“Una catana en el cuello” por Mirih Berbin

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Nos volvemos a leer esta semana. Se siente el espacio del sonido sin aire entre las miradas y las palabras. Son unas bailarinas que aligeran las curvaturas del día donde, entre tantas noticias, se presentan en el baile. Son también la invitación a acercarse a la poesía y a aquellos que la escriben. Una presentación justa de la literatura sería tratar de trascender el mundo de lo común con la apacible visión de la belleza que le acompaña.

La contemplación se puede dar en cualquier espacio, ya que, al uno detenerse por un momento, aunque las actividades del día sigan su irreversible curso natural, la actitud de uno mismo cambia ante ello, porque ya empiezas a observar ajeno, todo lo que ocurre a tu alrededor. Convirtiéndolo en una escena de museo, donde estás parado, detenido, frente a un cuadro que, por alguna razón, ha hecho que te quedes viéndolo durante unos segundos más.

También está el movimiento del sable con el samurai, una hojilla, un tipo de espada llamada catana que es capaz de cortar cualquier parte del cuerpo, y en cambio, el samurai hace el baile, muestra la danza como el aire que hace brisa en la casa. Para muchos, esa brisa, esa casa, es la poesía.

Recordando brevemente el paso del hombre, podemos constatarnos que, tanto en la antigua Grecia, como en Roma y en China, la visión alquimista del yo quería vivir tan involucrado en su mundo que perseguía hasta la inmortalidad, combinando en el presente la necesidad de perpetuarse en el mundo de los vivos. Es una forma de vivir que incluye la permanencia, cuya raíz se siembra en la búsqueda, en el encantamiento de los paisajes y las pequeñas cosas que vivimos. ¿Quién no quiere habitar siempre así? Seguramente todos hemos querido en algún momento de nuestras vidas. Sin embargo, es evidente la aparición de lo abstracto en las realidades vistas desde ambos lados.

Es una mirada en dos planos, por lo que vivir, se convierte en un ejercicio perenne cuando se intenta buscar calmar las voces de todo cuanto ocurre a nuestro alrededor para que no nos lleve la ola, como diríamos en el Puerto, o para que no nos agarre el día desprevenido, por si no se entendió la primera imagen. Vivir viviendo y vivir analizando lo que se vive, incluso en el momento en el que se está viviendo es como observar dos caras de una moneda o dos planos de un mismo punto.

En el primero, se encuentra la realidad que vivimos plenamente y habitamos. Nos ponemos románticos con un escrito de Ledo Ivo titulado Señales de tránsito:

 

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“En la pulpa de la fruta
en lo blanco del vientre
en los labios de la concha
que guarda la simiente
en tránsito del hombre
-marca de su diente
y de su hambre”.

 

 Esa fruta y esa imagen se explican por si solas. El deseo y la pasión combinan un eterno presente, donde los involucrados detienen el ruido de afuera para concentrarse el uno en el otro. Para vivir en todos los sentidos y desmontar mitos antiguos de no permanecer al mundo real.

Ledo Ivo es un poeta de Brasil con una significancia importante en la palabra. Ha tenido la posibilidad de haber habitado ampliamente entre nosotros, ya que nació en Maceió en 1924 y falleció en Sevilla en el 2012. Aunque hace poco más de una década nos ha dejado su cuerpo finito, esa mordida se repetirá cada vez que un lector apasionado la viva, la reviva, la recuerde o la dedique. Es decir, no se puede estar más presente en una realidad.

Por el contrario, en el segundo plano o la otra cara de la moneda, está la realidad que observamos distante, incluso cuando habitamos en ella. De esto sabe muy bien Rosa Alice Branco, una poeta, filósofa y profesora de Portugal nacida en 1950, que trae consigo la poesía. En uno de los poemas que podemos encontrar en la Antología Deletrear el día de Monte Ávila Editores en el 2006. Leamos este fragmento del poema Incluso los martes de Rosa A. Branco:

 

Rosa-Alice-Branco-2

 

A la superficie llegan los despojos de la poesía, junto con los pasos
de las personas del otro lado del vidrio, las filas de tránsito,
las bocinas que inflaman los oídos. Están llamándome
a sus vidas, pero me falta la mirada que abriga,
las manos que curan. Sólo tengo esta mano absurda
que se desprende del fondo y sube a la ceguera de la superficie.

