“Cada mujer tiene derecho autoproclamado a tener derechos,
recursos y condiciones para desarrollarse
y vivir en democracia.
Cada mujer tiene derecho a vivir en libertad
y a gozar de la vida”
Marcela Lagarde
El término «techo de cristal» se refiere a las barreras invisibles que impiden a las mujeres ascender a puestos de liderazgo y poder en el ámbito laboral. A pesar de no estar insertas en leyes o reglamentos, estas limitaciones son muy reales y afectan la trayectoria profesional de muchas mujeres. El concepto fue acuñado por Marilyn Loden en 1978 y desde entonces ha sido un tema central en los debates sobre igualdad de género en el trabajo.
Las estadísticas muestran una desproporción en la representación de las mujeres en roles de alta dirección, lo que refleja la persistencia de este fenómeno. Las causas son múltiples y adquieren los matices propios de la diversidad con la que distintas culturas se construyen, desarrollan y manifiestan en razón de las relaciones de poder que las sostienen e instituyen. Estas barreras suponen un límite —para las mujeres— que está asociado a los roles de género y, por supuesto, al robusto sistema de dominación que el patriarcado ha instaurado para garantizar el hegemónico dominio de la población masculina en los espacios públicos y privados.
Esto explica la razón por la cual el acceso a los espacios públicos y el goce de un conjunto importante de derechos sean el producto de un trabajo sostenido de construcción, teorización y movilización de las mujeres. Es decir, cada derecho ha costado décadas de lucha, sin excepción. Nada ha sido concedido, nada ha sido otorgado, nada se ha establecido como norma sin antes ser frenado con vehemencia y uso de la fuerza.
Hace unos días, investigando sobre personajes que revolucionaron la física, me topé con una larga lista de nombres masculinos, como si se tratase un campo del pensamiento completamente exclusivo a un sexo, o de un área compleja en la que se han mostrado incapaces de formular hallazgos, métodos novedosos, herramientas y adelantos.
Cuando se habla de los referentes en el campo de las ciencias a lo largo de la historia, es común que las listas estén encabezadas o hegemonizadas por referentes masculinos; lo mismo en el campo de la filosofía y demás áreas. Echando un vistazo:
Arquímedes (287 a.C-212 a. C); Nicolás Copérnico (1473-1543); Galileo Galilei (1564-1642); Isaac Newton (1642-1727); Louis Pasteur(1822-1895); Charles Darwin (1809-1982); Gregor Mendel (1822-1884); Alexander Fleming (1881-1955); Nikola Tesla (1856-1943); Albert Einstein (1879-1955); Alan Turing (1912-1954); Stephen Hawking (1942-2018), entre otros, (la lista es realmente larga). Llama la atención que solo esté incluida María Curie (1867-1934), por supuesto, madre de la física moderna y primera mujer en ser reconocida con el Premio Nobel en dos oportunidades (Física y Química). Pero, no solo eso, en muchas fuentes se reivindica por ser la primera mujer científica, dato que no es ni justo ni, mucho menos, preciso: ¡Ya va! No es la “primera”.
Se ha ido demostrando, a través de mucho rastreo, la importante participación de las mujeres en la construcción de ideas que han revolucionado el mundo desde las ciencias, las artes y otras disciplinas. Y es que las mujeres participan en las mismas desde la antigüedad, tal es el caso de Hipatia de Alejandría. Se estima que esta filósofa neoplatónica nació entre finales del siglo IV y principios del siglo V en Alejandría (Egipto), ciudad que en ese entonces se encontraba ocupada por los griegos. Debido a su notoria inteligencia su padre, un conocido matemático, astrónomo y filósofo de nombre Teón, decidió enseñarle su oficio y le inculcó el amor por la ciencia. Ella llevó una vida ascética dedicada al conocimiento, destacó en las matemáticas y escribió varios tratados sobre geometría y álgebra.
