“Soy un violador” por María Alejandra Rendón Infante

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María Alejandra Rendón Pericot-Palestina
María Alejandra Rendón, autora de la columna Nos (Otras)

“Soy un violador, como todos los presentes en esta sala», declaró el martes Dominique Pelicot, uno de los 51 hombres acusados en el juicio por violación de Mazan. Hablando por primera vez sobre el asunto, el principal acusado dijo que su ex esposa «no se merecía» lo que tuvo que soportar durante 10 años.  También expresó: “Todos los que participaron también lo sabían, no pueden decir lo contrario”.

Dominique Pelicot es un jubilado de 71 años que hoy enfrenta cargos por drogar a su esposa durante más de 10 años con potentes ansiolíticos, mientras coordinaba la violación sistemática de ésta por varios hombres desconocidos que eran reclutados por él en internet.

No solo se sabe que más de uno sostuvo varios encuentros con Gisèle Pelicot, sino que algunos de ellos replicaron estas prácticas con sus propias parejas.  Hasta este momento se encuentran 50 hombres señalados y 18 detenidos tras ser identificados en un registro audiovisual que Dominique tenía en su computadora, a la cual accedió la Policía una vez inician las averiguaciones por una denuncias de acoso que hicieran unas mujeres que aseguran que éste las filmaba por debajo de las faldas en un centro comercial y alertaron a los vigilantes.

Es decir, tras una denuncia que no guarda relación con las violaciones de Mazan, localidad donde residía la pareja, se descubre uno de los casos más atroces de abuso sexual investigados hasta hoy.

Los detalles que han salido durante la investigación son espeluznantes.

Casado con Gisèle desde hace 50 años, y padre de sus tres hijos (y abuelo de siete nietos), Dominique reclutó, desde 2011, a más de 80 hombres de Mazan y otras localidades vecinas para violar a su esposa.

Hombres de toda clase, entre 26 y 74 años, acudían a la casa familiar para violar a Gisèle, quien estaba inconsciente a causa de las drogas, mientras su esposo los filmaba y tomaba fotografías. El perfil de los presuntos violadores es muy heterogéneo. Hay funcionarios públicos, trabajadores de ambulancias, soldados, guardias de prisión, enfermeros, un periodista, un concejal municipal y conductores de camiones.

Cabe destacar que, en un principio, Dominique y todos los acusados no se asumían como violadores: mientras Dominique declaraba que era la única manera en que su esposa accediera a sus fantasías, otros decían que como tenían el consentimiento de su pareja, se sentían autorizados para estar en el lugar y hacer lo que hicieron.

En otras palabras, una vez se tiene el consenso con el esposo, el consenso a otorgar  por ésta no solo quedaba sobreentendido,  sino como una condición accesoria o secundaria, es decir, sin importancia e irrelevante. Y eso es una deducción que se desprende de la concepción de propiedad que se tiene sobre las mujeres: si ella es de él y este accede “la presta”, entonces está bien. Es como si estuviese prestando una herramienta de taller o la aspiradora.

Empero estas ideas están conectadas con un imaginario construido en torno a las violaciones, dado que historias, novelas y cientos de películas han romantizado la violación, e incluso, algunas de ellas, se basan en argumentos que guardan similitud con el caso de Gisèle. Hay una cultura de la violación que ha venido siendo fomentada para normalizarla y situarla bastante lejos de las consecuencias penales y culturales que la misma lleva implícitas. El caso de Gisèle sirve como muestra de que la realidad supera, y por mucho, la ficción.

Según señaló la Policía, los hombres recibían instrucciones precisas sobre lo que tenían que hacer: dejar el auto a cierta distancia de la casa para no despertar sospechas y esperar una hora hasta que las drogas que Domique le había suministrado a Gisèle surtieran efecto.

Una vez dentro, debían desvestirse en la cocina y calentar sus manos con agua caliente o en el radiador. Estaba prohibido el uso de tabaco y perfume por temor a que estas fragancias pudiesen despertar a Gisèle. No tenían que pagar por participar, ni tampoco utilizar preservativo. Mientras algunos la violaron en una ocasión, otros están acusados de haberlo hecho al menos seis veces.

A pesar de la contundencia de los hechos, de los 50 hombres señalados, de los 18 detenidos, de las confesiones detalladas y realmente grotescas que han movilizado al pueblo francés, la prensa  y otras fuentes de opinión no han perdido oportunidad para minimizar los hechos. El mismo alcalde de Mazan, Louis Bonnet, ha dicho que no todos los hombres vivían en el pueblo y  que “grave hubiese sido que la hubiera matado”. También señaló que, por estar inconsciente, “su trauma no es tan profundo como el de otras mujeres que han sido violadas en la ciudad, o cerca, estando conscientes”.

