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María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

«Mujer, feminismo y literatura» por María Alejandra Rendón Infante (I parte)

La literatura, al igual que el resto de las manifestaciones artísticas, ha estado y ha sido concebida de formas distintas en el universo cultural de la humanidad a través de la historia.

En torno a ella se anuncian y distinguen categorías de orden estético que en  profundidad poseen  una innegable carga simbólica e histórica. Estas cualidades obedecen a procesos translinguísticos que definen  comportamientos y fenómenos que son observables y percibibles en el proceso creativo, con  variantes y excepciones.

 

De esta manera  la poesía es representación estética, simbólica, lingüística, social  e instrumento de reproducción de las lógicas que mueven y sostienen las relaciones sociales, económicas, políticas y culturales. En ese contexto, las relaciones de dominio y de poder se introducen y rebasan los límites de la creación literaria y de la poesía, pese a su valoración unidimensional como producto del universo subjetivo de su creador o creadora.

La subjetividad poética no escapa de esta correspondencia objetiva con el medio, pues, éste la atraviesa, determina su valor estético y la legitimidad del discurso, porque los universos sentimentales propios del o la que escribe no prescinden de todas las relaciones del sistema intersubjetivo sobre el cual se han erigido antiguas y actuales civilizaciones, es decir, estructura de poder.

 

Entre  una de las categorías ampliamente señaladas, aparece, como una constante, sobre todo en el ámbito de la crítica literaria, la llamada poesía femenina,   este término, femenino, se designa tanto la literatura escrita por mujeres como la literatura con contenido femenino, es decir, que se centra en la experiencia de ser mujer en el mundo con todos sus matices biológicos y contextos.

Pero, con el agregado de circunscribir el “mundo femenino” casi exclusivamente a su acepción más tradicional, con lo cual, muchas escritoras que proponen modelos y espacios femeninos nuevos, no se identifican: “El arquetipo femenino cruza la historia del arte y se reactualiza. La mujer representada está fundamentalmente definida por su vínculo con los hombres a tal punto que puede llegar a mirarse a misma desde los ojos masculinos (Carosio, 2013).

Si se parte de lo femenino y lo masculino en términos de construcción social, tendría que reconocerse en la literatura uno de los espacios donde estas construcciones y sus estereotipos se forjan y se reproducen ampliamente, junto con modelos de comportamiento y esquemas ideológicos que los refuerzan y legitiman en una sociedad dominada por la fuerza del poder y el orden patriarcal con raíces en el origen del pensamiento.

La mujer es los escritos de Aristóteles Es tipificada como un varón que no ha llegado a su entelequia, se ha quedado a mitad, no ha alcanzado el telos, es un varón no logrado, una especie de aborto del varón o de varón abortado.

Así la ciencia, la filosofía, la literatura y demás formas que admiten discurso social, han sido instrumentos legitimadores del discurso dominante y por consiguiente la forma en la que se formulan valoraciones ente lo que son  asumidos como discursos subalternos o subyacentes.

 

Aunque la opinión de la crítica actual no concuerde con la idea de que exista una poesía femenina,  la elaboración de la misma, tanto en hombres como mujeres, no sigue los mismos caminos, ni incorpora los  mismos énfasis, porque la experiencia vital en uno y otra se impone  independientemente de que el autor o autora advierta esta cualificación diferenciada.

La crítica feminista ha planteado, entonces,  la necesidad de valorar una tradición de escritura femenina específica y marginada, superar la fragmentación propia de un hecho contracultural que tiene su origen en el desamparo y la precariedad propios de tal marginación.

No es tarea fácil, entonces, rastrear con factibilidad las proporciones en  que la mujer ha participado dentro del quehacer literario, mas sí es posible dar cuenta de su  marginación en este ámbito. No sólo por lo tardío que aparece un espacio para situarles, sino por la existencia también de categorías en las que, a modo de subvalorar, se les ha confinado y que resultan incómodas.

 

Es decir no le ha sido fácil problematizar a partir del lenguaje. La profesora y crítica feminista Helena Araujo, al respecto indicaba que: (…) A nivel de lenguaje, aunque el discurso femenino tenga igual potencia de creatividad, a las mujeres les resulta difícil salir de la inercia pasivo-silenciosa que generalmente se les ha impuesto.

Con frecuencia, han de debatirse entre una lengua materna y una “lengua social” que no tendrían derecho a poseer y meno a ejercer. (…)  en Latinoamérica donde el régimen patriarcal las ha relegado  a lo cotidiano, lo inferior, lo banal; ha habido bloqueos en cuento concierne a la escritura. Sí, ya es tiempo de que el discurso femenino deje de ser marginalizado o considerado en relación a un núcleo semántico dominante (…)

 

Esa pasividad se construye por distintos medios: educación, crianza, leyes, medios; y se centra en el reforzamiento de una dominación psicológica, emocional y económica, fundamentalmente.

Prosigue la autora afirmando que: “el acondicionamiento para la pasividad, no puede ser, sino apocador. Apocador en la inseguridad y la dependencia, el deber de censurarse y disimularse. Apocador en un discurso dado a eufemismos, digresiones y soslayamientos”. Así la mujer sujeta de apocamiento, advierte la naturaleza parcializada del lenguaje.

