MOHAMED ABÍ Hassan-taller de cronistas comunales-Mariara-Poesía en compañía
                                                                          En este país humillado al extremo
                                                                        Donde me ofendo a pedrada limpia
                                                                             Donde arranco tasajos a la vida
                                                                En este país donde suceden más poetas
                                                                                     que kilómetros cuadrados
                                                                                Donde soy el que orina fuera
                                                                        de la vacinilla de las fulguraciones
                                                                                        Donde no tengo destino
                                                                                    En este país donde me iré
                                                                          Donde me borraré para siempre…
                                                                      Víctor Valera Mora / Amanecí de bala

 

Confieso que resulta harto difícil decir algunas palabras en torno a los eventos que tienen que ver con la creación literaria en medio de este boom de la poesía que estamos viviendo de cerca o de lejos, involucrados o no, en muchos lugares de dentro o fuera de Venezuela, cuestión que sin más nos resulta grata, pero que cuando le damos vuelta nos asalta la duda acerca de cuánta autenticidad pudiera haber en quienes participan en estos festivales, encuentros y posibles desencuentros con la poesía.

No es la intención constituirnos en jueces a priori de estas iniciativas, pero es sano realizar algunas reflexiones respecto al alcance que pudiesen tener en el entorno donde acontecen y más allá. En tal sentido llama la atención el número de participantes y su movilización desde otros estados y países. Uno se pregunta el porqué, qué los mueve, cuál es el incentivo o la recompensa, más allá de la satisfacción de que te escuchen recitando un poema, bien logrado y bien leído o no, aprobado o escuchado con indiferencia por el auditorio presente…

Esta, tal vez, temeraria disertación, no tiene la intención de hacer un juicio de valor acerca de este fenómeno que está aconteciendo en el ámbito literario, específicamente en lo que tiene que ver con el hecho poético, pero que nos llama a la reflexión y hasta a adoptar una posición crítica, dejando por sentado que son muchos los amigos que comparten esta posición. Todo ello hace que vengan a mi memoria algunos textos de reconocidos autores que han arrojado algo de luz sobre este misterio maravilloso que llamamos poesía pero al que al final no terminamos de definir.

Comienzo por citar algunos fragmentos de un texto del bardo norteamericano, Dylan Thomas:

 

Usted quiere saber cómo y cuándo empecé a escribir poesía y qué poetas o clase de poesía me conmovieron al principio y quiénes ejercieron influencia sobre mí. Para responder a la primera parte de esta pregunta, debo decir que al comienzo quería escribir poesía porque me había enamorado de las palabras. Los primeros poemas que conocí fueron los de las rimas de las canciones infantiles, y antes de que pudiese leerlas,  llegué a amar en ellas, simplemente, las palabras en sí mismas. Lo que estas significaran o simbolizaran o quisieran decir, era algo de importancia muy secundaria para mí. Lo que me importaba era sus sonidos al escucharlas por primera vez en los labios de las personas mayores, remotas e incomprensibles que, por alguna razón, parecían estar viviendo en mi mundo… Me enamoré –es la única expresión que puedo concebir– inmediatamente, y todavía estoy a merced de las palabras, aunque ahora, a veces, al conocer bastante bien parte de su comportamiento, creo poder incidir sobre ellas levemente, y hasta he aprendido a golpearlas de vez en cuando, cosa que parece gustarles. Quedé hechizado por  las palabras en forma fulminante… las palabras se me echaban encima, libres de asociación trivial o portentosa… como mucho más tarde lo fueron las líneas de John Donne: “Ve y atrapa una estrella fugaz/ Preña una raíz de mandrágora”, a las que tampoco pude comprender cuando leí por primera vez. Y a medida que fui leyendo más y más –y no todo fue en verso, en absoluto-, mi amor por la vida verdadera de las palabras aumentó hasta el momento en que supe que debía vivir con ellas para siempre. Supe, de hecho, que debía ser un escritor de palabras y nada más… Escribí imitaciones ilimitadas, aunque nunca pensé que fueran imitaciones, sino más bien cosas maravillosamente originales como huevos puestos por tigre… Aprendí que los trucos malos vienen fáciles; y los buenos, los que ayudan a decir lo que uno cree que es lo que quiere decir, de la manera más significativa, de la manera más conmovedora, eso todavía lo estoy aprendiendo… A las malas influencias traté de quitarlas y de renunciar a ellas poco a poco, sombra a sombra, eco a eco, a través de experimentos, a través del placer y del disgusto y de sospechas, a medida que fui amando más y más a las palabras… Permítame repetirle que las cosas que me hicieron amar el lenguaje por sobre todo y trabajar en él y para él, fueron los cuentos infantiles, las leyendas locales,, las baladas escocesas, algunas líneas de los himnos, los relatos bíblicos más famosos y los ritmos de la Biblia, los cantos de inocencia de Blake, y la bastante incomprensible majestuosidad y tontería mágica de Shakespeare, oída, leída y casi asesinada en las primeras lecturas escolares…