Cuando se trata de violaciones sistemáticas, es posible que — tal cual sucede en el caso de Gisele—  la conmoción, la incredulidad, el descrédito o la indiferencia hacia los hechos, se pongan de manifiesto. En la mayoría de los casos son  desprestigiadas o señaladas las víctimas, indistintamente de las pruebas y de las propias confesiones de los implicados.

Es importante aclarar que, cuando no se trata de un violador serial actuando a oscuras en un callejón y con aspecto aterrador, lo primero que se pone en duda es la versión de las víctimas. En ese sentido, es necesario salir del guion cinematográfico y mirar la realidad: el mayor porcentaje de violadores señalados —en el ya incipiente número de delitos sexuales que se denuncian— actúan es espacios familiares, políticos, empresariales, académicos, deportivos, artísticos,  recreativos, etc. En mayoría se trata de personas con familia, carreras exitosas, y que son padres y ciudadanos que construyen una fachada de ejemplaridad.

Ante la ley, un violador es la persona que comete un delito de violación indistintamente de cómo maneja su vida, es decir, tal cual sucede con el resto de los delitos. Pero, en perjuicio de las víctimas por agresión sexual,  pareciera que ser padre de familia o un hombre con poder, son elementos que, no solo atenúan los hechos, sino que constituyen razón para descalificar a las víctimas, dudar de sus versiones y desconocer sus derechos.

A pesar de que la ley francesa ofrece a los acusados cierta protección para no ser identificados a través de los medios, Gisele Pélicot rechazó su propio derecho legal a la privacidad, prefiriendo en cambio convertirse en un símbolo de resistencia para muchas mujeres francesas. Ha pedido, además, un juicio público y ha enfrentado en la misma sala a sus victimarios, quienes están protegidos por cristales, e incluso, han tapado su rostro para no ser objeto de posteriores represalias. Sin embargo, la lista de nombres se ha hecho pública varias semanas atrás, y aun faltan muchos acusados por ser citados.

Mientras tanto, muchas personas se mantienen en las calles para dar respaldo a la víctima y hacer presiones suficientes y materializar la demanda de conseguir penas contundentes a los implicados y cómplices, entre ellos, el funcionario de la salud que suministró récipe con las dosis necesarias para dormir a Gisele para ser abusada por su esposo y los demás hombres; receta que el mismo esposo socializó con otros hombres para que hicieran lo mismo con sus esposas, participando Dominique en esas otras violaciones.

Este caso da mucho para debatir, porque hay una cultura de silencio y complicidad frente  a la agresión sexual: desde poner en duda siempre el relato de las víctimas, hasta considerarlo justificable, según recen las circunstancias. A veces hasta por tratarse de alguien profesional, admirado o reconocido.

Permite, además, visibilizar el hecho de que el espacio conyugal no está exento de ser el mismo para que se concrete una agresión sexual, de hecho, es espeluznante la cifra de mujeres que, en condiciones de unión estable, deben acceder al acto sexual sin consenso.  El hecho de que una persona sea pareja, conyugue, esposo, amante, novio, no lo absuelve de los cargos si se determina, por medio de pruebas, que hubo agresión, esto incluye amenazas, chantaje económico o de cualquier tipo, así como cualquier otra forma de violencia que dé lugar a las circunstancias o los hechos.

Aprovecharse de personas drogadas, ebrias, con incapacidad mental o física, constituyen elementos para estar frente a una agresión sexual. El consenso manifiesto y la simetría es la base primordial de las relaciones debidamente consensuadas. No existe, ni debería existir relatividad al respecto.

La única condición que da por hecho una relación sana y simétrica es que se trate de dos (tal vez más) personas adultas que manifiesten querer hacerlo y empleen prácticas igualmente consensuadas. Es decir, nada ocurre sin que una de las partes  manifieste acuerdo o esté enterada, incluye el registro de fotos o videos. También es importante saber que el consenso debe ser manifestado antes y durante el desarrollo de todo el acto sexual, es decir, una persona puede manifestar en el transcurso del mismo no estar dispuesta y debe ser respetada su voluntad, de lo contrario constituye delito, también lo es en el caso de menores, indistintamente del cómo y cuándo se desarrollen los hechos, o de si tiene lugar o no la penetración.

El tema del consentimiento es medular y es una de las cuestiones más debatidas, ya que Gisele Pélicot nunca estuvo consciente y los hombres nunca vieron nada extraño en eso y la violaron a pesar de ser un cuerpo «inerte», tal y como ella ha declarado.

