A veces pienso que los muchachos de los años 30 éramos muy «especiales», porque apenas vivimos un lustro de la dictadura gomecista. El «benemérito» entregó sus malas cuentas, en vísperas de navidad del año 1935, habiendo gobernado durante casi 30 años.

Y digo que éramos muy especiales porque, sin duda, el fuerte régimen nos obligaba a comportarnos de una manera diferente.

 

No éramos, ni muy grandes para sumarnos a los grupos que le hacían oposición, ni muy pequeños como para no comprender lo que sucedía.

Parece ser, que los sucesos del año 28, donde un numerosísimo grupo de estudiantes, llevo a cabo una tímida protesta, en la ciudad de Caracas, dio origen a una vigilancia más estricta que comenzó con los párvulos de entonces, extremando el número de policías en las principales ciudades del país.

 

Es entonces cuando surgen los aterradores chácharos..!

Sombrero de ala ancha modelo «cuatro golpes» con barboquejo… algunos de lujo como el llamado «pelo e ‘guama» otros bastante modestos como el criollísimo «sombrero de cogollo». Uniforme de kaki, con «polainas» y «alpargatas» de faena.

Con el tiempo, el uniforme encogía, las polainas y los zapatos envejecían, el sombrero desteñía o se deshilachaba y daba a aquellos señores un aspecto estrafalario. El atuendo se completaba, con un correaje de campaña y un ancho cinturón del que colgaba el «arma de reglamento»: la «peinilla»..!

Esta peinilla, era un machete corto, ancho, enfundado en una vistosa vaina con flecos en su extremo, pero con punta aguda como un gigantesco puñal. Los mismo servía para «puyar» que para cortar, pero el uso mas frecuente que le daban era de plano, con lo que surgió la palabra «planazo» o «plan de machete», muy temido por los habitantes de nuestras ciudades. Los chácharos de mayor grado usaban «pantalones de montar» y zapatos de suela.

 

Con timidez extrema, (por no decir con «miedo extremo») pasábamos los muchachos frente aquel adefesio de largos y abundantes mostachos y «tragando grueso» lo hacíamos a respetable distancia.

– Epale…! Jovencito…! Y «busté» pa’dónde va…?

– Acá mismo, pues, a la media cuadra, siñor…!

– Señor…no! Teniente! Míreme bien: Teniente..!

– Si, Señor, teniente…!

-«Mi» teniente, escuchó..? Mi teniente..!

 

En la bodega de los hermanos Garroz, en el cruce de las calles Rondón y Farriar, al lado de la familia Ugarte, esquina de «el cañón rayao», acostumbrada refrescarse y hasta atiborrarse de comida, uno de estos personajes: alto, corpulento, bigotudo y mal encarado, que fungía como «policía de punto».

Allí expedían, deliciosas hallaquitas de chicharrón, queso fresco, empanadas y un delicioso guarapo de papelón que el señor este apetecía con entusiasmo…después de pasarse la manga del uniforme por los húmedos bigotototes, tomaba la peinilla por su reluciente empuñadura y preguntaba con su ronca voz… en actitud desafiante:

– Cuánto le debo..?

Eustorgio, el dependiente, apenas balbuceaba ante la amenaza: – Nada mi teniente… absolutamente nada..!

 

La escena se repitió a diario durante la semana, pero el sábado, no estaba el empleado, sino Don Vicente Garroz, condueño de la pulpería y sin miedo alguno, después de haber servido todo lo que el chácharo había pedido, le dijo:

-Lo de hoy siete «chivas»!

El hombre, desenvainó la peinilla y la colocó sobre el mostrador y extrayendo las monedas de la vaina, pagó su cuenta y preguntó:

– Y el negro altóte, pa’onde cogió..?

– Fue a Casa Vítale, a comprar una mantequilla, por qué?

– Cuando venga le pregunta cuánto le debo de lo que me fió, porque me gusta pagar siempre para no deberle a pobres..!

 

Casi todos estos señores procedían de la región de los Andes y eran analfabetas, pero muy hábiles para disimular su condición:

– Niñito, venga acá…!

– Dígame señor…!

– Usted no es un señor, es un chavalito..!

– Un q u é…?

– Un chavalito, un gamín, un zagaletoncito, un pumo… y yo soy teniente!

– Y que es lo que quiere el teniente…!

– Que me lé aquí, que no veo bien, porque no traje los espejuelos…

 

En la esquina de El Caimito, cruce de Martín Tovar con Vargas cerca de la casita del poeta Manuel Alcázar, existía un botiquín que era asiduamente concurrido por dos o tres de estos policías quienes hacían guardia en la casa del coronel Pinzón, alto funcionario del régimen; y que también era un cliente del bar.

Unas cuadras más arriba en la Esquina de El Gallito, justo donde se cruza la misma calle Vargas con la avenida Boyacá había nacido, 60 años atrás, el admirable Bardo de Las Cocuicitas que para la fecha de este relato debía tener en unos 60 o 65 años.

Cuando el poeta se pasaba de palos, echaba pestes contra el gobierno del general Gómez, pero los guardias nunca tomaron represalias en su contra porque Alcázar con su extraordinario Don de gente, acostumbraba de vez en cuando compartir su cafecito con ellos:

– Un «mañanero» para los soldados de la patria…!

 

Así, que cuando el intelectual era abatido por el alcohol, lo llevaban a su casa, se lo entregaban a Doña Teotiste con recomendaciones de que no lo dejara salir porque estaba «por demás impertinente»…

En la esquina de «El Puñao de Rosas», cruce con Cedeño, con la Avenida Urdaneta, encontraba siempre a un chácharo mofletudo y barrigón, medio tocado del coco», sordo y entrado en años, quien adolecía de la manía, de que los muchachos debíamos pedirle la bendición al pasar frente a él y para hacer un chiste le dijo:

-Bendición cochino…!

– Cómo dijo…? Cómo dijo busté…?

– «El tío Juan», estaba a punto de decir: «Trágame tierra!» cuando el gordito repitió sonriendo:

– Que me eche la bendición, padrino…!

– Ah… bueno… yo creía…! Que Dios me lo bendiga, ahijado y tome este cobre, para sus caramelos!

De repente el «tío Juan sintió» «retortijones» en las tripas!…

 

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Carlos Delgado Niño nació en Valencia el 2 de septiembre de 1928, locutor, publicista, radiodifusor y periodista. Fue profesor de teatro, docente cultural, humorista, actor, escritor, cronista, libretista, poeta, cantautor y compositor.

Estuvo siempre ligado con el mundo del espectáculo en la ciudad siendo organizador del «1er Festival de la voz y la canción juvenil» en el año 1973 y «Valencia le canta a Valencia» en 1996.

Fue también director de varias estaciones de radio, productor radial y escritor de programas radiales cortos, novelados, y noticieros entre otros. Co-fundador de la Escuela de Teatro José Antonio Páez en Guanare, Portuguesa, y miembro de la Asociación de Escritores de Carabobo.

Falleció el 17 de noviembre del 2012, en su vivienda, rodeado del cariño de sus familiares y amistades más cercanas.

 

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