El general Antonio Guzmán Blanco nació en Caracas el 20 de febrero de 1829. Según los historiadores, fue estadista, aunque no hizo ni dejó ningún aporte en este campo.
Sí fue jefe militar de la Guerra Federal, líder del Partido Liberal Amarillo y presidente de la República en tres ocasiones, entre 1870 y 1888. A tales períodos se les han dado los nombres de el Septenio, el Quinquenio y el Bienio.
El Septenio transcurrió entre 1870 y 1877; el Quinquenio se desarrolló de 1879 a 1884 y el Bienio –también llamado período de Aclamación Nacional–, de 1886 a 1888.
Guzmán Blanco era proclive a la adulación, al elogio barato y a cualquier acto que halagase su vanidad. Lo prueban las numerosas anécdotas que se consiguen en sus biografías. Para esta nota, hemos elegido tres.
Siendo presidente de la República, su gobierno promovió un concurso literario cuyo premio era en metálico. El texto que el jurado eligió por unanimidad fue una oda a la civilización titulada El poder de la idea. Fue escrita por el poeta, abogado, periodista y político Francisco Guaicaipuro Pardo (1829 – 1882) quien, por cierto, era tan engreído como Guzmán Blanco ya que, sin haber publicado ni un solo poemario, se consideraba el mejor poeta del continente americano.
El Ilustre Americano leyó dicha oda, que hablaba de los principales personajes que habían contribuido a la civilización haciendo énfasis en Galileo. Como no encontró ninguna alusión a su persona, Guzmán se negó a pagar el importe del premio. A sus ministros les ordenó lo siguiente:
–¡Díganle a Pardo que le cobre el premio a Galileo…! ¡Eso es para que tenga una idea del poder, ya que está tan bien enterado del poder de la idea!
A los pocos días, sin embargo, contraviniendo dicha orden, el ministro del Interior, Laureano Villanueva, le entregó a Pardo el dinero del premio.
Conocida públicamente la debilidad de Guzmán por los elogios, fue objeto de múltiples homenajes organizados por sus aduladores, quienes dedicaban todas sus energías a ensalzar al que llamaban el Ilustre Americano. Estos homenajes eran tan desmesurados como la vanidad de Guzmán Blanco, y quienes participaban en ellos competían ferozmente por agradarlo.
Lo que más le gustaba a Guzmán Blanco era que lo compararan con el Libertador y, por eso, once meses después de inaugurada la estatua ecuestre de éste, en la plaza Bolívar –el 28 de octubre de 1875–, sus aduladores inauguraron una similar del Ilustre Americano y la ubicaron entre la antigua sede de la Universidad Central de Venezuela y el Capitolio.
Este hecho fue objeto de burlas e ironías del pueblo que, a partir de entonces, reunió a los adulones de Guzmán Blanco bajo el nombre de Sociedad de la Adoración Perpetua.
Cuando el artista plástico Manuel Otero estaba concluyendo los frescos pintados en el interior de la iglesia de Santa Ana en Caracas –hoy templo de Santa Teresa, en la esquina del mismo nombre–, el propio presidente Antonio Guzmán Blanco fue a supervisarlo.
Al ver la obra, Guzmán se manifestó insatisfecho, porque la imagen de San Pablo no concordaba con una que él había visto en un museo de Londres.
En vista de ello, Otero consultó con algunos allegados al entonces presidente de la República y se enteró de que la imagen que este tenía de San Pablo era una que más o menos se le parecía, no tanto por las facciones, sino por las barbas.
Cuando comprendió el origen del reproche, Otero hizo llamar al propio Guzmán Blanco para que le sirviese de modelo.
LEE TAMBIÉN: “El motor que cambió al mundo”
Una vez concluida la figura, el presidente exclamó:
–Ahora sí ha logrado usted aproximarse a la realidad.
Esta imagen aún puede verse en la iglesia de Santa Teresa, la misma donde se encuentra el Nazareno de San Pablo.
Antonio Guzmán Blanco murió en París el 28 de julio de 1899.
***
Armando José Sequera es un escritor y periodista venezolano. Autor de 93 libros, todos publicados, gran parte de ellos para niños y jóvenes. Ha obtenido 23 premios literarios, ocho de ellos internacionales (entre otros, Premio Casa de las Américas, 1979; Diploma de Honor IBBY, 1995); Bienal Latinoamericana Canta Pirulero, 1996, y Premio Internacional de Microficción Narrativa “Garzón Céspedes”, 2012).
Es autor de las novelas La comedia urbana y Por culpa de la poesía. De los libros de cuentos Cuatro extremos de una soga, La vida al gratén y Acto de amor de cara al público. De los libros para niños Teresa, Mi mamá es más bonita que la tuya, Evitarle malos pasos a la gente y Pequeña sirenita nocturna.
«Carrusel de Curiosidades se propone estimular la capacidad de asombro de sus lectores».
Ciudad Valencia