Por lo tanto, el consentimiento nunca fue algo que se cuestionaran o pusieran en entre dicho. Tanto es así, que ninguno de los hombres denunció. En los interrogatorios a los acusados, muchos trataron de justificar los hechos de diferentes formas. Algunos afirmaron que el marido les aseguró que su mujer estaba de acuerdo y otros consideraron que el consentimiento del marido era suficiente.

Tuvo que ser la Policía la que, a través de una investigación a su marido, descubriera los hechos e informara a Gisele de que había estado siendo violada en repetidas ocasiones durante 10 años sin saberlo. De los más de 80 agresores, la Policía de Carpentras ha podido identificar a 50.

Muchos de ellos estaban casados y eran, a ojos de sus vecinos, personas «intachables». Esta es otra de las cuestiones que escandaliza a la población, que los violadores estaban totalmente integrados en la sociedad, con vidas y trabajos normales, pero algunos la violaron hasta seis veces. La realidad es que la mayoría de los violadores están integrados en la mayor parte de los círculos sociales y se tiene la idea equívoca de que ese elemento está por encima de la presunción o demostración del delito, cuando es la manera de proceder más común para encubrirse, sobre todo cuando se está frente agresores sistemáticos. De hecho, la mayoría de los agresores no son desconocidos en la mayoría de los casos.

Cuando los policías fueron a analizar su material informático, se toparon con miles de fotos y vídeos en los que aparecía su mujer inconsciente y se veían los abusos a los que había sido sometida. El agresor grabó todas y cada una de las violaciones, y las tenía organizadas en una carpeta que llamó «abusos». Dentro de ella había otras carpetas con el nombre y señas de identidad de cada violador.

Además, la Policía francesa encontró en su ordenador que en otras carpetas semejantes guardaba miles de fotos de una de sus hijas, desnuda y dormida, además de niñas y mujeres en centros comerciales.

El día que fue detenido por grabar a mujeres, Gisele descubrió a su marido llorando y este le confesó que le habían pillado en un supermercado cuando intentaba captar imágenes por debajo de las faldas de varias clientes. La mujer decidió perdonarle, con el requisito de que pidiese ayuda y se disculpase ante las mujeres, según los extractos recogidos en sus declaraciones en televisión. Su propia esposa no podía creer que él era un violador y estaba lejos de suponer que era ella la principal víctima, tampoco su hija Caroline, de 45 años, quien obrando por las graficas que de ella misma tenía en el ordenador, determinó que ella seguramente también fue drogada y fotografiada sin consentimiento, además de no descartar haber sido víctima de otras formas de abuso por parte de su padre.

En una de sus visitas de sus nietos en París, Gisele manifestó a su hija tener problemas ginecológicos y fuertes dolores de cabeza. Razón por la cual iba a pedir cita para determinar la causa de las molestias.

En noviembre de 2020, tan solo un mes después,  acudió a la comisaría convocada por la Policía, pensando inicialmente que le iban a pedir cuentas por los vídeos de su marido. En esta primera declaración negó que practicara el intercambio de parejas e identificó a Dominique Pelicot como «el único hombre» con el que se podía acostar.

«Te vamos a enseñar cosas que no te van a gustar», cuenta que le dijo entonces el comisario. Le mostró una imagen de una mujer violada por un hombre, pero no reconoció a ninguna de las dos personas. Ante la insistencia, terminó identificándose como la mujer inerte que aparecía en la fotografía, a la que seguirían varias imágenes más de hechos similares.

«Son escenas de barbarie», ha explicado Gisèle, al relatar el inicio de un «trauma inmenso» en el que inicialmente solo quería «desaparecer». De hecho, ha admitido que pensó en quitarse la vida, pero que se acordó de sus tres hijos y de sus nietos para seguir adelante. Sus hijos han sido un apoyo fundamental en este momento en el que recibe, también, apoyo psicológico para impulsar la causa.

En un primer registro en la vivienda, los investigadores no localizaron la droga con la que Dominique  dejaba inconsciente a su esposa, pero el hombre terminó reconociendo que escondía los potes de Temesta-lorazepan en unas botas de montañas que él mismo localizó.

Gisele no había tenido acceso aún a los vídeos (solo fotografías) de los abusos hasta este mes de mayo, cuando comenzaba a preparar el juicio, y ha podido ver por primera vez «escenas de violación insoportables», ante las que ella simplemente está «anestesiada». «Fui sacrificada en el altar del vicio». Está «como muerta», dijo, refiriéndose a ella misma y para señalar a quienes desfilaron sobre ella durante años. No se plantearon en ningún momento su posible sufrimiento: «Me ven como una muñeca de trapo, como una bolsa de basura».

