto, lo minan de muerte con sus zumbidos de computadoras eternas para que no haya más esperanza y podamos quedarnos sin presente, sin nada nuevo bajo el sol?

¿Nunca se acabará la celebración de nuestras bodas?, lo mismo en el fastidio que en el silencio. Lo mismo en el padre Orinoco que en las acequias de los barrios.

 

Olvídense de nosotros, déjennos en nuestros barros, con nuestras cochinas esperanzas, no se posen más en ellas con esas armas de exterminación masiva, no nos hostiguen y seduzcan con el chicle de su lenguaje universal, con sus alianzas para el progreso y sus señores deudales; no nos ronden con sus amenazas y la espada terrorista de sus publicidades y sus éxitos, quédense en el norte empalagándose en la dulzura de sus propias falsedades.

 

***

 

Arnaldo Jiménez nació en La Guaira en 1963 y reside en Puerto Cabello desde 1973. Poeta, narrador y ensayista. Es Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales por la Universidad de Carabobo (UC). Maestro de aula desde el 1991. Actualmente, es miembro del equipo de redacción de la Revista Internacional de Poesía y Teoría Poética: “Poesía” del Departamento de Literatura de la Dirección de Cultura de la UC, así como de la revista de narrativa Zona Tórrida de la UC.

Entre otros reconocimientos ha recibido el Primer Premio en el Concurso Nacional de Cuentos Fantasmas y Aparecidos Clásicos de la Llanura (2002), Premio Nacional de las Artes Mayores (2005), Premio Nacional de Poesía Rafael María Baralt (2012), Premio Nacional de Poesía Stefania Mosca (2013), Premio Nacional de Poesía Bienal Vicente Gerbasi, (2014), Premio Nacional de Poesía Rafael Zárraga (2015).

Ha publicado:

En poesía: Zumos (2002). Tramos de lluvia (2007). Caballo de escoba (2011). Salitre (2013). Álbum de mar (2014). Resurrecciones (2015). Truenan alcanfores (2016). Ráfagas de espejos (2016). El color del sol dentro del agua (2021). El gato y la madeja (2021). Álbum de mar (2da edición, 2021. Ensayo y aforismo: La raíz en las ramas (2007). La honda superficie de los espejos (2007). Breve tratado sobre las linternas (2016). Cáliz de intemperie (2009) Trazos y Borrones (2012).

En narrativa: Chismarangá (2005) El nombre del frío, ilustrado por Coralia López Gómez (Editorial Vilatana CB, Cataluña, España, 2007). Orejada (2012). El silencio del mar (2012). El viento y los vasos (2012). La roza de los tiempos (2012). El muñequito aislado y otros cuentos, con ilustraciones de Deisa Tremarias (2015). Clavos y duendes (2016). Maletín de pequeños objetos (Colombia, 2019). La rana y el espejo (Perú. 2020). El Ruido y otros cuentos de misterio (2021). El libro de los volcanes (2021). 20 Juguetes para Emma (2021). Un circo para Sarah (2021). El viento y los vasos (2da edición, 2021). Vuelta en Retorno (Novela, 2021).

(Tomado de eldienteroto.org)

 

 

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