También logró avances en el campo de la astronomía, inventando el densímetro y mejorando el diseño del astrolabio. Desafortunadamente su trabajo se perdió en el incendio de la Biblioteca de Alejandría, pero todas las fuentes coinciden en su genio, dedicación y ética intachable. Como testimonio de su agudeza y disciplina mental podemos citar las siguientes palabras: “Conserva celosamente tu derecho a reflexionar, porque incluso el hecho de pensar erróneamente es mejor que no pensar en absoluto”.
También hubo personajes como María la Judía, la alquimista, quien descubrió la técnica de lo que hoy se conoce como “baño de maría”. Se especializó en la destilación e inventó aparatos y técnicas que hoy están vigentes. Como ellas hay muchas más que simplemente las ningunearon o que permanecieron en el anonimato por ser mujeres y tener restringido al acceso al conocimiento.
Tampoco se menciona a Hildegarda de Eibingen, quien publicó una Enciclopedia de historia natural en el siglo XI. Ella incursionó con éxito en una vía de estudio que despareció posteriormente para las mujeres cuando el Papa Gregorio VII eliminó los Monasterios mixtos y ellas fueron execradas de los espacios académicos.
Muchas mujeres a lo largo de la historia han dedicado su vida a la investigación científica desde la antigüedad. Se sabe que desde el año 1000 antes de nuestra era, hubo médicas, astrónomas y geómetras que formaron parte de la evolución de las principales civilizaciones a través de sus conocimientos, pero se han encontrado muy poco soporte de ello, entre otras cosas, porque el ascenso del patriarcado se soportó en el ocultamiento de todo vestigio en materia de conocimiento que fuese labrado y sistematizado por mujeres de mentes brillantes que lograron hacer importantes avances sin los cuales nuestras vidas serían distintas hoy día.
Ya se han dado a conocer casos —la mayoría— de mujeres científicas cuyos trabajos eran firmados por hombres, viéndose silenciadas y marginadas. Hasta el siglo pasado se les adjudicaron papeles secundarios en importantes proyectos en los que eran pioneras. Ante la historia fueron relegadas a la condición de ayudantes, y esto se debía a que no estaban acreditadas o porque el hecho de ser mujeres no se los permitía. Sobre estas ya se habían construido Techos de Cristal.
No solo le fueron arrebatadas sus autorías, sino que, para muchas, el hecho de estudiar representó el exilio, la persecución y una vida de dificultades en el anonimato y austeridad absoluta. Desventajadas totalmente. El advenimiento de la industrialización crea el escenario para que las mujeres participen en mayor número en el campo de las ciencias; cuando algunas de estas lograron ser admitidas en algunas universidades, industrias y centros de investigación.
Hoy día, la lucha por demoler los Techos de cristal está vigente y, en ese sentido, los estudios de género pretenden dar el lugar correspondiente a las mujeres y su participación activa, sostenida y prominente en la construcción del mundo que hoy conocemos. Una manera de ser justas con ellas es visibilizando sus aportes, sus esfuerzos y describiendo los contextos en los que, por muchas razones, fueron escamoteadas sus posibilidades e identidades.
Es importante destacar que, hoy por hoy, la mayoría de los espacios gerenciales y de decisión están definidos por el dominio masculino y el resguardo de los Techos de cristal como herramienta hegemónica y de control. Dicho de otro modo: se trata de las mujeres ascendiendo —la mayoría de veces— solo hasta el límite que otros establecen y que no guarda relación con sus capacidades, desempeño o resultados. La ciencia es una de las tantas áreas en las que, en razón del género, unos destacan y otras no, aunque se trate de métodos y resultados verificables.
Es común que nuestra formación académica haya tenido un lugar privilegiado para renombrados científicos: padres de todas las leyes, axiomas, hallazgos y descubrimientos. Asimismo ocurre a la hora de abordar los acontecimientos históricos. En mi experiencia personal, no fue sino hasta que, por mi misma, fui en busca de los aporte de las mujeres, para dar cuenta de la enorme cantidad de nombres que fueron sacados del imaginario colectivo y de los recintos académicos a todo nivel y en todas las áreas, sin excepción.