Gisele ha afirmado que no testifica por sus propios intereses, sino para ayudar a otras mujeres que puedan ser víctimas de sumisión química. «El día en que una mujer se levante y no recuerde lo que hizo el día anterior se dirá a sí misma: he oído el testimonio de la señora Pélicot».

La batalla que ha enfrentado Gisele y su familia es dura, como lo es cada una que involucra a una víctima de violencia sexual, sobre todo por el intrincado camino que representa el acceso a la justicia. Por muchas razones la agresión sexual se constituye como una de las formas de violencia más extremas y humillantes, a lo cual se adiciona la inexplicable impunidad al respecto.

Queda  mucho por debatir y legislar en torno a los abusos. El caso de Gisele solo puede describirse como un acto de barbarie, como ella misma lo ha expresado, y es necesario una política preventiva, así como una infraestructura social y penal para enfrentar el flagelo de las violencias sexuales y de la impunidad en torno a las mismas. Recordemos que existen países donde la agresión sexual no está tipificada como delito, otros en los que no constituye un delito grave y otros que, pese a sus legislaciones y leyes avanzadas, no  garantizan el acceso a la justicia.

 

El perfil psicológico de Dominique:                                          egocéntrico narcisista sin «límites morales»

Durante el juicio, varios psicólogos y psiquiatras destacaron la vida dual de Dominique Pelicot. Un individuo capaz de llevar una vida planamente normal para transformarse luego  en un violador despiadado.

El Dr. Bruno Daunizeau comparó a Dominique Pélicot con el personaje de Jekyll y Hyde, representación de la personalidad dividida entre el bien y el mal.

La psicóloga Annabelle Montagne explicó que el acusado es un egocéntrico narcisista que tenía un deseo irrefrenable de cumplir sus fantasías sexuales, pero recalcó que no presentaba problemas mentales ni tenía patologías mentales que le impidieran discernir lo bueno de lo malo. Es decir, no está enfermo, como no lo están la mayoría de los violadores, ni siquiera los que actúan de manera sistemática.

Por su parte El psiquiatra Paul Bensussan explicó que Pélicot «no tiene límites morales» y que se trata de un caso de varias parafilias, especialmente de voyeurismo, y aclaró que este caso «no es un juego de dominación-sumisión, porque no hay consentimiento» de una de las partes.

También destacó «la frialdad notable, la ausencia de empatía», así como la «cosificación» de Pélicot hacia su ex esposa, puesto que el divorcio fue oficializado a finales del mes pasado.

 

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Dominique Pelicot asegura haber sufrido abusos en su infancia:

Por su parte, el principal acusado declaró, en un intento por justificar su comportamiento, que a los 9 años sufrió un asalto sexual en un hospital y que a los 13 tuvo otro episodio traumático, al supuestamente presenciar una violación múltiple. Sin embargo, la hermana de Dominique Pelicot aseguró en la sesión del juicio de este lunes que desconocía los supuestos casos de abusos y episodios traumáticos que él sufrió cuando era un niño.

«No sabía nada», señaló Ginette Pélicot durante su testimonio sobre los supuestos incidentes ocurridos cuando Dominique Pélicot tenía 9 y 13 años. «Lo supe mucho más tarde», añadió.

«Ni siquiera supe (entonces) que había estado en el hospital. Porque cuando te casas cada uno hace su vida. Yo no estaba allí para vigilar qué hacía», indicó la mujer, ya de 84 años, sobre unos supuestos hechos sobre los que se basa parte de la estrategia de la defensa que, finalmente, fue infructífera, tras la confesión el día de hoy, martes 17 de septiembre, de su participación premeditada en los hechos. Aceptando todos los cargos de los cuales se le acusan y argumentando que es un “adicto al sexo”.

Asimismo ha señalado a sus 50 cómplices y ha pedido perdón a Gisele, a sus hijos y nietos. Gisele, ha escuchado en silencio la petición de perdón que le ha hecho el hombre con el que estuvo casada medio siglo y la violó durante una década. Dominique ha dicho que se siente «avergonzado de sí mismo». Es una pequeña victoria para la víctima que decidió hacer público el juicio y mostrarse ante los medios, determinada a que «la vergüenza cambiara de bando»; lema que mantuvo presente para sostenerse en el que ha sido el escenario más trágico y traumático en su vida.

 

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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.

PREMIOS

Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.

PUBLICACIONES

Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).

 

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