En esta oportunidad Mi añorada Valencia nos trae una resumen de aquellos momentos de con esos pregoneros que paseaban por las calles: ¡Oye este pregón!.

 

La Valencia de mis primeros años era tan pintoresca como sus habitantes y las costumbres tan llenas de «sabor a pueblo» que recordarlas es volver a vivirlas.

Las mañanas apacibles se llenaban de música, con el susurro del viento y el trino de los torditos y chirulíes, a los que se sumaban los chirridos de los pericos y la dulce canción del pico e’ plata.

A medida que avanzaba la mañana, las calles de la ciudad-pueblo, como muchas otras de la patria, se llenan de voces alegres que rompen la monotonía de las horas… son los «pregoneros», publicistas elementales, porque los que no son elementales, están en las dos emisoras pioneras: La Voz de Carabobo y Radio Valencia.

Con el paso de los pregoneros, se oyen también los clásicos sonidos pueblerinos: resonar de cascos sobre el pavimento, rechinar de los carritos ambulantes de helados y golosinas, el corto galope del lechero o el chas-chas de las chancletas sobre las aceras.

– Lecherooo… leche… lechero…!

Detrás del pregón el burrito cansado que rebuzna, como pidiendo clemencia:

– Aaaaaa Iiiii… Oooooo !

-Arre burro..! Arre…!

El lechero repite su pregón y hace sonar las cántaras anunciando su líquido elemento: Leche pura acabada de ordeñar…!

El «parihuelero» ofreciendo sus servicios, para llevar el maíz al molinio, la paja al becerro o el mueble a reparar:

-Parí… hue… lerooo! Parihuelerooo…!

Bien temprano pasa el amolador, haciendo sonar Tiru… liru… liru, tiru… liii… de «ida» y de «venida».

El amolador deja de tocar su silbato, cuando lo llaman:

– Señor, señor pare y le traigo las tijeras!

– Las tijeras, navajas y cuchillos…!

Terminada la faena que se alarga porque acuden los vecinos a su cita, el amolador prosigue su camino de alegrías calle abajo, dejando escuchar la agradable sinfonía y arrancándoles chispas al metal! Chispas, rojas, blancas, verdes, azules como fuegos artificiales…!

 

A media mañana, cuando los rayos del sol comienzan a encajarse por todo el cuerpo, se oye un pregón musical, el del chichero:

– Chichaaaa! Helada y fresca…! Refrescadora…!

Y acuden las muchachas, con sus vasos y tazas a consumir la rica chicha de arroz o cebada, con el tostado ajonjolí de múltiples sabores. Y hay un concierto que canta el «remillón» al dejar caer la blanquísima chiche en el recipiente.

– Una ligadita, por favor!

A esa hora pasa también el carrito del dulcero, para los postres del almuerzo, y su paso se repite por las tardes, seguido muy de cerca por el negrito que vende:

– Coquitoooos! Ricos coquitos…!

El heladero ha salido a las diez de la fábrica de José Antonio Cortés, el carrito pintado de blanco o de rojo, lleva un escudo al frente: es el emblema de los ricos «Helados el Polo».

A eso de las tres de la tarde, pasaba el «lotero»:

– Última hora!. El mil ochocientos treinta y dos, suma trece! Última hora! Medio billete, suma trece!

En verdad era la venta de la última hora porque el sorteo era a las cuatro de la tarde en punto. Hubo personas que por no comprarlo perdieron de ganarse «el gordo» de diez mil bolívares. Una verdadera fortuna.

 

Muchos valencianos deben recordar a un señor, de unos cuarenta años, regordete, que cojeaba de una pierna, quizá por prematura lesión y que con sus pregones, atraía una clientela que plenaba los cines, el circo-teatro de La Pastora, o Arenas de Valencia, vendiendo su especial mercancía «maní y tostones».

– Maní! Maní! Tostadito el maní! Tostones, saladitos los tostones, maní, tostones!

Tres «cucuruchos» de maní, denominación que Don Eliseo Grenet le dio en Cuba al clásico y original envoltorio. Se vendían por solo «una locha», tres paqueticos de tostones, valían dos lochas o sea «un mediecito» (valiosa moneda de otros tiempos). Al que le daban un mediecito, lo «resolvían» con esa espléndida propina.

 

Recuerdo muy bien que en mi casa los muchachos que estaban al cuidado de mi Tía madrina, a quien cariñosamente llamábamos «Minina», nos íbamos al colegio con la barriga repleta de guarapo con «bizcocho de butaque», por dos de aquellos mediecitos, ya que los bizcochos costaban un centavo cada uno y con el otro mediecito, se podían comprar: tres centavos de papelón y dos de café.

Con cuanta nostalgia podemos ver hoy evocar, el tiempo vivido en aquella época de bonanza y en una Valencia no muy distante…!

– Mami cómprame un polo, si? Uno solito!

– Después de almuerzo niña. Porque después se te quita el hambre!

– Ay no mami! Cómprame el polo que yo lo guardo!

– Es que después se te derrite mi amor! Mejor vamos a esperar que pase el cojo Remigio,  que los lleva premiados.

 

Solo así se calmaba el llanto ante la perspectiva de que al terminar de de consumir el «popsicle» pudiera leerse en una paletica: VALE POR UN HELADO!

 

A media tarde, comenzaban otra vez los pregones del heladero, el «coquitero» el dulcero y su carrito, el frutero, que había recolectado y vendido en la mañana y dos pregoneros que no podían faltar: el «ponchera y el lotero» ..!

El primero, se para en una esquina con su carrito y del mismo, extraía una corneta grande, parecida a las que tenían las «victrolas» y usándolas como amplificador, pregonaba con estentórea voz llena de ecos:

– PONCHEEE….! Poncherooooo….!

Y repetía el pregón hasta que de las casas llegaban los clientes de todas las edades; usaba el ponchero unas copas cónicas grandes de papel, desechable, que llenaba de una espuma amarillenta y que rociaba con un jarabe rosado de frambuesa.

La espuma salía de un barril rodeado de hielo y era por tanto altamente refrescante y tonificante!..

– El otro día me tomé tres y me rasqué..!

– Es que la viejitas no deben tomarse más de una…!

– Por eso es que su mamá no, las puede ni oler..!

 

 

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Carlos Delgado Niño nació en Valencia el 2 de septiembre de 1928, locutor, publicista, radiodifusor y periodista. Fue profesor de teatro, docente cultural, humorista, actor, escritor, cronista, libretista, poeta, cantautor y compositor.

Estuvo siempre ligado con el mundo del espectáculo en la ciudad siendo organizador del «1er Festival de la voz y la canción juvenil» en el año 1973 y «Valencia le canta a Valencia» en 1996.

Fue también director de varias estaciones de radio, productor radial y escritor de programas radiales cortos, novelados, y noticieros entre otros. Co-fundador de la Escuela de Teatro José Antonio Páez en Guanare, Portuguesa, y miembro de la Asociación de Escritores de Carabobo.

Falleció el 17 de noviembre del 2012, en su vivienda, rodeado del cariño de sus familiares y amistades más cercanas.

 

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