No nos hablan en la escuela de Marie Curie, por ejemplo, la que posaba en solitario entre más de una veintena de hombres para una legendaria fotografía que mostraba a los más notables referentes de la ciencia moderna occidental de siglo pasado. Sí, estaba ella solita, como un fenómeno, una excepción, tras haber dedicado toda su vida a la ciencia junto a muchas más.
Pero en la escuela, en el bachillerato e, incluso, en los estudios superiores, poco o nada se sabe de los aportes de las mujeres innovadoras (que son muchísimas). Cuando son nombradas es para referenciarles, mas no se estudian acuciosamente. En las áreas científicas, que en esta oportunidad tomo como un singular ejemplo y punto de partida, rara vez escuchamos nombrar a:
Caroline Herschel (1750 – 1848); quien descubrió los cometas e hizo otros aportes en el área de la astrofísica. También fue la primera mujer (única en su época) en recibir un salario por su trabajo.
Marie Lavoisier (1758- 1836); quien es considerada madre de la química moderna.
Vera Rubin (1928-2016); pionera en estudios sobre la rotación de las estrellas; descubrió la materia oscura. Las revistas científicas no admitían sus trabajos por ser mujer y tampoco recibía financiamiento. Finalmente abandonó el camino de la investigación.
Chein-Shiung wu (1912-1997), quien participó en el proyecto Manhattan y condujo una serie de experimentos que rebatieron la Ley de paridad. Sus colegas la excluyeron y solo ellos recibieron el Premio Nobel.
Ada Lovelace (1815 – 1852); creadora de lo se considera el primer algoritmo.
Lise Meitner (1878 – 1968); pionera en física nuclear, descubridora de la fisión nuclear. Por sus descubrimientos, recibió el premio Nobel su colega Otto Hahn.
Hedy Lamarr (1914-2000), actriz y matemática. Sus inventos y descubrimientos dieron lugar a lo que hoy se conoce como WiFi, pero en la patente tuvo que usar un seudónimo, no se le permitió su identidad.
Rosalinf Franklin (1920 – 1958); desarrolló una técnica fotográfica que permitió descubrir la forma del ADN. Más adelante, todos sus aportes fueron atribuidos a Watson y Crick.
Margarita Salas (1938 – 2019); bioquímica española y descubridora de la polimerasa, una enzima que amplifica fragmentos de ADN.
Elizabeth Blackburn (1948); bioquímica y descubridora de la telomerasa, enzima relacionada con los cambios celulares.
Flora de Pablo (1952); Doctora en medicina con avanzados estudios en la biología molecular. Sus aportes han transformado la medicina en la actualidad.
Henrietta Leavitt (1868-1921); científica que, nada más y nada menos, descubrió como medir el universo. Gracias a ella, y otro conjunto de mujeres, mas adelante, se pudo medir la vía láctea y el resto del universo al que se tiene alcance.
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Es posible ampliar, aún más, este pequeño muestrario como una manera de reivindicar el conocimiento y los aportes de las mujeres a pesar de las invisibles barreras que han pretendido limitarles. Existen los techos de cristal porque hay una cultura que ha pretendido deficitarlas, aislarlas y considerarlas como sujetas subalternas. Sin embargo, en la construcción concreta del mundo, ellas opinan, hacen y, sobre todo, demuestran lo contrario, no solo en las ciencias, sino en las artes, en la historia y en la vida.
“La ciencia es bella y es por esa belleza que debemos trabajar en ella”
Marie Curie.
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María Alejandra Rendón Infante (Carabobo, 1986) es docente, poeta, ensayista, actriz y promotora cultural. Licenciada en Educación, mención lengua y literatura, egresada de la Universidad de Carabobo, y Magister en Literatura Venezolana egresada de la misma casa de estudios. Es fundadora del Colectivo Literario Letra Franca y de la Red Nacional de Escritores Socialistas de Venezuela.
PREMIOS
Bienal Nacional de Poesía Orlando Araujo en agosto de 2016 y el Premio Nacional de Literatura Stefania Mosca 2019 en poesía.
PUBLICACIONES
Sótanos (2005), Otros altares (2007), Aunque no diga lo correcto (2017), Antología sin descanso (2018), Razón doméstica (2018) y En defensa propia (2020).
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