 

Para esta poeta de otro continente y de igual voz, la articulación de sus estados le permite separarse de su entorno para asomar la angustia, el desasosiego y la búsqueda del otro entre ella y todo aquel que contemple su poesía. De tal manera que, es evidente el preguntarse el alcance que puedan llegar a tener los poemas, pero no en forma de llenar el ego o ver qué tantas veces será nombrada en las páginas de la historia.

Se observa su angustia no solo en el desgaste de elaborar un constructo en la idea fija de volver a mirar todo aquello que la acompaña, sino también en desaliento de no poder ser parte de esa vida del automatismo que no es consciente de lo que transcurre en el fondo de ella, y se quedan nada más con lo que está en la superficie.

Su “ceguera de la superficie” es transitar en lo que he llamado el primer plano o una cara de la moneda, pero al ella hablar de eso como algo ajeno, la coloca en el segundo plano o la segunda cara, porque es capaz de detenerse a pensar qué ocurre en esa realidad en el mundo justo en que la habita. Cuando el que ingresa a un lugar, ingresa a un lugar, sin preguntarse qué le ha llevado a hacerlo viviría su día en un primer plano, el ya cuestionamiento es ubicarse en el segundo plano o segunda cara de la moneda.

En el caso de la poeta Branco que ha cuestionado hasta su soledad, la ubica en la segunda cara. En todo caso, es una muestra de que a veces la poesía es el atajo donde incluimos las entradas y las salidas con la posibilidad de elegir en qué lado estar cada vez. Lancemos los dados con ella y sabremos si nos vive o nos dice lo que estamos viviendo.

Hay realidades inmediatas que te interpelan. Ana Dezeo, en su publicación en Mérida escribió una vez:

“Hemos venido a este mundo a cumplir una misión muy corta, la cuál puede ser eterna si la hacemos bien”.

 

Es una reflexión de la segunda cara de la moneda, sólo que, a diferencia de la poeta Branco, no es el cuestionamiento de la experiencia en el momento exacto sino después, a posteriori, para que esa observación nos haga llenarnos de poesía. Que es algo que agradecemos tanto.

 

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Ahora bien, es difícil contemplar con lo inmediato en contra, pero si se puede, aprender a vivir haciéndose de todos los recursos con los que podemos contar para seguir contándola. Les aseguro que podemos pensar en primeros y segundos planos, en una cara de la moneda o la otra, en segundas y terceras realidades, si sólo, como los samurais, seguimos la danza de nuestras vidas.

Vivir totalmente y atentos, pero también contemplar con detenimiento el filo de lo que nos sucede. Recoger de la brisa su frescura, de las palabras de los poetas el marco donde adaptamos el cuadro a nosotros mismos y bailar, escribir y contemplar la vida como si nos tuviéramos que mover… con una catana en el cuello.

 

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Mirih Berbin (berbinm@gmail.com) es poeta, traductora, editora, promotora cultural y docente. Magíster en Lectura y Escritura en la Universidad de Carabobo (UC). Es profesora asistente de la UC y de la UAM. Es editora adjunta de la página literaria El Diente Roto. Fue especialista de poesía en el Museo de Arte Valencia con más de cien lecturas de poesía dentro y fuera del país. Ha escrito varios artículos arbitrados sobre la enseñanza del idioma y los aportes filosóficos para la educación.

Su poesía se ha publicado en numerosas revistas, páginas y antologías. Fue columnista de la página cultural semanal del Diario La Costa entre el 2009 y 2011. Ha publicado: Mareas (2009) y Hacerme Templo (2016), e Hilos Nacientes se encuentra en imprenta. Su poesía ha sido traducida al árabe, francés, italiano, catalán e inglés.

 

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