El lenguaje no es neutro, jamás lo ha sido, no es usado de igual manera por hombres que por mujeres; en ellas  se observa una moderación, el acudimiento a la simbolización, el símbolo como mascara, como arma de ocultamiento; en el símbolo subyace  aquello que se reprime.

 

Son muchas las autoras que en este siglo han hecho de los estudios del género y más en el ámbito literario una ventana hacia la reconstrucción de ese lenguaje que se entreteje en el discurso femenino en general.

Y es que la mujer es una realidad histórica y el género una categoría específica sobre la cual está soportado ese encubrimiento discursivo. La poeta mexicana Rosario Castellanos a mediados de siglo pasado, ya advertía sobre la poca autoridad que se les concedía en el ambiro literario: “genialidad aparece como una especie de masculinidad superior y en consecuencia la mujer nunca podrá ser genial, pues la mujer vive de un modo inconsciente mientras que el hombre es consciente y todavía más consciente el genio”.

En los últimos cincuenta años el mundo, sobre todo occidente, ha presenciado una revolución ideológica que a la par de grandes rupturas que han trasformado la faz  cultural.

Uno de esos grandes cambios están relacionados con la visibilización de la mujer y sus luchas, quienes han sido dotadas de una voz propia que hoy es factor que participa ampliamente, en tanto la mujer es un agente de poder político, todavía limitado, pero que incide en todas las esferas de la vida pública, siendo  este un hecho cada vez  más difícil de ignorar.

 

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Este hecho se encuentra acompañado de la incursión sostenida de mujeres en el ámbito académico, literario, así como más recientemente en el campo de la crítica y los estudios literarios.

Lo que no quiere decir que antes  no hubiese presencia de las mujeres en el quehacer intelectual literario del continente, ya se dijo que la mujer siempre ha estado participando.

 

Una de las áreas donde las mujeres han hecho cada vez más presencia es el lenguaje. Los genéricos que antes estaban designados para incluirles, hoy son cuestionados como tal y junto a estas formas lingüísticas sexistas las mujeres han querido y logrado aparecer nombradas, ya no de forma tácita o sobreentendida, sino declarativa.

Pero no sólo el lenguaje se ha visto penetrado por esta razón de ser y, por lo tanto, estar; sino todas las demás construcciones que se suponían neutrales y que por siglos permanecieron sin sufrir trasformaciones profundas.

Lo que quiere decir, que esta gradual visibilización está determinada por una nueva postura ante la realidad y aunque esta situación no logra ser del todo revertida, si es un hecho que los esfuerzos para ello se han multiplicado.

 

En este revisionismo histórico prolifera la literatura femenina. Su advenimiento registra un impulso dado por el movimiento feminista, por el nacimiento y fortificación de elementos teóricos que inyectan  vitalidad y argumentos para subvertir los falseados arquetipos temáticos y obligándoles a construir una identidad femenina desde los parámetros lingüísticos y formales de la escritura, hasta la forma de evocar la experiencia.

El último  tramo del siglo XX,  incluye los cambios más profundos en el imaginario colectivo que brinda un impulso mayor a la literatura hecha por mujeres.

Se trata de una época en la que se consolidan los movimientos feministas en el continente, se avanza en la agenda legislativa que se había asumido durante un siglo, y cuando también  proliferan los estudios de género, logrando aceptación, alcance y pertinencia en el campo de las ciencias sociales.

Desde el punto de vista teórico, esto permite colocar a la  literatura,  el arte y la sexualidad  como una de las áreas más estudiadas desde esta perspectiva.

 

Es también la época en la que  se observa  una nueva configuración de los espacios sociales y culturales, la incorporación creciente de la mujer en el mercado del trabajo y sobre todo en el ámbito académico. La mujer comenzó a ocupar un papel preponderante en los espacios políticos lo que originó cambios en la familia y un nuevo imaginario colectivo.

La defensa de la memoria y del  excluido sigue ocupando la temática esencial de las escritoras latinoamericanas contemporáneas. La narrativa  pasa a ser el género donde se abraza una crítica social muy profunda.

El advenimiento del mundo globalizado puso en el relieve las contradicciones que atañen a la cuestión genérica y todas las demás formas de exclusión, aun con el esfuerzo de la industria cultural de masas en difuminar estas diferencias, a través de la ilusión de libertad.

Afirma Guardia al respecto: “Lo cierto es que es la era de la globalización, del fin de las utopías, y de la consolidación de los discursos neoliberales, una mayor intolerancia hacia las diferencias culturales, religiosas, y étnicas, donde la exclusión y marginalidad abarcan a mayores sectores de la sociedad.

Las mujeres escritoras están a la vanguardia de este desafío. Una vez que se constata que ese orden genérico niega la expresión subjetiva en virtud de mantenerse. La literatura es y siempre ha sido una manera de sobreponerse a los silencios.

Los estudios literarios en América Latina tienen el reto de seguir examinando los falsos anclajes que han permitido hacer de la mujer en general una sujeta en situación límite penetrada por la mirada obcecada de un mundo que niega su subjetividad, no sólo legítima, sino auténtica y, en suma, distinguir las fronteras privadas donde opera el universo público de una civilización negadora de la diversidad cultural.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Forma parte del Frente Revolucionario Artístico Patria o Muerte (Frapom) y es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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