 

Fin de esta larga cita enmarcada en esta suerte de reflexión dirigida no a los entendidos sino a los jóvenes y adultos que se están iniciando en este raro oficio de trabajar y jugar con las palabras por pura pasión, sin aviesas intenciones de figurar, de satisfacer sus egos, de aparecer en las redes y demostrarle a sus amigos lo “arrechos” que son, y finalmente lanzar al olvido todo lo que hubiesen podido lograr de haber insistido en el empedrado sendero de la poesía. Traje a colación la experiencia de Dylan Thomas porque cala perfectamente en el tema que nos ocupa, pero podría citar a otros autores universales con un largo trajinar con la palabra. Al respecto me preguntaba y todavía lo hago, ¿qué hace falta para ver aparecer de nuevo en el escenario literario poetas de la talla de Whitman, Borges, Pessoa, Rimbaud, Baudelaire, Cavafis, Ginsberg… o más acá, con el poder de convocatoria del chino Valera Mora o Andrés Eloy Blanco, o de los recién galardonados Gustavo Pereira con el Premio Casa de Las Américas, y Rafael Cadenas con el  Premio Cervantes, entre otros reconocidos poetas de este lado del mundo?

La respuesta tal vez la tenga el tiempo  con su inagotable paciencia. No obstante, nos percatamos con un dejo de ironía que ya no hay tiempo para nada. La vida moderna o eso que algunos llaman posmodernidad atenta contra la paciencia que se requiere para lograr una obra bien macerada, capaz de  resistir el paso de los años. Whitman duró más de cincuenta años corrigiendo y reeditando su Hojas de hierba, a contracorriente de sus contemporáneos que lo despreciaban; Cavafis tardó muchos años reescribiendo algunos poemas que repartía en hojas sueltas en los cafés y tabernas de Alejandría, sin ninguna pretensión; Balzac duraba meses bloqueado por una palabra que le impedía culminar sus escritos debido a su obstinada rigurosidad; Pessoa tenía un gran baúl donde guardaba sus escritos que solo salieron a la luz  muchos años después de su muerte; Kafka le pidió a su amigo Max Brod que después de su muerte desapareciera sus escritos, juramento que afortunadamente no cumplió, y así podríamos continuar hasta conformar un interminable anecdotario.

A los amigos amantes de la poesía que participan en festivales, encuentros y demás eventos relacionados con la celebración de la palabra, les conmino a que evitemos la ambigüedad y la confusión. Es justo darle a la poesía lo que es de la poesía. Dejemos la semilla crecer y esperemos que brote la flor en el jardín. No permitamos que se marchite por no regarla con persistencia; hay que insistir, insistir, quemar etapas, corregir mucho, perseverar hasta la obstinación, lo cual supone poseer un alto grado de humildad del cual generalmente muchos jóvenes adolecen. Lamentablemente la mayoría de los iniciados en la creación poética se van por el camino fácil y más corto del reconocimiento rápido a través de la solidaridad automática de sus amigos escritores y de comentaristas y prologuistas hechos a su medida crematística, sin importarles el resultado, la mayoría de las veces reñido con la calidad.

En estos eventos donde se abre la puerta a la participación masiva, necesariamente hay que hacer un deslinde entre los amigos cercanos a la poesía y los participantes que queden, luego de una mínima selección de textos, esto sin pretender ser excluyentes. En poesía nadie tiene la última palabra, pero los talleres de lectura y escritura ayudan a allanar el camino, junto con los talleres de creación literaria. Estando conscientes que estos no son fábricas de producción de poetas en serie, pero despejan dudas, establecen una camaradería  entre los talleristas y el  facilitador, que difícilmente vamos a encontrar en cualquier ámbito; y posteriormente,  la reunión informal con los amigos que andan en la misma búsqueda, en las plazas, los cafés, librerías y expendios de bebidas espirituosas favorece también la formación del incipiente aprendiz de poeta o “poeta cachorro” que está dando sus primeros pasos. Todo esto, insisto, después de echar a un lado la cursilería, el protagonismo, el egocentrismo, la idea del Festival o Encuentro como espectáculo del momento para la fotografía y el video para las redes, para el recital puertas adentro dejando afuera la poesía, cerrándole la puerta y botándole las llaves, obligándola a que dé media vuelta, haga una reverencia y siga su camino hacia lo invisible… Al respecto, tengamos siempre presente los versos de Huidobro: Que la poesía sea como una llave/ que abra mil puertas!

 

Mohamed Abí Hassan / Ciudad Valencia